Mamdani, de África a Nueva York y de ahí…

(reproducimos el discurso de agradecimiento de Zohran Mamdani tras su victoria electoral para el gobierno de Nueva York)

¿Por qué el progresismo y el peronismo no logran hablar como Mamdani? Mientras la izquierda trotskista le habla a su secta y rechaza de plano la posibilidad de una plataforma común con otras fuerzas populares, el peronismo progresista aparece timorato y enclenque a la hora de interpelar a quienes sufren las consecuencias del desastroso gobierno de Milei. ¡Incluso, hay sectores dentro del progresismo que consideran no haber sido lo suficientemente concesivos! Después de Insaurralde (2013), Scioli (2015), Alberto (2019) y Massa (2023), ¿cuál será el próximo “moderado” para volver a perder con la derecha? Un peronismo entrampado en la pequeñez de sus dirigentes, cuya principal discusión parece ser la estrategia de una campaña que ya pasó, disperso geográfica e ideológicamente, no solo no asoma como vehículo para derrotar al gobierno, sino que se parece más a un tapón que bloquea la emergencia de cualquier novedad en el campo popular. Conservadores a la hora de discutir la reforma laboral, casi reaccionarios ante planteos como el de una Renta Básica Universal, acríticos respecto de la pésima gestión del gobierno de Alberto, Cristina y Massa, reproductores, algunos de los latiguillos de una mitificada “década ganada”, desertores, otros, de las aspiraciones más básicas a la justicia social, no dan pie con bola, y no dan bola a quienes buscan una salida. La espiral del mal menor nos trajo, como era lógico, al mal mayor. Mientras tanto, el ausentismo electoral (superior en número incluso al ganador de la elección) deja ver hasta qué punto la política institucional no entusiasma. Pues bien, las palabras de Mamdani entusiasman. Sin guiños identitarios ni jerga, sin rodeos ni mezquindades, nos muestra una forma de plantear padecimientos y fortalezas, relaciones de poder y horizonte de sentido, de modo que cualquiera pueda entender. Tal vez, sea momento de construirnos una máscara política a la altura de lo que podemos.

Ugandés, de madre hindú, trabajó como consejero contra las ejecuciones a las personas de menores recursos en Queens (NY), hasta ingresar en el partido Democratic Socialists of America. Su agenda estuvo dominada por la problemática de la vivienda, en la reforma de la policía (nada menos que la más grande de Estados Unidos), y en la propuesta de la propiedad pública de los servicios básicos. Forma parte del Muslim Democratic Club of New York (es decir, quienes profesan la religión del Islam). Como representante del Distrito 36 de Nueva York impulsó legislación sobre energías renovables, desalojos y reducción de deudas por parte de trabajadores y fue parte del lanzamiento de un programa piloto de autobuses sin tarifa. En su discurso público no tuvo medias tintas a la hora de apoyar minorías racializadas, colectivo LGTB y trabajadoras y trabajadores organizados; al mismo tiempo, se comprometió a acatar la orden de arresto de la Corte Penal Internacional contra el genocida Benjamin Natanyahu, en caso de que se le ocurriera visitar Nueva York. Apoyado por Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, en 2024 anunció su candidatura como alcalde de Nueva York y, a partir de su victoria en la interna demócrata ante el ex alcalde Andrew Cuomo, se convirtió en blanco de las bravuconadas del presidente Trump, quien llegó a amenazar al Estado de Nueva York con dejarlo sin fondos en caso de que Mamdani ganara. Y Mamdani ganó.    

A continuación, el discurso de agradecimiento por la victoria de Zohran Mamdani, alcalde electo de Nueva York

Gracias, amigos míos. Puede que el sol se haya puesto sobre nuestra ciudad esta tarde, pero como dijo una vez Eugene Debs: «Puedo ver el amanecer de un día mejor para la humanidad».

Desde que tenemos memoria, los ricos y los poderosos han dicho a los trabajadores de Nueva York que el poder no les pertenece. Dedos magullados por levantar cajas en el suelo del almacén, palmas callosas por el manillar de la bicicleta de reparto, nudillos marcados por quemaduras de cocina: esas no son manos a las que se les haya permitido ostentar poder. Y, sin embargo, durante los últimos 12 meses, ustedes se atrevieron a querer algo más importante.

