¿Cómo pensar a las madres de plaza de mayo?.

Compartimos este gran ensayo que recordamos como uno de los primeros textos sobre las Madres de Plaza de Mayo escritos en clave feminista… en 1985.

Por LAURA KLEIN *

¿Mujeres celosas de la vida de sus hijos o militantes que buscan cambiar el orden social? ¿Un objeto instrumentado por la izquierda o un sujeto que manipula su propio dolor en provecho del accionar político?

¿Reforzadoras de la mística de la maternidad, aún siendo vanguardias en la lucha contra la represión y por la justicia? ¿Accesibles al análisis desde la óptica del movimiento de mujeres o desde el de la lucha de clases?

¿Puede leerse su agrupación, tomando como indicador incluso su nombre, como una revalorización de la familia, la institución fundamental que mantiene el sojuzgamiento de la mujer como género?

No nos interesa dar respuesta a estas preguntas, montadas sobre una serie de falsas antinomias, sino cuestionar el lugar desde donde son disparadas.

En el Infierno de Dante no había niños. Sí los hubo en el de la dictadura: la sodomización del ángel revela, en tanto síntoma, cómo la lógica política del terrorismo de Estado encarna la subversión de las viejas leyes de Dios y la Naturaleza. El amor patriótico desgarró al amor maternal. La virulencia de la represión militar produce las condiciones del quiebre de la funcional armonía entre valores nacionales y familiares, amor patriótico y amor maternal, tradicionalmente fundidos en el discurso moralizador de las clases dominantes en general y de los militares y la Iglesia en particular. Arrasadas las instituciones jurídicas, políticas y sociales del orden constitucional, en nombre de la defensa de los valores eternos de Dios, Patria y Familia, ambas formas mistificadas de relaciones sociales comienzan a enfrentarse cuando, movidas por el amor a sus hijos, algunas mujeres se alzan para imponer el límite de puertas adentro del hogar a la cruzada patriótica militar que lo transgrede y desintegra.

Esta oposición que estalla entre el mundo de las relaciones sociales donde se ejerce el poder político y militar y el mundo de las relaciones familiares centralizado por la figura materna, convulsiona la división entre ambos, vivida como destino, poniendo en cuestión la forma alienada de los ámbitos público y privado; propia de la moderna sociedad burguesa. Disociada de la Historia, la ley de la sangre se niega a someterse a las leyes humanas, se presenta como su basamento natural y reivindica su legitimidad esencial en contraposición a la legalidad secundaria del ordenamiento jurídico e institucional. Es en esta colisión entre lo público y lo privado donde se genera el punto de inflexión que instaura la “locura” de las Madres de Plaza de Mayo.

La “locura” de las Madres es la racionalidad de la alienación entre Historia y Cotidianeidad, Cultura y Naturaleza. Pero también, a la inversa, la fisura de esta división constituye como racional aquella “locura”. Pensar a las Madres de Plaza de Mayo implica pensar a partir de esta falla.

De lo contrario, el intento reproduce los estereotipos del sentido común y cae presa de estériles oposiciones.

¿“Madres” o “políticas”? ¿Mujeres celosas de la vida de sus hijos, o militantes que buscan cambiar el orden social? ¿Amantes o belicosas, definidas por el vientre o el escudo? ¿Un objeto instrumentado por la izquierda, o un sujeto que manipula su propio dolor en provecho del accionar político? ¿Sentimiento o razón es lo que las anima; interés individual u objetivo social? A estas aporías lleva la irreductibilidad de la oposición relaciones personales/relaciones políticas.

Desde otro ángulo, la misma oposición articula el enfrentamiento liberación de la mujer/liberación social. ¿No refuerzan las Madres la mística de la maternidad, siendo por otra parte, vanguardia en la lucha contra la represión y por la justicia? ¿Debe abordarse su análisis desde la óptica del movimiento de mujeres, o desde la de la lucha de clases? De todos modos ¿no cumplen un rol conservador en lo personal y revolucionario en lo político, de modo que en tanto mujeres no son siquiera progresistas, y como seres humanos que defienden la vida y la libertad son las más progresistas? ¿Puede leerse su movimiento, tomando como indicador incluso su nombre, como una revalorización de la familia, la institución fundamental que mantiene la opresión de la mujer como género?

