Política o resignación.

Carta de un militante, dirigida a propios, propias y a quienes pudieran sentir alguna resonancia…

Hace tiempo intentamos dar comienzo a una experiencia política que recogía la historia previa e incorporaba otros actores para garantizar la representación institucional de una agenda que el gobierno de entonces había abandonado, al menos así podemos leer el último período de gobierno de Cristina Fernández. No nos fue bien. Pero hay que decir, que el gobierno de entonces sufrió una derrota cuyo alcance llega hasta nuestros días. Aquel Massa que ganó la elección intermedia de 2013, cuyo eslogan principal era dar por tierra con la re-reelección de Cristina, hoy le pone el cuerpo al ajuste que lleva adelante el gobierno de Alberto y Cristina. Pero esta vez, no están enfrentados Massa y Cristina, sino que ella pone la espalda política y él hace lobby con los sectores de poder económico.  

Esa intentona de aquel tiempo trajo frustración, sensación de desamparo como ocurre muchas veces con las minorías; pero cabe una pregunta contrafáctica: ¿hubiera sido posible continuarla, alimentarla, sostenerla como opción? Tal vez, todo este tiempo hubiera alcanzado para llegar hoy más fuertes, con algunas alianzas más, con cuadros más avezados, con una formación territorial que en el fondo permitiera incidir en el debate público de otra manera. No lo sabemos. En cambio, lo que sí sabemos es que en 2015 el kirchnerismo y el peronismo aliado perdieron la elección claudicando, es decir, no construyendo una opción que en 2019 nos encontrara con referencias más interesantes. Se perdió con Scioli, un candidato que garantizaba el consenso del ajuste, cuyo único debate se reducía a una falsa dicotomía: gradualismo o shock. Un candidato vapuleado por el propio oficialismo con sus medios de comunicación y clubes intelectuales hasta que la conducción política impuso verticalmente al “candidato de Clarín”, como lo definía el programa 678.

También sabemos que en 2017 se perdió con Cristina como candidata, en la provincia de Buenos Aires, y contra un apellido de la oligarquía. Y que sólo tras la agresividad de un gobierno abiertamente antipopular y poco inteligente políticamente como el de Macri se pudo volver a ganar, en realidad, no con un proyecto positivo, sino gracias al rechazo a semejante experiencia política y social. Pero en 2019, aun contando con una energía social distinta a la de 2015, con cierto entusiasmo popular y una multiplicidad de sectores dinámicos involucrados, se decidió desde arriba nuevamente por la claudicación. En 2015 se perdió, en 2019 se ganó, pero se trató de una victoria pírrica. Ganar para perder, para dilapidar la potencia política que amontonó almas un 10 de diciembre en la plaza, y desplegar el posibilismo en toda su dimensión. El Frente de Todos gobernó resignadamente. Pero se volvió a hablar de pragmatismo, un discurso gastado y, finalmente, poco pragmático, la derrota de 2021, con la sangría de más de 4 millones de votos debería ser suficiente para advertirlo.

Hoy nos encontramos una vez más frente al mismo planteo, el de un paradójico pragmatismo de la derrota. Lo que podríamos llamar la “derrota antes de la derrota”. Es decir, deponer nuestras convicciones políticas y nuestra historia, incluso nuestros aprendizajes e imaginación, para desde ahí, desde esa derrota, encaminarse a una muy probable derrota electoral. Hoy el Frente de Todos está proponiendo transformar la forma resignada de gobernar que lo caracterizó en resignación electoral. El argumento es el mismo que el de 2015: en frente está la derecha. Pero desde entonces, con ese argumento, vivimos puras derrotas. Incluso tomando las elecciones de 2013 –¡con un kirchnerismo que había ganado en 2011 con el 54% de los votos!– y aun ganando la de 2019 –termina derivando en derrota para un campo popular hoy empobrecido y desorientado. El mal menor puede ser un argumento táctico, siempre que se trate de una situación muy bien delimitada y con una perspectiva de fondo que no se reduzca a ese razonamiento. Pero si adoptamos el argumento del mal menor casi como una forma de ver el mundo, como un reflejo político permanente, lo que perdemos por el camino es la política como deseo, como disenso, como producción de mejores formas de convivencia, como audacia para la transformación social… Siempre va a haber un mal mayor enfrente: la demostración es que hay compañeros y compañeras que estarían dispuestos a votar a un delegado de la embajada estadounidense como Massa… Esa es la derrota antes de la derrota.