Esta noche, contra todo pronóstico, lo hemos conseguido. El futuro está en nuestras manos. Amigos míos, hemos derrocado una dinastía política.

Le deseo a Andrew Cuomo lo mejor en su vida privada. Pero que esta noche sea la última vez que pronuncio su nombre, ya que damos vuelta la página de una política que abandona a las mayorías y solo responde ante unos pocos. Nueva York, esta noche lo has conseguido. Un mandato para el cambio. Un mandato para un nuevo tipo de política. Un mandato para la ciudad que podamos permitirnos. Y un mandato para un gobierno que cumpla exactamente con eso.

El 1° de enero tomaré posesión como alcalde de la ciudad de Nueva York. Y eso es gracias a ustedes. Así que, antes que nada, debo decir esto: gracias. Gracias a la próxima generación de neoyorquinos que se niegan a aceptar que la promesa de un futuro mejor sea una reliquia del pasado.

Ustedes demostraron que cuando la política les habla sin condescendencia, podemos dar paso a una nueva era de liderazgo. Lucharemos por ustedes, porque nosotros somos ustedes.

O, como decimos en Steinway, ana minkum wa alaikum. Gracias a aquellos que tan a menudo son olvidados por la política de nuestra ciudad, que hicieron suyo este movimiento. Me refiero a los propietarios de bodegas yemeníes y a las abuelas mexicanas, a los taxistas senegaleses y a las enfermeras uzbekas, a los cocineros trinitense y a las tías etíopes. Sí, tías. A todos los neoyorquinos de Kensington, Midwood y Hunts Point, sepan esto: esta ciudad es su ciudad, y esta democracia también es suya. Esta campaña trata sobre personas como Wesley, un organizador del 1199 que conocí fuera del Hospital Elmhurst el jueves por la noche. Un neoyorquino que vive en otro lugar, que viaja dos horas cada día desde Pensilvania porque el alquiler es demasiado caro en esta ciudad. Se trata de personas como la mujer que conocí en el Bx33 hace años y que me dijo: «Antes me encantaba Nueva York, pero ahora solo es el lugar donde vivo». Y se trata de personas como Richard, el taxista con el que hice una huelga de hambre de 15 días frente al Ayuntamiento, que todavía tiene que conducir su taxi siete días a la semana. Hermano mío, ahora estamos en el Ayuntamiento.

Esta victoria es para todos ellos. Y es para todos ustedes, los más de 100.000 voluntarios que convirtieron esta campaña en una fuerza imparable. Gracias a ustedes, haremos de esta ciudad un lugar que los trabajadores puedan volver a amar y en el que puedan volver a vivir. Con cada puerta a la que llamaron, cada firma que consiguieron y cada conversación que mantuvieron con esfuerzo, erosionaron el cinismo que ha llegado a definir a la política. Sé que les pedí mucho durante este último año. Una y otra vez, respondieron a mis llamadas, pero tengo una última petición: ¡Nueva York, respira este momento! Hemos aguantado la respiración durante más tiempo del que podemos recordar. La hemos aguantado anticipando la derrota, la hemos aguantado porque nos han dejado sin aliento demasiadas veces, la hemos aguantado porque no podemos permitirnos exhalar. Gracias a todos los que se han sacrificado tanto. Estamos respirando el aire de una ciudad que ha renacido.

A mi equipo de campaña, que creyó cuando nadie más lo hizo y que tomó un proyecto electoral y lo convirtió en mucho más: nunca podré expresar la profundidad de mi gratitud. Ahora pueden dormir tranquilos. A mis padres; mamá y papá: me han convertido en el hombre que soy hoy. Estoy muy orgulloso de ser su hijo. Y a mi increíble esposa, Rama, Hayati: no hay nadie a quien prefiera tener a mi lado en este momento, y en todos los momentos. A todos los neoyorquinos, tanto a los que me votaron, como a los que votaron por uno de mis oponentes, o a los que se sintieron tan decepcionados con la política que ni siquiera votaron, les agradezco la oportunidad de demostrar que soy digno de su confianza. Me levantaré cada mañana con un único propósito: hacer que esta ciudad sea mejor para ustedes que el día anterior.

Hay muchos que pensaban que este día nunca llegaría, temían que estuviéramos condenados a un futuro peor, con cada elección relegándonos simplemente a más de lo mismo.

