La cara sur de la moneda.

Por BRUNO CAVA – (Brasil. Ensayista, autor de La multitud se fue al desierto, La vida de la moneda
-junto a Giuseppe Cocco-, Bolsonaro. La bestia pop -junto a Lucas Paolo-, entre otros.
Publica en Al Jazeera, The Guardian, Uninomade Brasil, etc.). 

1. Coyuntura

El intento de integración regional de América del Sur se encuentra en una situación de bloqueo. Si las iniciativas de la Unión de Naciones Suramericanas (UnaSur) y del Foro para el Progreso y el Desarrollo de América del Sur (Prosur) se resquebrajaron internamente y, en la práctica, murieron, el Mercosur sobrevivió, aunque respirando a través mecanismos artificiales, a las sucesiones de gobiernos de derecha e izquierda (con sus golpes y contragolpes y vaivenes económicos), a la recesión de casi una década en la mayoría de los países sudamericanos y a la parálisis derivada de la pandemia del covid-19. La alternancia de anomias y casuísticas en relación a las políticas conjuntas del Mercosur ha vaciado el horizonte estratégico del bloque, agravando la falta de medidas comunes para defender la seguridad social, reducir las desigualdades regionales y armonizar la legislación sobre los derechos de las minorías. En cuanto a las infraestructuras de transporte, logísticas y producción de interés común, se destaca la acelerada fragmentación que comienza dentro de los países, en función de paquetes para el flujo de la producción de materias primas agrícolas, minerales y energéticas, con fines de exportación. En cuanto a los reveses políticos a gran escala del Mercosur, se pueden citar: la inminente deserción de Uruguay en nombre de una negociación unilateral de apertura con China; la suspensión de Venezuela desde 2016 por incumplimiento de la cláusula democrática (Protocolo de Ushuaia), y la no entrada en vigor del acuerdo de liberalización comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, debido a la violación de compromisos medioambientales, especialmente por parte de Brasil.

Es curioso que la reanudación de la discusión sobre la moneda común, con el nombre provisional de «peso-real» (otra posibilidad es llamarla «sur»), haya sido abrazada tanto por el ex superministro del gobierno de Bolsonaro (2019-22), el economista neoliberal-chicaguista Paulo Guedes, como por el nuevo ministro de Economía de Lula, del PT, Fernando Haddad, quien retomó explícitamente la agenda en enero, aunque con un nuevo giro. Tanto la derecha neoliberal como la izquierda nacionalista parecen converger en el reposicionamiento de la agenda de integración regional, aunque con objetivos programáticos diferentes. Los primeros, los librecambistas, ven en Mercosur un instrumento para una inserción con mayor poder de negociación, mayor blindaje frente a los shocks externos y ganancia de credibilidad internacional. Los segundos, los nacionalistas, rumian viejos teoremas antiimperialistas de los años 70, buscando coordinar políticas para la formación de un mercado interno interbloque, masa crítica de inversiones y concatenación de ventajas comparativas para la industrialización, y reducción de la dependencia de la moneda imperial, el dólar.

De hecho, la causa inmediata del acercamiento gubernamental entre Brasil y Argentina está relacionada con la dificultad de este último Estado para refinanciarse con divisas, lo que acaba congelando las inversiones por falta de crédito externo. Hasta ahora, China no ha conseguido ocupar la posición de moneda transnacional alternativa al dólar. En consecuencia, la restricción en dólares del tesoro argentino compromete por sí sola su comercio exterior. La discusión de la moneda común con Brasil está coyunturalmente ligada a la activación de un mecanismo de moneda contable bilateral (unidad de cuenta), sistema de pagos que posibilita operar dentro del bloque sin el recurso directo al dólar, mediante contratos de cambio indexados localmente. Del lado brasileño, con el tercer mandato de Lula (2023- ), se trata de una maniobra propagandística para la reinserción de Brasil como protagonista de un bloque regional y participante de los BRICS, de forma que el recién investido presidente también ha prometido resucitar la UnaSur. Por tanto, menos que una nueva arquitectura financiera a la altura de los retos de la globalización financiarizada del siglo XXI y de las cadenas de valor flexibles y algorítmicas, el nivel del debate intergubernamental sobre la moneda común oscila actualmente entre el eslogan y la medida provisional.

