El Capital Humano como visión, ideología y política pública

Por NOEMI GIOSA ZUAZUA (IPyPP, IEF CTA A, Coyunturas)

“Yo Daniel Blake, exijo que la fecha de mi apelación sea antes de morir de hambre”[i]

[Del film Yo Daniel Blake, dirigida por Ken Loach]

El presidente electo Javier Milei, de La Libertad Avanza, tiene programado crear un nuevo ministerio que denominará Capital Humano del cual dependerán, en rango de secretarías, los actuales ministerios de Educación, de Salud, de Trabajo y de Desarrollo Social. En el debate entre candidatos a presidente/a del 1º de octubre, en alusión a este futuro ministerio, Milei afirmó que si ganaba las elecciones, “se acabaría la asistencia esclavizante de darles el pescado”…”nosotros le vamos a enseñar a pescar, a construir la caña de pescar y, si es posible, a que tengan una empresa de pesca y sean libres”, refiriéndose a las políticas dirigidas a las personas que requieren asistencia.

Dado que el término capital humano es utilizado casi como un sustantivo, aplicado de diferentes formas y por diferentes instituciones y producciones documentarias, en general con connotaciones positivas, es importante tomarnos un momento para bucear en los orígenes de lo que, en verdad, constituye un concepto que forma parte de una teoría económica con supuestos y valores que la sustentan. Se trata de la teoría neoclásica, específicamente de la teoría sobre el mercado de trabajo, de orientación liberal.

 

¿Qué es el capital humano, de donde provienen esos términos y qué quieren decir?

Un poco de historia. Hacia las últimas décadas del siglo XIX, en forma conjunta al desarrollo de la teoría económica crítica del funcionamiento del sistema capitalista, de Karl Marx, que expone la tesis de que la ganancia o plusvalía de los capitalistas tiene su origen en horas de trabajo no pagas al obrero y, por tanto, se derivaba de allí un conflicto entre clases sociales, fue tomando importancia la teoría económica neoclásica llamada “marginalista”. La misma sostiene que bajo determinadas reglas, la sociedad capitalista podía reproducirse en armonía, es decir, sin conflictos entre clases sociales. Una de las condiciones es dejar funcionar a los mercados, es decir a la oferta y a la demanda, libremente, sin intervenciones. Esto sería así a partir del fundamento de que los precios representan abundancias o escaseces, y también preferencias o deseos de las personas. Si el Estado o los sindicatos intervienen fijando salarios o precios, interfieren en la libre expresión de esas señales del mercado.

Sus primeras formulaciones analizaban el trabajo de las personas como un factor homogéneo en su calidad, y también en su precio (el salario) que se determinaría en el mercado por medio de la oferta y la demanda. Para que se logre el equilibrio entre oferta y demanda, el salario que se determina en el mercado y que sería el que pagarían los empresarios a sus trabajadores, debía igualarse a la productividad marginal de los trabajadores. La conclusión inmediata de la teoría es que, si se cumple esa condición, se comprueba que el trabajo es remunerado de forma “justa”, según lo que aporta cada trabajador a la producción. Esta teoría que presagiaba armonía y no conflicto, se subió al podio de las teorías económicas de la época, poniendo en cuestión las conclusiones de Marx.  

La realidad del sistema capitalista mostró, entre otras cosas, que el trabajo no es homogéneo y que no existe una única tasa de salarios. Las críticas a esta teoría llevaron, hacia los años 50 y 60 del siglo pasado, a que algunos teóricos incorporaran modificaciones. Las mismas van a sostener que el trabajo de las personas es de diferente tipo, en contenidos, en conocimientos, en calidades, como resultado de la educación y de la capacitación que ellas tengan. En esto influye lo que las personas hayan estudiado y en qué se hayan capacitado y también su estado de salud y alimentación, que les permitirá mejores condiciones para aprender e incorporar conocimientos. Estos conocimientos que las personas acumulan resultarán en diferentes rendimientos de sus trabajos.