Y hay otros que ven en la política actual algo demasiado cruel como para que la llama de la esperanza siga ardiendo. Nueva York, hemos respondido a esos temores. Esta noche hemos hablado con voz clara. La esperanza está viva. La esperanza es una decisión que decenas de miles de neoyorquinos tomaron día tras día, turno tras turno de voluntariado, a pesar de los anuncios de ataque. Más de un millón de nosotros nos reunimos en nuestras iglesias, en gimnasios, en centros comunitarios, mientras llenábamos el libro mayor de la democracia. Y aunque votamos solos, juntos elegimos la esperanza. La esperanza por encima de la tiranía. La esperanza por encima del gran capital y las ideas pequeñas. La esperanza por encima de la desesperación. Ganamos porque los neoyorquinos se permitieron esperar que lo imposible se hiciera posible. Y ganamos porque insistimos en que la política ya no fuera algo que se nos impusiera. Ahora es algo que hacemos nosotros.

De pie ante ustedes, pienso en las palabras de Jawaharlal Nehru: «Llega un momento, aunque raro en la historia, en el que dejamos atrás lo viejo para entrar en lo nuevo, un momento en el que una era llega a su fin y en que el alma de una nación, largamente reprimida, encuentra su voz». Esta noche hemos dado el paso de lo viejo a lo nuevo. Así que hablemos ahora, con claridad y convicción que no puedan malinterpretarse, sobre lo que traerá esta nueva era y para quién. Esta será una era en la que los neoyorquinos esperarán de sus líderes una visión audaz de lo que lograremos, en lugar de una lista de excusas por lo que nuestra timidez nos impediría intentar.

El eje central de esa visión será el programa más ambicioso para abordar la crisis del coste de la vida que ha vivido esta ciudad desde los días de Fiorello La Guardia: un programa que congelará los alquileres de más de dos millones de inquilinos con alquiler estabilizado, hará que los autobuses sean rápidos y gratuitos y ofrecerá servicios de guardería universales en toda nuestra ciudad. Dentro de unos años, que lo único que lamentemos sea que este día haya tardado tanto en llegar. Esta nueva era será de mejora constante. Contrataremos a miles de profesores más. Reduciremos el gasto innecesario de una burocracia inflada. Trabajaremos sin descanso para que las luces vuelvan a brillar en los pasillos de los complejos de la NYCHA, donde llevan mucho tiempo parpadeando.

La seguridad y la justicia irán de la mano, ya que trabajaremos con los agentes de policía para reducir la delincuencia y crear un Departamento de Seguridad Comunitaria que aborde de frente la crisis de salud mental y la crisis de las personas sin hogar. La excelencia se convertirá en la norma en todo el gobierno, no en la excepción. En esta nueva era que estamos creando para nosotros mismos, nos negaremos a permitir que aquellos que trafican con la división y el odio nos enfrenten unos a otros.

En este momento de oscuridad política, Nueva York será la luz. Aquí creemos en defender a aquellos a quienes amamos, ya sean inmigrantes, miembros de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras a las que Donald Trump ha despedido de un trabajo federal, una madre soltera que sigue esperando que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre entre la espada y la pared. Su lucha es también la nuestra. Y construiremos un Ayuntamiento que se mantenga firme junto a los neoyorquinos judíos y no vacile en la lucha contra el flagelo del antisemitismo. Donde los más de un millón de musulmanes sepan que pertenecen, no solo a los cinco distritos de esta ciudad, sino también a las salas del poder.

Nueva York ya no será una ciudad en la que se pueda traficar con la islamofobia y ganar unas elecciones. Esta nueva era se caracterizará por una competencia y una compasión que durante demasiado tiempo han estado reñidas entre sí. Demostraremos que no hay ningún problema demasiado grande para que el gobierno lo resuelva, ni ninguna preocupación demasiado pequeña para que se ocupe de ella. Durante años, los que ocupan el Ayuntamiento solo han ayudado a aquellos que pueden ayudarles. Ahora bien, sé que muchos han escuchado nuestro mensaje solo a través del prisma de la desinformación. Se han gastado decenas de millones de dólares para redefinir la realidad y convencer a nuestros vecinos de que esta nueva era es algo que debería asustarlos. Como ha ocurrido tantas veces, la clase multimillonaria ha tratado de convencer a quienes ganan 30 dólares la hora de que sus enemigos son los que ganan 20 dólares la hora.