En este escenario de dificultades estructurales y casuística, es natural que la propuesta haya sido mal recibida por la prensa, especialmente por los columnistas económicos, con desconfianza, virulenta oposición e incluso como una broma. Se argumenta que la propuesta actual de una moneda común no sería más que otra moda, una idea efímera de temporada, que no toca los nervios de los problemas de cada país y, por el contrario, provocará más desorganización sistémica, altos costes de aplicación operativa y más sacrificios para los más pobres. Uno de los memes que circulan muestra a una persona vulnerable que va a comprar pan con un montón de pesos-real, una referencia a la galopante tasa de inflación que, en 2022, cerró en Brasil en torno al 6%, casi el doble del objetivo del Banco Central brasileño del 3,5%, mientras que en el mismo año la de Argentina rozaba el 100%, pudiendo considerarse ya una situación de “sobreinflación” inercial. ¿Cómo se puede pasar a una moneda común, que presupone una autoridad monetaria común y solidez jurídica, con semejante falta de control inflacionista?.

2. Apuesta

Es necesario desplazar todo el debate en torno a la moneda común. Los impases y obstáculos brevemente comentados anteriormente, en una palabra, la crisis del precario eje Sur-Sur, deben ser entendidos como una oportunidad para la ocupación del terreno por las luchas y la creatividad de los movimientos. La tarea teórico-política es hacer la transición activa de la crisis a la constitución de alternativas. El estancamiento tiene una triple causalidad, que debe abordarse, incluso en su interdependencia.

En primer lugar, la crisis deriva del hecho de que la conducción de las políticas de integración regional sudamericanas es dirigida por los Estados a discreción de los gobiernos involucrados. Los Estados se entienden como entidades unitarias, con estrategias para la afirmación de la soberanía en el contexto de las renovadas tensiones y conflictos de la globalización, donde se intensifica la disputa interestatal entre EE.UU., la UE, China y Rusia. Perdemos así de vista cómo los conflictos y tensiones permean los Estados como clivajes internos que se relacionan a múltiples niveles –por ejemplo, el resurgimiento trumpista en EEUU y el bolsonarismo brasileño; o entre la derecha xenófoba europea y Putin. Al mismo tiempo, las luchas también se producen en un ecosistema transnacional, a través de contagios o redes desterritorializadas, como en el ciclo de la Primavera Árabe, las jornadas de junio de 2013 en Brasil o el Movimiento 15-M en España y Cataluña. En este sentido, vale la pena reconstruir foros e instancias a media distancia, entre gobiernos y movimientos, retomando el legado de los primeros Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre y los momentos más creativos de la desaparecida «marea rosa» –y sin la nostalgia del epígrafe «populismo de izquierdas». Ante el vacío estratégico manifestado por los gobiernos, en su coordinación contingente a los estados de ánimo ideológicos, corresponde a las movilizaciones en los distintos ámbitos cambiar la correlación de fuerzas y volver a imaginar la integración.

En segundo lugar, la crisis tiene su origen en la propia dinámica de desarrollo adoptada: el neoextractivismo. Por un lado, significa anclar el poder de la moneda en la exportación de materias primas, lo que vincula las decisiones sobre construcción de infraestructuras y asociaciones gubernamentales con empresas «campeonas nacionales» y multinacionales capaces de un gran capital circulante. Por otro lado, implica la priorización de políticas sociales orientadas a la asistencia (línea de pobreza) y la restitución de la clase trabajadora al terreno de la competencia, bajo el paradigma del “capital humano”. Se pierde así el horizonte emancipador de una integración comandada por una agenda de protección socioambiental y seguridad alimentaria. Aunque el Mercosur contiene una cláusula democrática (Protocolo de Ushuaia) y compromisos programáticos para reducir las disparidades, nunca se ha prestado verdadera atención a la coordinación de las políticas sociales. Hay un espacio importante de formulación a ocupar, por ejemplo, con la experiencia brasileña de transferencia directa de renta, en la dirección de la Renta Básica Ciudadana, con efectos multiplicadores, aumentando las conquistas y fortaleciendo las condiciones de negociación de la nueva clase trabajadora (en los sectores de servicios, informales, precarios, etc.). La cláusula democrática no tiene sentido sin un fundamento materialista de la propia democracia. Se trata de hacer de la política social del Mercosur la base de la política de estabilización económica y no al revés, haciendo de la ciudadanía regional el nexo de producción y constitución, lo que implica no sólo disposiciones monetarias, fiscales y comerciales conjuntas, sino también commonfare (gobernanza de los bienes comunes). El dinero, además de ser una institución del Estado y la forma general de la mercancía, tiene vida propia, como vislumbró el filósofo Pierre Klossowski en La Monnaie vivante[1].

