La política ha muerto hasta nuevo aviso… y solo se avisa desde abajo.

Por ARIEL PENNISI

1. 1946 y 2003 son datados no pocas veces como años que vieron nacer ciclos gubernamentales cargados de agendas populares, redistribución de ingresos, conquistas de derechos y hasta cierta buenaventura de discursos atentos a la “cuestión social” calando en parcelas del sentido común. Más allá del salto histórico que vuelve en muchos aspectos incomparables esas fechas –es decir, que la simbología no salda las diferencias materiales–, ambas tienen en común la irrupción callejera y multitudinaria de un ánimo popular intolerante frente a estados de cosas signados por la injusticia social. En un caso, el balcón de un edificio público frente a la Plaza de Mayo podía volverse habitáculo para un liderazgo político pregnado de expectativas, escenario y palco al mismo tiempo de un teatro político posible, es decir, de una ficción útil y creíble. 17 de octubre de 1945 es el nombre de la obra que anuda deseos que provienen de los bajofondos con discursos, narraciones, razonamientos que se elaboran en estructuras partidarias y sindicales y se anuncian, justamente, en balcones. Estado y pueblo significaban algo.

El otro caso, contiene imágenes televisivas de torpeza en el uso de un bastón presidencial y un discurso sorpresivamente empático con la tradición de los Derechos Humanos, un activo popular que se había legitimado en la lucha contra la dictadura genocida, que había resistido el período aciago de la posdictadura y permanecía en pie tras (y no a pesar de) el torbellino de 2001. A diferencia de octubre del 45, diciembre de 2001 se parece a una instalación[1], no reencuentra la política como teatro, no hay ficciones creíbles disponibles, sino una fuerza irrepresentable que tensa la situación del país entre el deseo de protagonismo social y la dispersión nihilista. De la “música más maravillosa”, batifondo popular audible y descifrable por una mediación política llamada peronismo, al grito que no pedía líderes ni nada, “que se vayan todos”, pero se encontró con algo, ese estado de negociación y reforma llamado kirchnerismo; lo político se deslocalizó de maneras virtuosas y precarias, pero hoy aparece como tachadura.

Quienes critican a “los políticos” como una clase aparte o casta niegan, en el fondo, las instancias colectivas de construcción de imágenes, herramientas y formas de organización de los asuntos comunes. Niegan el carácter inherentemente conflictivo de toda mediación que funcione como dispositivo colectivo de enunciación asociado a una imagen posible de bien común. Sueñan con una sociedad atomizada gobernada por una suerte de máquina acéfala y un Estado represivo capaz de garantizar el único criterio común que reconocen: el rendimiento y la propiedad privada.  

Ahora bien, los espacios y discursos políticos existentes que asumen la disputa cultural y electoral contra esa andanada fascistoide coinciden en un punto: mientras los Milei despotrican contra el Estado y su fauna, las y los compañeros de la dirigencia y militancia del campo popular se parecen a Greenpeace en su campaña por salvar a ese animal en extinción que es el Leviatán. Ninguno, ni los “fachos” ni los “progres” reconoce la caída de esa ficción creíble que fue la sociedad moderna del progreso capitaneada por políticos hábiles en botoneras estatales, con sus lugartenientes esquineros (reducidos a punteros) y sus feligresías duraderas (reducidas a militancia imaginaria). Es decir, los primeros no se dan cuenta que no hay nada que derrocar, y los segundos no asumen que esa obra del gran teatro político cada vez interesa menos porque ya no produce sentido o, al menos, no protagoniza la producción de sentido. Su sobrevida puede durar cien años más, pero lo que fue no vuelve y lo que “puede” se modificó. ¿Qué pasa mientras tanto con la democracia?

La democracia sin protagonismo social es solo una cuestión de procedimientos. Tecnocracia o asunto de castas (como denunciaban los de Podemos por izquierda en una España tensada por el movimiento del 15M, mucho antes que los libertarios de pacotilla y, claro, desde otro lugar). La crítica a la política sin una apuesta colectiva favorece a las castas más poderosas, las empresariales y financieras. Pero la defensa de la democracia en abstracto, pierde potencia en un tiempo de flaqueza del sentido, sobre todo, cuando los principales referentes políticos, sociales y sindicales se parecen cada vez más a esos personajitos que vemos a través de las pantallas de televisión o de la computadora y que Adorno llamó alguna vez “enanos”. Con la democracia no se come, ni se cura, ni se educa; a lo sumo se consiguen momentos de decisión popular sobre esas y otras cuestiones, se consigue, incluso y, tal vez, sobre todo, la posibilidad de equivocarse por cuenta propia. ¡Que se endeuden por nosotrxs! ¡Que haya que agradecer una obra pública o una medida reparadora!  