No nos interesa dar respuesta a estas preguntas, montadas sobre una serie de falsas antinomias, sino cuestionar el lugar desde donde son disparadas.

Ley natural y Ley humana: un encuentro desmitificador

Aunque presentándola bajo un signo negativo, el discurso del enemigo revela frecuentemente la verdad. Desechando el punto de vista unilateral de las oposiciones arriba planteadas, La Nación ofrece una inteligente resolución de las mismas al afirmar que las Madres de Plaza de Mayo ejercen, con su insistencia, “otra clase más de terrorismo: el sentimental” (4/1/85).

Un terrorismo sentimental: ¿qué significa la conjunción de estos dos vocablos? ¿A qué responde este adjetivo, tan “femenino”, adosado a un término eminentemente político? ¿Qué escozor lo mueve a acuñar, aún con molestia, esta fórmula exuberante? ¿Por qué no se limita a acusar a las Madres de  “terroristas” a secas?

Se siente chantajeado. Sus palabras delatan el corazón ultrajado, un despojo, algo que no cuaja. Algo ha fallado en la articulación del sistema ideológico dominante. Entre los valores socioculturales sustancializados durante milenios como “naturales”, se ha consumado una rebelión. Hay un traidor entre las figuras ideológicas que encubren y justifican la dominación. Y el traidor es una pieza clave, indispensable: la figura de la madre.

Ya nos detendremos en el desarrollo de la rebelión, atendamos previamente al nudo de la traición. Sacralizado y mistificado por la patriarcal cultura burguesa, el amor maternal rechaza su tutela, reafirma su validez y desde esta relegitimación, le hace la guerra. El encantamiento no se ha roto. No sólo no se ha roto, sino que ha devenido desastre para el encantador: el mito de la mujer-madre no desiste de sus tradicionales atributos naturales y divinos, por los cuales cobra su valor moral más allá de los avatares de la historia, pero torna sobre sí mismo. El mito se vuelve contra el mitificador. Si la experiencia histórica nos enseña que la “consagración de las fuerzas viriles se hace con los signos de la maternidad”, incorporando a la mujer a “la defensa del Estado militar por medio del chantaje de los vínculos umbilicales” (Chile, Uruguay, Brasil); las madres de Plaza de Mayo constituyen, para la ideología reaccionaria, el reverso maldito de la historia, – donde los signos de la maternidad muestran la impotencia o la degradación de las fuerzas viriles y cuestionan al Estado militar por medio de la resistencia de los vínculos de sangre. Intersticios de la dominación: cuando la debilidad intima a la fuerza – acorralada por sus propias contradicciones –, ésta se lo representa como la introducción del Azar en la historia (una dimensión hecha de silencios que el cálculo no puede sopesar).

A miles de mujeres les han quitado sus hijos. Los han secuestrado, los han torturado. Los han desaparecido. Los autores y cómplices de este genocidio son también los más acérrimos defensores de la mística de la maternidad, que encomienda a la mujer a un destino determinado por la biología. En esta ideología han sido educadas también las madres de los desaparecidos. Y por amor a sus hijos, salieron a la calle, enfrentaron la represión, se organizaron, fueron vanguardia en la lucha contra la dictadura terrorista. Estas mujeres han llevado adelante las enseñanzas impartidas por la clase dominante, han puesto el cuerpo por sus hijos en un doble sentido – al parir y al exponerse a las armas. Han hecho suyo el rol que les habían asignado. Su “obediencia”, sin embargo, tuvo un efecto boomerang: FFAA, Iglesia, Estado y partidos políticos burgueses no se reconocen en ellas, las repelen, les cierran las puertas, las persiguen. Si bien este rechazo es contundente, revela una posición incómoda: ¿cómo condenar a las Madres sin comprometer en ello el mito de la mujer-madre, figura ideológica secular que sostiene la sociedad clasista y encorseta a la mujer? ¿Cómo explicar que el cumplimiento de los deberes familiares se transforme en amenaza del orden público? ¿Qué dinámica explica esta mala pasada? Grave aprieto de la ideología patriarcal y clasista: ¿cómo enfrentar a las Madres, sin desconocer a la “madre”?

