100 años de la muerte de Lenin: Lenin y Bogdanov en Capri

Por BRUNO CAVA (ensayista y activista brasilero, forma parte de Uninomade Brasil, autor de La multitud se fue al desierto, coautor de New neoliberalism and the other…, entre otros, escribe en Al Jazeera, The Guardian, Le Mnde Diplomatique)

Doscientos cincuenta euros. Es lo que cuesta alojarse en Villa Krupp, por eso solo pude verla de lejos cuando visité Capri en 2013 y 2021. El balcón de esta pensión ofrece una de las vistas más impresionantes de la isla conocida desde la antigüedad como la «Perla del Mediterráneo». Capri no esperó a que las estrellas de Hollywood y los magnates estadounidenses la convirtieran en glamorosa. Durante siglos, fue frecuentada por emperadores, senadores y poetas latinos, que iban a disfrutar del suave clima, a veces como refugio contemplativo, a veces como guarida erótica. Los Krupp poseían el tentacular imperio del acero de la Europa continental. Dominaban no sólo el mercado siderúrgico y metalúrgico, sino también la industria bélica. Bajo la presidencia de Friedrich Alfred Krupp (1854-1902), se convirtieron en líderes en la fabricación de cañones, los mismos que se utilizaron para aplastar a la comuna de Canudos en 1897. Con Alfred Krupp, el holding pasó a invertir en la producción de acorazados, submarinos y motores diesel.

En 1902, cuatro años antes de la llegada de los emigrantes rusos, Alfred se suicidó en Capri. Unos informadores infiltrados en la mansión filtraron a la prensa de Nápoles las preferencias efebofílicas del patriarca, sobre todo en lo referente a lo que sucedía con los huéspedes adolescentes varones. A esto siguieron informes mordaces que circularon rápidamente en los círculos de la sociedad del Viejo Continente. La semana antes de que se quitara la vida, se podía sentir el grado de presión ejercido por la prensa sensacionalista a través de uno de los titulares sobre el caso: «Sodoma Caprese».

El azul intenso del mar contrasta con el gris oscuro de las rocas y el verde intenso de los cipreses, mirtos y lentiscos. La luz del atardecer exalta los paisajes de Capri, que transmiten por doquier una paz soberana y apolínea. En primavera, la isla florece en amarillos y lilas, alcanzando una belleza imposible. En el verano de 1908, Lenin visitó Capri por primera vez. Como sabemos, la represión de la revolución de 1905 por el régimen zarista provocó la diáspora de los revolucionarios rusos. Lenin pasó una década en el exilio, alternando entre países europeos. Otro emigrante subversivo fue Máximo Gorki, por entonces ya aclamado en todo el mundo. Tras una visita a Estados Unidos, donde fue tutelado por Mark Twain, el escritor ruso optó por refugiarse en Capri. Al llegar al puerto de Marina Grande en 1906 con su esposa y una pareja de sirvientes, fueron recibidos por una multitud de admiradores y curiosos. Gorki se convirtió inmediatamente en otro de los residentes ilustres de la isla.

La pareja alquiló la Villa Blaesus, que más tarde se convertiría en la pensión Villa Krupp (en referencia a la mansión vecina). Nada mal: junto a los Jardines de Augusto, la casa domina los Faraglioni, la dramática formación rocosa que sobresale del mar, inspiración de innumerables poemas sobre la isla. Allí, entre 1906 y 1909, Gorki escribió varios cuentos, artículos y ultimó la novela La madre, entre paseos, baños de mar y espléndidos desayunos a la italiana disfrutados en la terraza. Con sus vinos volcánicos, su abundante marisco y sus naranjas ultradulces, el sur de Italia era frecuentado por la aristocracia del norte de Europa, un lugar tradicional para la relajación mental y la clandestinidad amorosa. La intelectualidad de las regiones más frías no estaba ausente de la escena. Basta recordar cómo, más tarde, en los años veinte, Walter Benjamin, T. Adorno, A. Sohn-Rethel, Karl Kraus y B. Brecht vivieron allí y deambularon durante sus años de formación, a menudo con sus respectivas amantes (véase «Adorno en Nápoles; cómo un paisaje se convierte en filosofía», de Martin Mittelmeier).

Cada año, a partir de abril, Capri se convertía en un bullicioso escenario de las vacaciones de la alta burguesía, la nobleza a todos los niveles y los medallones de las artes, las letras y las ciencias. En la primera década del siglo XX, la isla ya estaba salpicada de boutiques, ateliers, cafés y yates amarrados que destilaban el lujoso ocio de finales de la Belle Époque. Había varios lugares memorables. Los clientes del café Zum Kater Hiddigeigei, por ejemplo, podían saborear cervezas bávaras frías, recién llegadas de Múnich, mientras discutían sobre Nietzsche, Freud o Avenarius.