Tal vez sea en esta madeja de impotencia, en que las identidades se desmienten a sí mismas y nadie puede prometer honestamente nada, sino, como máximo, tener la honestidad de no prometer, que nos debamos el esfuerzo de habilitar otros posibles. Imaginamos reemplazar el teatro triunfal (finalmente, triunfalista) de la política moderna por un laboratorio de ensayos y errores distribuidos entre gobiernos de cercanía, presupuestos participativos, referendos, formas de horizontalidad vinculantes, una renta básica cogestionada… quién dice, nuevas instituciones. Hay casos, ejemplos, experiencias que por excepcionales no deberían ser descartadas o confinadas a las vitrinas del heroísmo, porque es justamente la excepcionalidad que goza de una particular capacidad para instituir prácticas, rituales, sensibilidades, saberes. ¿Y desde la política tradicional que persiste? Al menos no obturar la posibilidad de esa rareza que algunos llamamos política.    

2. El Frente de Todos, una vez alcanzado el objetivo electoral, se convirtió en la sombra de sí mismo, un gobierno cuyas políticas (por medidas concretas o por ausencia de ellas) no solo no transformaron el rumbo heredado, sino que lo ratifican día a día. No es descabellado constatar que el gobierno es impotente en casi todo: desde las quemas de los humedales y bosques, hasta la toma de nuevo endeudamiento para pagar deuda externa, pasando por la inflación creciente, los despidos de Techint con el decreto fresco de la prohibición a los despidos, la extorsión del agro y otros sectores que recibieron tipo de cambio privilegiado, nuevos ajustes sobre los planes sociales, la mano en la lata de los fondos jubilatorios, etc., etc., etc. La pregunta que surge es: ¿la impotencia aparece como una característica de este frente político y su gobierno, o bien se trata de la impotencia propia de cualquier gobierno en condiciones de agotamiento del Estado nación tal como se lo conoció en el momento supuestamente dorado del siglo XX?.

Si asumimos que ambas opciones son aceptables como explicación general, es necesario que en adelante los ejes de las pendientes y nuevas agendas para una propuesta política las tengan en cuenta. De modo que una construcción política desde el campo popular que asuma las consecuencias de la crítica (sin consecuencias no hay crítica que valga) debería empezar por hacerse cargo del fracaso del Frente de Todos y, al mismo tiempo, permitirse imaginar otros dispositivos no solo a nivel partidario o sectorial, sino estructural o institucional, que articulen fuerzas hoy desperdigadas (más afines o contradictorias, con mayor y menor acumulación propia, con prácticas más saludables o menos sanctas…). Buena parte de las energías de quienes se proponen una y otra vez como representantes, referentes, delegados, es decir, quienes toman un espacio que otros dejan pasar o sienten lejano, se disipan entre la rosca política, el supuesto pragmatismo (que en otra parte llamamos “dogmatismo del poder”[2]), las jugadas de ajedrez en un tablero viejo y despintado, la acumulación para cuando lleguen tiempos mejores o simplemente la supervivencia –una supervivencia que no es nada liviana, ya que desata los peores maltratos entre los correligionarios, agachadas de todos los colores, pequeñas traiciones, actitudes vergonzantes.