Es así que ahora la teoría planteará que los trabajadores tendrán diferentes productividades según sus diferentes niveles de educación y capacitación, y en consecuencia también existirán diferentes salarios como resultado de las diferentes productividades. Uno de los primeros teóricos de esta reformulación a la teoría económica neoclásica fue Gary Becker, quién sostiene que las personas acumulan educación, lo cual puede entenderse como una inversión que hacen en sí mismas, un capital inmaterial que como otros capitales tiene un rendimiento.

¿Cuál es ese rendimiento? El análisis se centra en el individuo, quién para la teoría es el actor principal que determinará con sus decisiones cuál será su futuro. Este individuo, si es una persona activa preocupada por su futuro, tendrá interés en educarse y capacitarse, es decir en acumular educación, y de esta forma asegurarse para el día de mañana un mayor salario que el que obtendría si no se educara. Ese salario adicional, que obtiene como “premio” a su esfuerzo y mérito, es la rentabilidad de su capital acumulado. De allí proviene el término capital humano.

La teoría también sostiene que a mayor educación acumulada, es decir a mayor capital humano, aumenta la probabilidad de estar empleado al mismo tiempo que se reduce la probabilidad de estar desempleado, como de caer en la pobreza. ¿Qué concluye la teoría? Que la las personas que en el presente están desempleadas, o en empleos de bajos ingresos pasando estados de privación, lo están porque en el pasado no optaron por aplicar parte de su presupuesto en educación. Es decir, tal situación presente es el resultado de sus decisiones pasadas. Se trata de personas que tienen un déficit de capital humano. El modo de resolver su pesar económico es que lo incorporen de algún modo.

 

La teoría del capital humano y las políticas públicas

Si nos interesa recordar los fundamentos de esta teoría, es por su vinculación con las políticas públicas. Pues los fundamentos de la teoría del capital humano respaldaron las políticas socio-laborales de los Estados de Bienestar conformados en los países capitalistas centrales, y replicados de forma incompleta en los países subdesarrollados. Ello sucedió durante los denominados “treinta años gloriosos” de la posguerra con el Welfare State, como en el período que se inicia en la década del ochenta del siglo pasado con la ofensiva neoliberal y la figura del Workfare State.

Nos vamos a detener en el segundo período no sin antes mencionar que los estudios empíricos de fines de los años sesenta y los setenta mostraron que el mayor nivel educativo si bien era una condición necesaria para acceder a mejores trabajos e ingresos, no era una condición suficiente. Un factor no tenido en cuenta por la teoría del Capital Humano era la demanda de trabajadores, es decir, la creación de puestos de trabajo en cantidad y en calidad por parte de las empresas. Si esta tasa es menor que la oferta de trabajadores, el resultado será la famosa imagen del “ingeniero manejando un taxi”. Tampoco se había tenido en cuenta la segregación laboral de la demanda ante determinadas características de la oferta, como género o etnia, que influían negativamente en la posibilidad de que las personas, aunque educadas y capacitadas, tuvieran un ciclo de vida con ascenso social. El tercer factor que podía limitar el acceso a la educación era la diferencia de clase social entre los individuos que, aún con deseos de esforzarse y progresar y contando con una oferta educativa gratuita por parte del Estado, poseen diferentes impedimentos como, por ejemplo, tener que trabajar para mantenerse o mantener una familia a su cargo[ii].

 

Los años no gloriosos del capitalismo

Los años ochenta del siglo pasado trajeron, junto a la crisis capitalista, una ofensiva neoliberal que promoverá la modificación por parte del Estado de la forma de intervenir en la economía, que fue simbolizado con la frase “más mercado y menos Estado”. Nos importa acá la impronta que los primeros gobiernos liberales de Margaret Thatcher en el Reino Unido (1979-1990), y de Ronald Reagan en los Estados Unidos (1981-1989), imprimen en la configuración de las políticas socio-laborales, y cuál será el rol de la teoría del capital humano. Cabe mencionar que el presidente electo Javier Milei sostuvo que consideraba a Thatcher como una de los grandes líderes de la humanidad, y que se sentía muy identificado con la primera ministra británica y con Ronald Reagan.