La villa en la que se instaló Gorki estaba al lado de la inmensa finca de la familia Krupp. Los Krupp hicieron construir una mansión neoclásica, donde recibían a la alta casta militar prusiana en sofisticadas veladas y noches de borrachera. Era un entorno propicio para firmar contratos millonarios de armas y municiones. El yate familiar, uno de los mayores de la época, tenía su base en Capri. A Alfred le sucedió su hija Bertha Krupp, que daría su nombre al mayor obús jamás utilizado en la guerra, el «Gran Bertha», con un calibre de 42 cm y una masa de 43 toneladas.

Lenin llegó a Capri el verano de 1908. Para entonces, la casa alquilada por Gorki se había convertido en un centro de notorios exiliados, entre ellos Alexander Bogdánov, Anatolio Lunatcharski y Vladimir Bazarov, por citar sólo algunos. De esta reunión se ha conservado una secuencia de fotos que muestra al grupo de Gorki en el balcón, observando una partida de ajedrez entre Lenin y Bogdánov. Una de las fotos tenía siete personajes en el plano, pero en el transcurso del periodo estalinista fue mutilada y los condenados al ostracismo por la maquinaria represiva de la URSS fueron borrados sucesivamente. Quien busca, encontrará algunas versiones de esta foto, cuya antigüedad y autenticidad se pueden calibrar por el número de personas que aparecen en el encuadre.

La única razón por la que Bogdánov no fue eliminado de la foto fue porque habría sido ridículo dejar que Lenin jugara contra un oponente fantasma. A pesar de ello, el reconocimiento de la autoría de Bogdánov por la laboriosa traducción de los tres volúmenes de Das Kapital al ruso desapareció misteriosamente de las ediciones soviéticas del libro de Marx a partir de 1928. No se sabe quién ganó la partida captada en la foto. No se conserva ninguna hoja de transcripción de las partidas de Lenin. En el sitio web “Chessgames” aparece una partida entre Lenin y Gorki, que ganó este último. Pero sólo puede ser falsa, porque la variante jugada en la Defensa Alekhine no se conocía en 1908 y Gorki tampoco sabía jugar. Bogdánov era considerado un gran ajedrecista, además de médico, filósofo, activista y escritor de ciencia ficción. Un polímata.

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La primera escisión del partido se había producido en 1903, entre bolcheviques y mencheviques. La segunda escisión fue interna del partido bolchevique y tuvo lugar en 1909, entre leninistas y bogdanovistas. Cuando viajó a Capri en junio de 1908, Lenin ya había enviado al editor la primera versión de los manuscritos de Materialismo y empirismo (publicado en 1909). Con retórica incendiaria, el libro de más de 400 páginas justifica la ruptura con la fracción bogdanovista a causa de la desviación de la línea materialista. La herejía de los bogdanovistas era supuestamente el fruto envenenado de la obra de Ernst Mach, que por aquel entonces era profesor en la Universidad de Praga. Lenin acusó a los seguidores rusos de Mach (también llamados «makistas»), liderados por Alexander Bogdánov, de rendirse a un subjetivismo burgués e idealista, solipsista hasta el extremo, en contradicción directa con la línea básica del marxismo, que era materialista. Una capitulación teórica y práctica. Lo que se convertiría en un tropo para perseguir a los desviados de la ortodoxia… En el marxismo, según esta lectura de Lenin, el mundo de las cosas determina en última instancia el mundo de las ideas, en lugar de que la conciencia determine la realidad, como en el idealismo.

¿Cuál es la diferencia filosófica en teoría? De hecho, el problema había sido mal planteado por Lenin en su apresurada obra. Al reivindicar un concepto unidimensional de la materia, la materia como densidad inerte del sustrato, Lenin acabó incurriendo él mismo en un idealismo dualista, que hace de la materia algo trascendente y absoluto. El cóctel sabe menos a Marx que al Engels del Anti-Düring. De este esquema se deriva la separación entre el mundo objetivo de la realidad, ahí fuera, independiente, y el reino de lo subjetivo, aquí dentro. Esta división se desarrollará aún más dentro de la crítica de la economía política, con la separación entre infraestructura y superestructura, o entre las fuerzas/relaciones de producción y el marco ideológico/cultural. En cualquier caso, se da primacía de determinación al primer término.

La obra de Bogdánov, en cambio, mucho más elaborada y trabajada durante su carrera como autor, supera la dicotomía entre objetivo y subjetivo, así como entre infraestructura y superestructura. Toda esta discusión sobre qué fue primero: la materia o el espíritu, es exagerada y se presta más a argumentos de autoridad que a fundamentos filosóficos.