Quienes ostentan la conducción del FdT, con los ministerios y las cajas más importantes pasaron de cascotear al ex ministro de economía y de intentar salvar su propia imagen cuando se votó el acuerdo con el FMI, a respaldar algo peor, una política de la subordinación explícita al Fondo y a su socio más importante y manda más Estados Unidos (últimamente el segundo hogar de Sergio Massa). En marzo de 2022, el Frente de Todos aportó 76 votos favorables al acuerdo con el FMI en la Cámara de Diputados acompañando a los 111 votos de la derecha. Mientras tanto, en ausencia del tradicional teatro político, Máximo Kirchner ofreció un espectáculo poco creíble oponiéndose y renunciando a una formalidad como es la presidencia del bloque, cuando en las comisiones sus conducidos ni siquiera intentaron bloquear el avance del proyecto, es decir, lo posibilitaron. Quienes participamos de movilizaciones callejeras y acciones políticas, ciertamente magras, contra lo que nos vendían como inevitable no encontramos militantes de La Cámpora ni, a decir verdad, militantes peronistas en general cuestionando la legitimidad de esa deuda y la decisión catastrófica de tomar nueva deuda para convalidar y pagar la estafa que nos dejó Macri.

 Algo parecido ocurre con Cristina Fernández vuelta comentarista de un gobierno que la tiene como principal electora. Ni ella ni su hijo, ni la prole camporista (ni, va de suyo, el resto de los aliados mayoritarios) dijeron nada cuando el gobierno del FdT, en lugar de asumir que la gestión de Macri había dejado al país en default, comenzó pagando deuda. Tampoco se esmeraron en impulsar la querella contra Macri por el endeudamiento criminal, ni en movilizar a su militancia como lo hacen cada vez que se pavonean en algún estadio o alguna universidad para recitar su propio decálogo. Da la sensación que las luchas populares que no les aseguran una acumulación más o menos exenta de riesgos no los convocan demasiado. Pero, sobre todo, parece que no se hizo desde las principales fuerzas políticas del campo popular una crítica de los mecanismos y formas de construcción que nos ponen de cara a una nueva y más peligrosa victoria electoral de la derecha. Los elogios del núcleo duro del kirchnerismo a Massa que parecen buscar posicionarlo entre la militancia y, quien sabe, impulsarlo como candidato del Frente de Todos, reúnen la impotencia de una forma de construcción de poder con las dotes de un gran cuadro político como Cristina Fernández, hoy una política que parece hablarle solo a su hinchada. Es decir, da la impresión de que no hay grandes cuadros políticos que alcancen para legitimar las agendas populares en estas condiciones. ¿Es que hoy solo toca defenderse? Tal vez no sea el momento de los “grandes”, sino de los “muchos”, muchas y muches…    

3. En 2015 llamábamos “encerrona” a la instancia electoral que presentaba tres candidatos, Macri, Scioli y Massa, como garantes de un ajuste venidero. Ese consenso en torno al ajuste tuvo en una Cristina Fernández aun presidenta una de las responsables de la derrota antes de la derrota: la elección a dedo de Scioli como candidato (más allá de la polémica en torno a la falta de apoyo de La Cámpora en la campaña). ¿Cuál era la hipótesis? ¿Mejor moderarse o incluso hacerse cargo del trabajo sucio antes que dejar esa tarea a quienes históricamente bailan ese baile? ¿Mejor poner la mejilla derecha ante la posibilidad de una derrota o antes que dejarse correr por izquierda? ¿Claudicar para no contrariar a la sociedad en una coyuntura conservadora? Lo cierto es que hoy nos encontramos ante una situación peor aún, porque esta vez (otra vez) el trabajo de la derecha lo está haciendo el peronismo, ¡con Cristina, con Alberto, con Massa y la mar en coche! Los discursos suenan cada vez más engolados y alejados de cualquier habilitación para otra perspectiva. Se escuchó al hijo de la vicepresidenta decir que “ahora sí” hay que pactar una agenda que sea respetada por todas las partes en caso de que el FdT ganara las elecciones. ¿Entonces, cuando asumieron en 2019 no estaban decididos a hacerse cargo de la agenda popular y la movilización que terminó con la continuidad del macrismo? ¿Qué quedó del discurso de Cristina aquel 10 de diciembre de 2019?[3] El ensimismamiento de los dirigentes es correlativo a la desazón popular. ¡Que nadie se haga la víctima!