El orden social se halla sustentado ideológicamente por la separación entre las esferas privada y pública desgajadas, en último término, en familia y poder. Esta dicotomía se halla regulada por dos principios aparentemente independientes. De un lado, la “ley de la naturaleza”, eterna, cuasi divina, irreductibilidad sin origen ni historia, fuero de la fatalidad. Del otro, las “leyes de los hombres”, efímeras, cambiantes, artificio del saber racional, formalización de la política acuerdo y mediación.

Ancestralmente identificado con los poderes sobrenaturales, el peligroso poder de reproducir la vida ubica a la mujer en el arco de la especie, donde la inmediatez de la carne nos recuerda que somos Naturaleza, y que, por tanto, nos debemos a un principio superior que antecede a las convenciones y reyertas de la vida en sociedad. Marginada de la vida pública, despojada del Logos, la mujer, “hecha para servicio del vientre” (Hipócrates), se siente portadora de este principio de raíces religiosas. Prueba del amor divino, el amor maternal es símbolo de lo sublime, establecida su función natural como sagrada. Pero si “los hombres hacen a los dioses y las mujeres los adoran”, como señala Frazer, la violación de los dioses enfrentará a los hombres con la ira de las mujeres.

Esta ira no es ajena a las Madres de Plaza de Mayo. La desaparición de sus hijos las enferma ante un doble mandato contradictorio. Como la Antígona de Sófocles, se encuentran frente a una disyunción trágica: salir a buscar a sus hijos, desafiando las “leyes humanas”, o someterse a ellas violando la “ley natural” (que por otra parte las define socialmente). No hay mediación política posible que subordine el mandato impuesto a las mujeres por la sacralización de la maternidad. Imbuidas del mito de la mujer-madre, las madres se sienten portadoras de esa Ley no escrita, pero que precede y cimenta toda ley humana, generosa o brutal.

Pero los mitos, a diferencia de como los ve el racionalismo abstracto, no son mera sinrazón, simple irrealidad, sino fuerza viva, siempre presente y siempre activa en el sentido común, esa amalgama de mito y logos que constituye la ideología dominante. Así, el mito de la leona que da la vida por sus cachorros se hace efectivo. Paradoja central del Movimiento de Madres: el reclamo de la verdad se nutre de la fuerza del mito, la exigencia de transformación se asienta en el “instinto de conservación”

El carácter ideológico de la doble legalidad – natural y humana – que organiza la vida cotidiana, lleva implícita esta contradicción. Apelando a la primera, las Madres cuestionan la segunda, a la vez que desarticulan la dicotomía a través de la cual cobran sentido recíprocamente. El “orden social” es puesto en tela de juicio por el “orden natural”, en un movimiento en que “lo natural” se descubre social. A través de esta dinámica compleja, las Madres ponen una cuña en el lugar mismo de la escisión que estructura las aporías arriba planteadas, trastocando el sitio desde donde se piensan esas preguntas que intentan dar cuenta del carácter de su movimiento desde sólo uno de estos dos aspectos.

Las madres, para defender bajo el Estado terrorista su rol de madres, se han visto obligadas a dejar de ser “madres”. Se han visto obligadas a dejar el reposo del hogar, la rutina de los platos y las sábanas, la cálida ignorancia de la vida barrial. Las Madres se han salido de madre. Han irrumpido repentinamente en el terreno de la política, de la movilización, de la lucha, hasta ahora reservada a los hombres. Las madres, para afirmarse como madres, debieron negarse como tales. Para defender a la familia, debieron enfrentar a la familia. Para defender a los hombres, debieron invadir su terreno y cuestionarles su centralidad política y social. La imagen de madre forjada por la ideología dominante se ha vuelto contra ella. Cuando la madre desborda a la madre, desnuda al mismo tiempo el carácter opresivo de la figura materna tradicional.