Volvamos al momento en que Massa se ganó un lugar en el electorado, pero, sobre todo, en la mesa del peronismo. Sosteníamos que había que construir una alternativa desde el campo popular que no se subordinara a los aparatos. Fuerzas sindicales, movimientos sociales, trayectorias independientes, tradiciones políticas que contaran con su herramienta electoral. Eso significa construir de otra manera, buscar otras alianzas, fortalecer la política territorial y no perder el rumbo por las coyunturas electorales. Nadie habló de quijotadas, pero lo que hoy se vive es de un quietismo alarmante, casi no se dan pasos sin previo cálculo… y de tanto calcular, la suma da siempre cero. ¿Por qué no volver a intentarlo? Es decir, apostar a construir fuerza que enfrente el ajuste venga de donde venga, cuando lo que vemos hoy es un ajuste que nadie (salvo expresiones de izquierda y movimientistas), enfrenta… y le deja el camino libre a la derecha, bajando el piso de discusión para que ganen y lo bajen más aún. Si la derrota electoral anunciada este año se cumple, se tratará de una saga completa de derrotas de la representación progresista, nacional popular o la etiqueta que se prefiera: 2013, 2015, 2017, 2021, 2023… con una victoria como la de 2019, la “genialidad” verticalista que sólo sirvió para que el ajuste ahora lo hiciera un gobierno en nombre del campo popular. Ya no se trata de quién es candidato, sino de cambiar esa lógica.

Cualquier espacio del campo popular que se plantee honestamente la cuestión, es decir, que más allá de los cálculos políticos inevitables se reserve una zona incalculable debería asumir el dilema. ¿Alinearnos con quienes nos ningunean, con quienes nos llaman sólo cuando les sirve un poroto más, con quienes en nombre de nuestros valores llevan adelante prácticas en los territorios y en las instituciones abiertamente contrarias a nuestras convicciones éticas y políticas, con quienes justifican hechos de represión brutales mientras los critican cuando gobierna otro, los que sí pueden meter las manos en el bolsillo de los jubilados sin sentirse parte de la derecha, quienes administran distintas variantes del ajuste desde su comodidad en espacios de poder, con quienes abrieron la puerta al extractivismo más brutal, con quienes pagaron una deuda ilegal e ilegítima en vez de pelear o renegociaron para legitimar la obscena deuda macrista con el FMI? Ya lo hicimos en 2019 paradas y parados sobre una agitación popular real que se fue diluyendo y no funcionó. Hoy alineándonos Sólo podemos perder… perder lo que nos queda: legitimidad, historia, convicciones y amor por nuestro pueblo.

¿Qué ganaríamos a cambio? ¿Dos o tres lugares en instituciones impotentes? La derecha no es la amenaza que aguarda del otro lado de un resultado electoral, la derecha ya gobierna, lo hace de facto y lo hace incluso a través de gobiernos de raíz popular que, como el gobierno del FdT concedió todo y más. Ni el presidente, ni el arribista ministro de economía ni su principal conductora política se pueden desentender de ello. Aun así, apostamos desde la construcción por abajo a tensionar también por arriba, a disputar lo institucional con nuestra herramienta electoral. Pero para tensionar hay que tensionar, valga la redundancia, no subordinarnos y aceptar otra vez la sentencia del dedo de un grupo que se arroga la decisión desde un volumen político que, aunque alicaído, nadie discute, pero también desde una historia heterogénea, siempre discutible (como todo en política), y desde una insistencia que supone año tras año siempre la misma encerrona.

A veces, lo que fue serio y loable se vuelve menos serio y hasta banal. Porque hay historia, discontinuidad, emergencias. ¿No es acaso una banalidad la discusión dentro de un mundillo sobre quién será candidato en el contexto de un Frente que dejará el gobierno con los niveles de pobreza, inflación, endeudamiento y todo cuanto maltrato podamos imaginar para con el medio ambiente, los sectores más pobres que se atrevieron a luchar, los díscolos, etc.? Un candidato que condiciona su postulación según se elija a de Pedro o Massa, es decir, si uno va arriba y otro abajo, otro que reclama casi en términos personales su “derecho” a presentarse, mientras tratan de forzar al gobernador que podría reelegir a ir a la presidencial porque, al parecer, en todo este tiempo no pudieron formar, alentar o hacer crecer a nadie más… La líder autorreferencial se reúne con su feligresía, que parece más preocupada por su retirada que por la acuciante situación que vive nuestro país. Tantas y tantos de los nuestros que, castigados por el salvaje ajuste del gobierno de Macri, fueron confirmados en la zozobra por el gobierno que esa misma líder anunció a través de un video en las redes y en el cuál nunca dejó de contar con un inmenso poder de fuego (los ministerios y las cajas más importantes, la provincia de Buenos Aires, resortes comunicativos y territoriales importantes, etc.) 

Ante semejante escenario incluso algunos de los nuestros insistirán con la perorata del mal menor. También es cierto, que mientras la sublevación social no adquiera nuevas formas de aparecer o, al menos, nos haga vibrar y despabilarnos, la repetición de lo mismo no encuentra gran obstáculo. ¿Qué podemos, entonces? Tal vez, construir un polo dentro del campo popular (dentro o fuera del Frente) que sostenga nuestras agendas históricas y las necesidades y apuestas del presente para desde ahí buscar tensionar a otros actores afines y así poder incidir. Por ahora no es más que eso, y no es poco. Eso sí dan ganas de militarlo o acompañarlo, eso puede entusiasmarnos, conectar con nuestra historia y contagiar a otras y otros. El resto es resignación. 

Las fotografías intervenidas están a cargo de Sergio Lánger   @langersergio

   

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