El materialismo (ordinario) y el idealismo tropiezan con la misma piedra, a saber, la sustancialización (por hipostasis) de una realidad última, ya sea la materia y el espacio, o la conciencia y el sujeto. Por eso, Bogdánov propuso superar el dualismo realidad/ideología con un monismo que parte de los fenómenos que se presentan, en lo que el bolchevique estaba en sintonía con los desarrollos filosóficos del cambio de siglo: E. Mach, Bergson y Husserl. Para Bogdánov, la naturaleza existe externamente, por supuesto, pero es caos. Y un caos que se resiste a los intentos de organización, que ofrece plasticidad y que exige técnicas y ciencias en pos de la eficacia y la integración. El trabajo es la forma en que el ser humano se enfrenta al caos dotándolo de formas organizativas económicas; como la cultura lo hace con formas ideológicas; y el poder, con políticas. Y así sucesivamente, en múltiples esferas.

La relación sujeto/objeto (espíritu/materia) se vuelve dinámica y funciona a través de umbrales adaptativos, en los que el organismo busca un equilibrio energético e informativo con el medio. Antes que de sustancias absolutas, se trata del carácter relacional y del juego de límites variables. En lugar de un dualismo trascendente, como en el texto leninista de 1909, que corre el riesgo de culminar en una dialéctica liada por la instancia del poder, Bogdánov despliega un esquema monista que es, al mismo tiempo, pluralista (monismo = pluralismo). Pluralista porque se deja llevar por la organización progresiva de las múltiples dimensiones del campo de la experiencia –individual, colectiva o social– frente a la resistencia y plasticidad de la realidad (caos).

No es difícil encontrar en la teoría de la organización de Bogdanov un antecedente del Análisis de Sistemas del siglo XX o de la Cibernética de N. Wiener, con sus gradaciones de energía y entropía, como señala James D. White (en su monografía sobre Bogdanov titulada Red Hamlet).

Aplicando sus ideas al espacio proyectivo de la ciencia ficción, en los dos libros ambientados en Marte, Bogdánov describe el drama de una civilización enfrentada al caos sistémico resultante del agotamiento de los recursos. Al final, los marcianos socialistas se precipitan al borde de la extinción. Entre otros muchos temas, Bogdánov habla de la deforestación y de la matriz energética. Recientemente, en Rojo molecular (2016), McKenzie Wark escribió que la actualidad de Bogdánov consiste en haber formulado el problema del Antropoceno, es decir, la era geológica moderna en la que los humanos se han convertido en una fuerza geofísica planetaria y la propia Tierra en una vasta fuerza social, desestabilizando las condiciones límite de la vida.

De acuerdo, pero ¿cuál es la diferencia entre Lenin y Bogdánov en 1908 y la práctica de su época? Ambos revolucionarios se vieron obligados a reelaborar el marxismo, dadas las lecciones aprendidas de la Revolución de 1905 y sus secuelas. Más que disputas por el protagonismo o rencillas individuales, chocaron dos concepciones diferentes de la construcción del socialismo.

A partir de 1905, en sus escritos, Lenin puso el dedo en la llaga de la lucha política. Lenin comprendió que la autonomía de lo político era vital para la acción bolchevique y que sólo una vanguardia comprometida con la toma del poder estatal sería capaz de dar consistencia a la revolución. Una vez en marcha la revolución, sólo esta vanguardia profesional y militarizada garantizaría su supervivencia frente al asedio que sin duda se avecina. Lenin, el jacobino.

Bogdánov, por su parte, cree que sólo un proceso global y polifacético, que podríamos llamar civilizatorio o Kultur, puede conducir la revolución en dirección a la utopía. Esto no significa que la lucha política no sea importante, pero no le otorga la centralidad que Lenin le atribuía. Al contrario, chez Bogdánov, sin revolución social y cultural (podríamos añadir: y ecológica), no hay revolución política y viceversa. El problema es, en efecto, de organización, pero ésta depende de principios inmanentes de formación de las conciencias y de ideologías basadas en el entorno concreto de la vida ordinaria. La ciencia y los científicos se han convertido en agentes de transformación del mundo. Y esto no viene de fuera, a través de un partido que guía a las masas. El partido es responsable de la pedagogía, pero no ocupa el centro del poder a perpetuidad. Bogdánov, el pedagogo.