De cómo lo personal se transformó en político

Las Madres de Plaza de Mayo “con sus actos desdibujan los que es una madre… Yo no me imagino a la Virgen María gritando, protestando, y sembrando odio, cuando su hijo, nuestro Señor, fue arrancado de sus manos”. No es falta de imaginación lo que abruma al Capellán militar y sacerdote de la Diócesis de San Luis, J. Padilla, sino exceso de odio lo que le ciega. La cruz y la metralleta encuadran su decir. Tomando en cuenta que es éste el lugar de la enunciación, es fácil ver la verdad encerrada en discurso tan airado. Las Madres subvierten, efectivamente, el ideal de femineidad y el arquetipo maternal dominantes (a los que subyace la exacerbada equiparación católica con la Virgen): no se someten ante la fuerza, se niegan a que sus hijos sean “arrancados de sus manos”, no se resignan al llanto, se movilizan, denuncian, llaman a la lucha.

¿Cómo se desarrolla esta rebelión de la figura ideológica de la madre contra el sistema? ¿Qué consecuencias intrínsecas le acarrea esta reversión? Siendo la historia de las Madres la evidencia de la hipócrita “defensa de la familia” burguesa, ¿permanecen ellas mismas reducidas a su rol tradicional? ¿lo desbordan, lo dejan atrás? ¿Lo elevan, lo niegan, lo transforman? ¿Puede trasplantarse de la casa a la Plaza sin modificaciones? ¿Puede acaso el cuidado de los hijos continuar siendo una tarea que a cada una concierne individualmente, y que a toda mujer define sin más?

Dueñas del espacio reducido del hogar, las madres se ven arrojadas a la dura realidad de la lucha de clases, del asesinato legal, del robo obligatorio, digno, legitimado por el Estado. Se ven arrojadas a un mundo hostil y extraño. Y este extraño, hasta ahora ajeno mundo político-social les devuelve su imagen como un espejo deformado. “Nosotras, que siempre habíamos estado en la casa ocupándonos solamente de la familia, al movilizarnos por nuestros hijos y salir a la calle nos encontramos con un mundo nuevo donde todo estaba podrido y donde lo que nos habían dicho nuestros hijos se hacía realidad” Fuera del recinto doméstico los valores eternos, la esencia natural del ser humano, aparecían enajenados. Entre el mundo cotidiano, donde todo se halla al alcance de la mano, y el otro lado del mundo, el inesperadamente corrupto, no parece haber comunicación posible. Lo afirmado aquí en uno, es negado en el otro; lo deseado aquí, es allí aplastado. La potencia de lo conocido se transforma en impotencia ante lo desconocido. Lo siniestro se incorpora a la vida cotidiana: los actos más banales pueden resolverse en la muerte.

El primer paso en el afuera reproduce lo aprendido: recurrir a las autoridades establecidas, de a una, rogar, recorrer despachos (“Eramos suplicantes, reclamando a los políticos, a la Iglesia. Leo las cartas de antes y me da mucha bronca el tono suplicante, el haber considerado a Videla presidente, a ese criminal”). Pero la sociedad en pleno repelía sus reclamos. Las evitaban, las acosaban. Y al negarles la búsqueda de sus hijos, les negaban su propia identidad – el ser madre. El cuerpo ausente del hijo representa el cuerpo despedazado de la madre, retorno de una unidad primordial. De aquí la omnipotencia que acompaña esta primera fase de búsqueda individual (“mi hijo es mío y yo lo voy a encontrar; es una cosa mía y sólo mío es el deber de encontrarlo”)

“Hubo una transformación muy grande en nosotras. Pero la transformación fue a través de la indiferencia, el silencio y la burla”. Esta transformación se configura como el proceso de politización de lo personal. Proceso que no se traduce en una elección de “hacer política”, sino en la comprensión del carácter social y político de su tragedia personal. Aunque las Madres no cuestionan el rol que las compele a la política – es más: se enfrentan a la dictadura a partir de la reivindicación de su derecho a ser madres –, su consecuencia respecto del mismo tiene como efecto la visibilización de ideología de lo privado como campo de batalla, oculto bajo la atomización de las distintas familias. El hecho de que las Madres se politicen sólo en tanto tales hace posible este develamiento. Ni fracaso ni destino valen ya para explicarlas.