Para interrumpir y neutralizar el proceso político que tuvo como protagonista a la clase obrera organizada en los 70 fue necesario un bloque de poder unificado con dictadura incluida y apoyo estadounidense. ¿Hoy con dos jueces amigos y tres o cuatro operadores mediáticos grises se cargan a un proyecto político? La fallida operación clamor tiene que ver, sobre todo, con la disociación actual. Los enunciados combativos se gritan desde un lugar de enunciación renunciante. Los jóvenes entusiastas que van a clamar por Cristina, en el micro conversan y se preparan (¿como en un grupo de autoayuda?) para “ser orgánicos” y votar a Massa. Ya no importa si es Cristina, Massa o Depedro; si Grabois se enoja o se subordina… En el fondo, la sola posibilidad, la tolerancia anticipada al sapo de turno, nos devuelve a 2015, pero al pasado no volvemos mejores, cuando lo que pasó nos hizo peores. Hay quienes especulan con un amague de “la jefa” –¿los mismos que consideraron una genialidad estratégica la unción de Alberto como candidato en 2019? Se oyeron incluso tonos reprochones: “que no se haga la viva”. Algún espectáculo autohumillante por la pantalla de C5N: “somos perros de Cristina, pero no nos dice ni cáchele ni hágase el muerto». La muerte de la política tiene el aspecto de una política que continua como si no pasara nada. La muerte del teatro se parece a un teleteatro degradado. El desaguisado anímico es la sintomatología que no está encontrado su cara inventiva y entonces aparece solo como malestar mal llevado.

4. El capitalismo no es el sistema más eficiente para la producción de bienes y servicios que necesita la humanidad, en todo caso, es parte de la producción de esa humanidad. Y no está en cuestión si lo conduce el Estado o el mercado, sino qué subjetividades produce y qué otras prácticas, tendencias, vectores existen o pueden emerger como alternativas. Nuevamente, la pregunta por la democracia o, tal vez, ya no por la señora democracia, sino por procesos de democratización locales, situados, tendenciales. Democratizar la política, democratizar la economía, democratizar el cuidado (antes que la seguridad), democratizar el trabajo (y el sindicalismo), finalmente, democratizar la vida significa desarrollar un imaginario de lo común. Paradójicamente, para democratizar el Estado es necesario reconocer que los asuntos comunes no se reducen a los asuntos estatales y que solo creando las mediaciones que estén a la altura de una esfera común ampliada el duelo necesario podría convivir con la novedad. Las nuevas instituciones del común contienen tanto un elemento utópico, como experiencias muy concretas y conocidas, la tradición de los Derechos Humanos da cuenta de ello, pero también los formatos de educación alternativa, la organización política villera, la institución de criterios colectivos fijados por las movilizaciones en torno a los bienes comunes, entre otros casos.

La existencia del Estado es un “de todos modos” (como “de todos modos” sigue habiendo Estado y hay que ir a votar…) que parece conferirle sus síntomas a la democracia misma. Entonces, las personas se reúnen, constatan la malaria, logran alguna fórmula socarrona para procesar el momento, comentan lateralmente el horizonte incierto y al final del asado se preguntan a quién van a votar. Puesto que “de todos modos” hay que votar y dado que una vez más la amenaza de la derecha ordena el escenario, el “mal menor” aparece como la pareja perfecta para el “de todos modos”. Esta vez, con una diferencia: la espiral del mal menor avanzó, no estamos en 2015, y siempre puede haber un mal aún mayor que nos ahorre una interrogación a la altura de lo que pasa. Antes de despedirse, los amigos debaten de pie como en un umbral, no se quedan ni logran escapar. No parece haber dudas de que la elección de este año se presentará como una verdadera extorsión; el mal menor, que en ocasiones muy específicas puede aparecer como parte de una táctica o como un recurso válido, se impuso como regla universal en un mundo cuya universalidad cayó hace rato, se volvió uno de los nombres de la muerte de la política. Entonces, el reverso de la ausencia de imaginación política son las fantasías temerarias que acosan a las amigas y los amigos al final de un asado: “¿y si llegan al ballotage Larreta y Milei qué van a hacer?” .

[1] Formato del arte contemporáneo, ligado a las intervenciones experimentales que coquetean con lo eterno y lo efímero al mismo tiempo. En cualquier caso, difiere del arte de tradición, con el que mantiene una relación de relativa autonomía.

[2] https://www.tiempoar.com.ar/politica/paso-a-paso-los-pragmaticos-de-ayer/

[3] https://rededitorial.com.ar/27/el-legado/

 

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