En tercer lugar, la crisis se debe al fracaso de los proyectos de desarrollo inspirados aún en la industrialización del siglo XX. Tanto los neoliberales como los desarrollistas tropiezan con la misma piedra cuando reducen la monetización del espacio regional a un instrumento, es decir, a un medio para alcanzar sus objetivos: ya sea la inserción competitiva en el mercado globalizado (Mercosur de las empresas) o la superación de los obstáculos y resistencias al mercado interno y a la industrialización endógena (Mercosur de las soberanías). El fenómeno monetario es poliédrico y, además de su función como unidad de cuenta o fuente de capitalización, en la crisis del capitalismo global el dinero se ha convertido en un medio de medios. A lo largo del siglo pasado, las luchas obreras provocaron crisis en los modos de explotación y valorización, que a su vez determinaron una profunda reestructuración del Estado y del mercado. Esta tríada luchas-crisis-restructuración, sin embargo, llegó a un callejón sin salida general en el neoliberalismo, por dos razones. Primero, debido a la extrema fragmentación de las cadenas de valor y a la segmentación productiva, ya no existe ninguna forma política que pueda contener los antagonismos sociales y las fuerzas productivas en su seno, en una crisis abierta que puede incluso culminar en una guerra civil mundial. Tras las “primaveras”, el sistema político queda debilitado y obsoleto, las fuerzas productivas y sociales ya no caben en él, cuyo subproducto –a menudo mistificado– es un rechazo continuo de la esfera representativa, de la “casta” de los profesionales de la representación o de la política misma. Segundo, las tramas y redes sociales productivas han fagocitado la fábrica: más que una «fábrica social», la fábrica es hoy un apéndice de la hegemonía del trabajo inmaterial (o biopolítico). De ahí que la financiarización generalizada corresponda al nuevo modo de capitalización al aire libre, en el Exterior, puesto que, en su mayor parte, el capital ya no gobierna la producción: se limita a captar el producto, extrayendo de él una renta parasitaria. La colosal expansión de los productos financieros corresponde a la colosal productividad biopolítica de una sociedad que ha escapado de la fábrica. Como consecuencia, la vida del dinero ha sufrido una dislocación fundamental, dejando de ser un elemento dialéctico de relación entre los trabajadores y el capital, para convertirse en un excedente –a ser reapropiado.

En sus momentos más utópicos, la construcción de una moneda del Mercosur animaba a los idealistas con el fortalecimiento de la democratización, la paz, el desarrollo y la seguridad monetaria y geopolítica del bloque. Pero la concepción seguía siendo limitada: protagonizada por los Estados, deslumbrada por el ‘oro de tontos’ de las commodities y reduccionista en cuanto al potencial del fenómeno monetario, solo ligado a los intercambios. Tal concepción era el resultado no sólo de miopías ideológicas, sino también de una situación de impasse objetivo, dada por las contradicciones, contingencias y turbulencias que permeaban, de manera diferente, pero con interferencias y contagios, a cada uno de los países involucrados. La salida sólo puede ser la creación política, pero una política de lo común, desde los movimientos, y sin prescindir de las brechas abiertas en los gobiernos.

[1] Publicado en español: Pierre Klossowski, La moneda viviente (1998). Córdoba: Alción Editora.

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