“Fuimos aprendiendo a dejar de ser egoístas, de ocuparnos de nosotras mismas, de nuestras familias; eso que tantas veces nuestros hijos nos criticaban. Los desaparecidos eran de todos y la lucha también debía ser de todos”. Este pasaje conlleva una exigencia: la “demanda de no ser dueña de la vida y de la muerte”. La socialización de los desaparecidos implica la devolución de una función adjudicada como poder a la mujer en nuestra sociedad. A través de esta transferencia las Madres deshacen la trampa tendida por la doble legalidad del orden, que les exige recostarse o en lo público o en lo privado.

En cierto modo, se produjo una operación de hiperbolización de lo materno. Se universaliza su función, con lo cual la hipérbole culminaría en su misma negación. Universalizar la función de madre significa convertirla en función social. En nuestra sociedad la familia se hace cargo de funciones sociales por excelencia, a descargo del Estado. La atomización en que cada familia es responsable individual por el bienestar de sus integrantes, aparece a los ojos de éstos como un hecho natural, inherente a la esencia de la vida comunitaria. Las Madres, al devolver a la sociedad la función del cuidado de los hijos, le devuelven uno de los elementos más revolucionarios. Esta “desnaturalización” del rol materno no funciona únicamente hacia atrás, englobando la responsabilidad por el conjunto de los desaparecidos, sino también hacia adelante, hacia “los hijos representados en la juventud”. Nueva confirmación del movimiento hiperbólico, ya que ser madre de todos los jóvenes es tomar para sí el lugar simétricamente opuesto al tradicional (con el consiguiente riesgo de una actitud maternalista sobre toda la sociedad).

La fase posterior de este proceso de politización la constituye la reivindicación de la lucha política de sus hijos. Hasta ese momento, las Madres no la reconocen. Ni la avalan ni la critican, al menos públicamente. No es el arbitraje entre el proyecto revolucionario y la defensa del capitalismo lo que las mueve. Una y otra razón hablan un lenguaje enrevesado. Se hacen a un lado: no es ése el lugar en que se juega su propia razón. El combate a muerte entablado entre revolucionarios y reacción pertenece al orden de los hombres, a la política. Otra es la verdad de las Madres, otro su reclamo: que sus hijos sean juzgados por la ley de los hombres. Ellas apelan todavía a otra ley, la de la vida y la muerte, condición de realización de aquel juicio.

El progresivo cuestionamiento del corte entre lo público y lo privado va erosionando esta posición atemporal, sustentada en la ilusión de un reducto sin historia. “Hasta ahora, por pedir la aparición con vida con todos y por todos, nunca hemos dicho al pueblo quiénes son los desaparecidos y qué quería cada uno de ellos. Y creo que es hora de que empecemos realmente a levantar esa consigna, explicar a la gente qué quería la mayoría de los desaparecidos”. Para muchos, este cambio ilustra la pérdida de la inocencia, el fin de la ecuanimidad de las Madres frente a los políticos. Desde este punto de vista, la pureza se decanta como la imposibilidad del mal. Elogio de la pasividad y venia para la sumisión que se legitima en la alineación del individuo respecto del mundo social.

Por el contrario, el fin del silencio sobre las razones del genocidio abre dos posibilidades, que coexisten en el Movimiento de Madres: la reivindicación de la política como medio de acceso a un orden primigenio; y la acción política como develamiento del carácter imaginario de ese orden natural. La primera se realiza a través de la asunción de las banderas de lucha de los hijos como la forma de ocupar ese vacío. Presentificación sustentada en un vínculo presuntamente inalienable, que intenta hacer pasar el lugar de la madre por el del hijo. Un paso adelante, también un nuevo riesgo. La segunda basa su legitimidad política en su propia práctica de lucha, específica, discriminada, la de la madre de la del hijo. En este segundo caso, la asunción del carácter político de su situación, funda el reconocimiento de la política como vida, conversión que configura a las Madres como sujetos de su propia historia.

Las madres como movimiento social: una reformulación de la política.