En un contexto de elevadas tasas de desempleo, y desempleo de larga duración, es al inicio de los años ochenta cuando se impone una visión en los gobiernos del Reino Unido y de los Estados Unidos que responsabiliza a las políticas socio-laborales del Welfare State por haber promovido individuos poco activos, sin incentivos por el trabajo o, en el límite, personas inútiles para el trabajo que solo buscaban vivir de los subsidios por desempleo o por los bajos ingresos que otorgaba el Estado. Se dice que el tipo de políticas aplicadas los “inactivaba”.

Recupero para este análisis los desarrollos de Brenda Brown en su tesis de maestría[iii]. El diagnóstico será que el desempleo o la pobreza se explican por la carencia de capital humano de esas personas. Las políticas del nuevo estado de bienestar Workfare, entenderán que las personas adquieren bienestar en la medida en que logran insertarse en el mercado de trabajo, y aquí aparece entonces el rol que el Estado debe cumplir, otorgando medios o recursos para que los individuos puedan ir al mercado de trabajo a buscar empleo. La frase “los puestos de trabajo están, pero hay que ir a buscarlos con el adecuado capital humano”, es símbolo de esta nueva ideología de la política socio-laboral. En base a esta visión se cita el proverbio chino “Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”, que aplicó Javier Milei cuando anunció la creación del Ministerio de Capital Humano.

Ahora las políticas socio-laborales se basarán en dos principios: la activación y la empleabilidad. Activación, porque se debe promover que las personas con problemas de empleo salgan del estado en el cual las coloca este tipo de diagnósticos: personas con problemas para insertarse laboralmente y, a su vez, desprovistas de responsabilidad, a las que hay que imponerles un deber para paliar las “disfunciones” que presentan. En otros términos, hay que empujarlas hacia el mercado de trabajo. El Estado las ayudará con programas sociales de transferencias de ingresos subsidiados, siempre que demuestren ser “merecedoras”. Ello supone cumplir con las exigencias del programa de asistencia, es decir, realizar las contraprestaciones exigidas, sea que se les pide que realicen algún tipo de trabajo, o que den cuenta de la efectiva búsqueda de empleo, y que asisten a los cursos de capacitación que otorga el Estado con el objetivo de mejorar su Empleabilidad y aumentar las chances de ser contratadas e insertarse laboralmente. Es así que la ideología del capital humano es presentada como un requisito para poder competir en el mercado de trabajo y lograr inclusión social.

Una excelente ilustración del modo en que las oficinas públicas de empleo llevan a cabo estas políticas y la presión que ejercen en las personas trabajadoras, es el film Yo Daniel Blake, dirigida por Ken Loach, estrenada en el año 2016, que transcurre en el Reino Unido en el momento de apogeo de la ofensiva neoliberal. Retrata la situación de Daniel, un carpintero que a causa de un grave infarto cardíaco no puede continuar trabajando, y pide un subsidio por incapacidad laboral a la asistencia social. El Estado le niega el subsidio, presionándolo a mentir y declararse como desempleado para que le corresponda un subsidio por paro laboral. Daniel tiene que fingir que busca empleo y participar de cursos de asistencia obligatoria para redactar currículums que mejoren su competencia en el mercado.  La resistencia de Daniel al maltrato e injusticia que recibe llega a un momento culmine cuando, decidido a apelar por la negativa al subsidio por incapacidad laboral –y antes de salir de la oficina pública de empleo y pintar en la pared la frase citada en el textual de esta nota como bajada del título– le dice a la empleada de la oficina pública:

“Tu sentada ahí con un nombre amigable en el pecho, Ann, frente a un hombre enfermo que busca trabajos que no existen, y que tampoco puede aceptar. Pierdo mi tiempo, el de los empleados, el tuyo. Y solo sirve para humillarme y hacerme polvo”. (fragmento del film).