Quieren que la gente luche entre sí para que sigamos distraídos y no nos dediquemos a rehacer un sistema que lleva mucho tiempo roto. Nos negamos a dejar que sigan dictando las reglas del juego. Pueden jugar con las mismas reglas que el resto de nosotros. Juntos, daremos paso a una generación de cambio. Y si aceptamos este nuevo y valiente rumbo, en lugar de huir de él, podremos responder a la oligarquía y al autoritarismo con la fuerza que temen, no con el apaciguamiento que ansían. Al fin y al cabo, si alguien puede mostrar a una nación traicionada por Donald Trump cómo derrotarlo, es la ciudad que lo vio nacer. Y si hay alguna forma de aterrorizar a un déspota, es desmantelando las condiciones que le permitieron acumular poder.

Así es como detendremos no solo a Trump, sino también al próximo. Así que, Donald Trump, ya que sé que estás viendo esto, tengo cuatro palabras para ti: “Turn the volume up” (sube el volumen).

Haremos rendir cuentas a los malos propietarios, porque los Donald Trump de nuestra ciudad se han acostumbrado demasiado a aprovecharse de sus inquilinos. Pondremos fin a la cultura de corrupción que ha permitido a multimillonarios como Trump evadir impuestos y aprovecharse de exenciones fiscales. Nos alinearemos con los sindicatos y ampliaremos las protecciones laborales porque sabemos, al igual que Donald Trump, que cuando los trabajadores tienen derechos inquebrantables, los patrones que buscan extorsionarlos se vuelven muy pequeños.

Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, dirigida por un inmigrante. Así que escúcheme, presidente Trump, cuando le digo esto: para tocar a cualquiera de nosotros, tendrá que pasar por encima de todos nosotros. Cuando entremos en el Ayuntamiento dentro de 58 días, las expectativas serán altas. Las cumpliremos. Un gran neoyorquino dijo una vez que, mientras se hace campaña con poesía, se gobierna con prosa. Si eso tiene que ser cierto, que la prosa que escribamos siga rimando y construyamos una ciudad brillante para todos. Y debemos trazar un nuevo camino, tan audaz como el que ya hemos recorrido. Después de todo, la sabiduría convencional diría que estoy lejos de ser el candidato perfecto. Soy joven, a pesar de mis esfuerzos por envejecer. Soy musulmán. Soy socialista democrático. Y lo más condenatorio de todo es que me niego a disculparme por todo esto.

Si esta noche nos enseña algo, es que las convenciones nos han frenado. Nos hemos postrado ante el altar de la moderación y hemos pagado un alto precio por ello. Demasiados trabajadores no se reconocen en nuestro partido y demasiados de nosotros hemos recurrido a la derecha en busca de respuestas a por qué se han quedado atrás. Dejaremos la mediocridad en el pasado. Ya no tendremos que abrir un libro de historia para demostrar que los demócratas pueden atreverse a ser grandes. Nuestra grandeza no será en absoluto abstracta. La sentirán todos los inquilinos con alquiler estabilizado que se despiertan el primer día de cada mes sabiendo que la cantidad que van a pagar no se ha disparado desde el mes anterior. La sentirán todos los abuelos que pueden permitirse quedarse en la casa por la que han trabajado y cuyos nietos viven cerca porque el coste del cuidado infantil no los ha enviado a Long Island. La sentirá la madre soltera que se siente segura en su trayecto al trabajo y cuyo autobús circula lo suficientemente rápido como para no tener que correr para llevar a los niños al colegio y llegar a tiempo al trabajo. Y la sentirán los neoyorquinos cuando abran el periódico por la mañana y lean titulares de logros, en lugar de escándalos. Y, sobre todo, lo notarán todos los neoyorquinos cuando la ciudad que aman finalmente les corresponda.

Juntos, Nueva York, vamos a congelar el… ¡alquiler! Juntos, Nueva York, vamos a hacer que los autobuses sean rápidos y… ¡gratuitos! Juntos, Nueva York, vamos a ofrecer… ¡cuidado infantil universal! Dejemos que las palabras que hemos pronunciado juntos, los sueños que hemos soñado juntos, se conviertan en la agenda que cumpliremos juntos. Nueva York, este poder es tuyo. Esta ciudad te pertenece.

¡Gracias!

Fuente: The New York Times

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