Es cierto que la escisión entre Lenin y Bogdánov fue ganada por el primero, ya que podemos ver cómo el Partido Bolchevique asimiló la línea leninista y suprimió la segunda. Aunque limitado como filosofía, Materialismo y empirismo se convirtió en el aglutinante del marxismo-leninismo, es decir, de lo que sería la ideología oficial del Estado, un libro de texto escolar obligatorio. La obra polivalente de Bogdánov, mientras tanto, fue eliminada del canon socialista y se convirtió en un culto, con tal vez una docena de especialistas en el mundo.

No estoy cualificado ni educado para juzgar hasta qué punto el realismo ingenuo (en absoluto) de Lenin influiría en el futuro del partido y de la Unión Soviética tras la revolución de 1917. De cómo el tono autoritario y sectario de su «filosofía», basada en verdades vehementes y absolutas, desembocaría en el DiaMat[1] estalinista. Del mencionado libelo antimakista en Materialismo y empirismo se desprende que Lenin se limitaba a tolerar heterodoxias y modernismos siempre que no pusieran en peligro la unidad política de su dirección personal. La vulgata materialista que se convirtió en canon contribuyó sin duda a la entronización del realismo socialista como estética estatal obligatoria a partir de 1934, en la que Stalin incluyó ominosamente a Gorki como mecenas. El empirismo de Bogdánov, por otra parte, proporcionó insumos para la Proletkult («Cultura obrera»), la vanguardia rusa y el cine de un Dziga Vertov, al menos hasta que todos ellos fueron debidamente reenmarcados en la ortodoxia.

* * *

En 1908, Lenin no viajó a Capri para buscar un acuerdo con los bogdanovistas, como quería Gorki (que se había ofrecido como mediador). En ese momento, el desacuerdo era irreconciliable, los engranajes del ala leninista estaban preparados para otra defenestración. El propio Lenin se resistió a la idea de pasar unos días del verano en Capri, como cuentan las memorias de su esposa Krupskaya, escritas en 1933. A su paso, Gorki cuenta que, cuando llegó a su villa de película, Lenin se mostró inflexible y le dijo que no entraría en polémicas políticas ni filosóficas.

Pero si no era para buscar la reconciliación, ¿cuál era la verdadera razón del viaje del líder bolchevique? En Scacco allo zar (2012), Gennaro Sangiuliano presenta dos hipótesis alternativas para la visita de Lenin a la perla mediterránea. Una es plausible. La otra es pura especulación.

La hipótesis plausible es que, independientemente de lo que pudiera ocurrir, Lenin quería recabar información sobre los que pronto se convertirían en sus enemigos. Quería escucharlos, quería medir personalmente el daño que causaría la escisión en el año siguiente. Mientras tanto, Lenin se entregaba a lo mundano. Pasaba los días en Capri con su amante, navegando por la costa, jugando al ajedrez y bebiendo vinos de Campaña.

En su libro, Sangiuliano explica cómo el retrato de un Lenin totalmente centrado en la revolución, un archimilitante zoon politikon a tiempo completo, es un mito fabricado por las hagiografías posrevolucionarias. Nunca abandonó sus costumbres aristocráticas: esquiaba, hacía montañismo, pescaba, cazaba y frecuentaba teatros de ópera y restaurantes de lujo. Al fin y al cabo, la inmensa mayoría de los revolucionarios modernos procedían de los estratos elitistas e intelectualizados de la sociedad. Sus admiradores más idólatras siempre dirán que, en el fondo, Lenin practicaba deportes al aire libre exclusivamente para prepararse para la revolución, emulando al personaje Rajmetov de la novela de Nikolai Tchernichevski.

La segunda hipótesis sobre el viaje a Capri en 1908, según el capítulo VI de Scacco allo zar, es que allí Lenin ya buscaba el diálogo con el Estado prusiano, para forjar las buenas relaciones con los bolcheviques que más tarde desembocarían en Brest-Litovsk (y por renglones torcidos, décadas más tarde, en Molotov-Ribbentrop). La isla de Capri fue el epicentro de espías de diversas agencias de las potencias imperiales, interesados en los movimientos de funcionarios y gente adinerada. Quizá por casualidad, el mismo verano en que Lenin se alojó en casa de Gorki, nada menos que el mariscal Paul von Hindenburg (entonces coronel general) se hospedaba en la Villa Krupp, situada al lado.

En una historia que recuerda a una novela de espías, se dice que un oscuro revolucionario bielorruso llamado Helphand-Parvus ató los cabos de esta reunión secreta entre Lenin y los alemanes. Se trata de conjeturas muy especulativas del autor. Pero no son en absoluto inverosímiles en este intrincado rompecabezas de maniobras tácticas y filosóficas entre las dos revoluciones rusas de 1905 y 1917.

Publicado por Rede Universidade Nômade, 22/01/2024

[1] Nombre que le dio Georgi Pléjanov al materialismo dialéctico.

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