El carácter peculiar de la dinámica política que constituye a las Madres como sujeto colectivo configura una reformulación de la política en términos prácticos. Las madres no parten de la típica militancia tradicional, que separa las relaciones establecidas en el mundo familiar de la actividad política, porque precisamente se politizan a partir de su situación familiar. Las Madres saben que, de no haber sido por esta condición “primaria”, no habrían sobrevivido. Saben que ésta es su fuerza, y el flanco del sistema. Pero al incorporarse a la lucha política, el nudo conformado por su condición de madres no se diluye ni debilita. Ni dejan de ser madres, ni continúan siéndolo en su sentido tradicional.

La trágica contradicción de Antígona encuentra en el siglo XX condiciones históricas que hacen posible su resolución. La irreductibilidad a la política de la exigencia de Antígona, cimentada en la incomunicación entre la ley divina y ley humana, será mellada por los movimientos de mujeres veinticinco siglos después. Lo que a aquella le estaba vedado – vivir políticamente la muerte de su hermano – es lo que constituye a las Madres como movimiento social.

Sucede que, como señalaba el viejo Marx, la humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver. El descubrimiento de que lo personal es político se ha abierto un trabajoso camino en la historia, a través de la lucha de la mujer contra su opresión. Las madres, sin conocer esta historia y sin seguir sus directivas, vienen a asentarse sobre ella. En el marco de la crisis de las formas tradicionales de hacer política, el derrumbe del racionalismo y el descentramiento de la noción burguesa de sujeto, emergen nuevas formas de comprensión de lo político, cuya expresión en los nuevos movimientos sociales dan cuenta de la politización de la subjetividad. De este modo, las preguntas que se formula Rossana Rossanda respecto del movimiento de mujeres en general, son pertinentes respecto de las Madres.” ¿Y si la contradicción-mujer, hoy, en su radicalidad, no fuese sino el emerger de la estrechez repentina que adquiere la política tal como la hemos conocido, al irrumpir en escena nuevos sujetos y figuras sociales, masas, necesidades, y también (y por eso ahora) las mujeres? ¿Y si ellas sólo fuesen el síntoma de una crisis más general de la política, como la clase obrera revolucionaria fue la crítica de la economía?”

El poder del no poder

Las madres son “las únicas que se animaron a poner las bolas” (escrito en un periódico peronista de izquierda en 1984). Estas palabras laudatorias pretenden llenar un vacío, velado por la rendición del homenaje de adjudicar a las Madres el poder simbólico de las bolas. Pero es precisamente este vacío el que constituye a las Madres de Plaza de Mayo. Su acceso a la política es producto de una falencia. Ausencia del hijo. Pero también, y fundamentalmente, ausencia, por parte de los sectores democráticos y progresistas de la sociedad política, de respuestas frente al Estado terrorista – situación que deja inerme a la sociedad civil, al tiempo que le exige la creación de defensas surgidas de su propio seno. Las Madres son, entonces, un producto de la impotencia de los sectores y formas políticas tradicionales de la sociedad argentina: endeblez de las tradiciones democráticas, sometimiento ante el poder militar, incapacidad de la izquierda para resistir organizada y unitariamente el golpe. Para defender la vida, las Madres se vieron obligadas a apropiarse de este campo devastado. Sobre esta aridez, se alzan en una actitud combativa, que, desde una lógica socialmente aceptada, sólo pudo ser vista como viril. Pero las Madres hacen política a partir del vacío encubierto y revelado a la vez por la nostálgica grotesca metáfora de coraje = poner las bolas. Su poder no es tenerlas, sino el poder de la carencia. No es el poder de la fuerza, sino el de la debilidad – la “fuerza que una siente de ese agujero adentro” –. Como lo señala una feminista española, “el poder del coño es el no poder… el poder del coño es el fin de la pareja milenaria del amo y el esclavo”. Desde el poder del coño las Madres encendieron la mecha del no poder. Y trastocaron la realidad, de modo que el no poder logró lo que el poder de hecho no había logrado.

[1] Escritora, filósofa, cofundadora de varias revistas feministas, autora de diversos libros de ensayo y de poesía. Referente de un feminismo crítico e incómodo para los feminismos institucionalizados y asimilados por la academia y otros ámbitos en que la circulación del poder no presenta mayores resistencias.

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