 

El Ministerio de Capital Humano del próximo gobierno de Javier Milei

A esta altura podemos reflexionar que el armado de un Ministerio de Capital Humano, como hasta ahora es presentado, da cuenta de una ideología que visualiza a las personas solo como factores de producción para el capital. Tanto la educación como la salud, que son concebidos como derechos de ciudadanía, es decir, de acceso universal para la reproducción de la vida de todas las personas, son ahora visualizadas en su rol de aportar capital humano para que las personas rindan en el mercado de trabajo. Esto se hace extensivo a los programas que se encuentran en la órbita de Desarrollo Social, varios de carácter alimentario, y desde ya a los incluidos en el actual Ministerio de Trabajo.

No obstante, cabe señalar que desde hace décadas en la Argentina, todas las políticas asistenciales y/o socio-laborales cuentan con componentes que se fundamentan en el capital humano. Esto se advierte en las nacientes políticas sociales focalizadas de los gobiernos de Carlos Menem, que se continuó en los siguientes. Desde el Plan Jefe y Jefa de Hogar Desocupado que exigía contraprestación laboral y condicionalidad de asistencia educativa y control sanitario de hijas/hijos menores a cargo, como la Asignación Universal por Hijo/a (AUH) con la misma condicionalidad, como todos los programas de empleo que combinan contraprestación laboral con la mencionada condicionalidad, como el Progresar que otorga becas a estudiantes que cursan nivel secundario o universitario, como los programas de empleo del actual Ministerio de Trabajo que incorporan cursos de capacitación laboral. Es decir, esto no es nuevo.

De allí que la pregunta a despejar en los próximos tiempos es: ¿Cuál sería la novedad en la implementación de la política social y laboral que supone este nuevo gobierno con el armado de este nuevo ministerio?

Epílogo

Daniel Blake, el protagonista del film mencionado, quien fue sometido a las políticas sociales orientadas por la ideología del Capital Humano instaurada en el gobierno de Margaret Thatcher, muere en el baño de la Oficina de Justicia en el momento en que se está por aceptar su apelación, otorgándole el subsidio solicitado por incapacidad. Entre sus pertenencias se encuentra una nota escrita por Daniel, para leer ante la Justicia, que dice lo siguiente:

“No soy un cliente, ni un consumidor, ni un usuario del servicio. No soy un mendigo ni un ladrón. No soy un número de la seguridad social, ni un expediente irregular. Siempre pagué mis deudas hasta el último centavo, y estoy orgulloso de ello. La clase social de las personas me da igual, miro a mis vecinos a la cara y los ayudo cuando puedo hacerlo. No acepto ni busco caridad. Me llamo Daniel Blake. Soy una persona, no un perro. Y como tal, exijo mis derechos. Exijo que me trates con respeto. Yo Daniel Blake soy un ciudadano. Nada más y nada menos”.

[i] Frase que el personaje Daniel Blake escribe en las paredes de la Oficina de Empleo de Newcastle, norte de Inglaterra. Del film “Yo Daniel Blake”, dirigida por Ken Loach (2016).

[ii] El retorno de la teoría del capital humano. Paulina Aronson. Revista Fundamentos en Humanidades. Universidad Nacional de San Luis. Año VIII- Número II (16/2007).

[iii] Sistema de Protección social y Programas de Transferencias Monetarias Condicionadas. El “paradigma de activación” en Argentina 2003-2013. CIEPP. Documento de trabajo Nº 99 (parte I)https://www.ciepp.org.ar/index.php/documentosdetrabajo1/476-documentos-99– Documento de trabajo Nº 100 (parte II)  https://www.ciepp.org.ar/index.php/documentosdetrabajo1/477-documentos-100

 

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