Fertilidad, cuerpo y poder.
Por MARIA ELENA RAMOGNINI (Antropóloga social)
Este ensayo abre un libro de próxima salida, Fertilidad, cuerpo y poder. La (in) fertilidad como negocio (María Elena Ramognini y Florencia Carbajal), en el marco de un proyecto de investigación sobre “Colonización tecnocientífica de la vida”, del cual forman parte, organizado por Red Editorial y la Fundación Rosa Luxemburgo.
El ecofeminismo como teoría plural crítica, también como movimiento social en construcción, viene desarrollándose desde fines de los años 60 del siglo XX. Su rasgo central radica en el develamiento de la relación entre la violencia hacia las mujeres y la destrucción de la naturaleza. Desde su surgimiento se presenta como una potente estrategia de lucha con un marco epistémico en el que confluyen la crítica al antropocentrismo, al sexismo y al racismo que estructuran el pensamiento y las acciones de la modernidad en su versión hegemónica, colonial, capitalista, estatal y elitista.
El aporte original del pensamiento y de las prácticas ecofeministas parte del descubrimiento de la existencia de una continuidad epistemológica entre la violencia hacia las mujeres y la violencia contra la naturaleza que funcionan como núcleo estructural del pensamiento moderno. Desde el ecofeminismo, como también desde la antropología, el pensamiento decolonial y los saberes producidos por los “otros” de la modernidad, se cuestiona y problematiza la hegemonía civilizatoria de la tecnociencia al servicio de un poder necropolítico.
Así, desde el ecofeminismo se plantea poner en discusión el modelo de sociedad y de ciencia subordinada al poder y a las lógicas de producción extractivista como así también a todo modelo que establezca un único esquema de desarrollo o de experiencia humana posible.
La naturaleza, las mujeres, los pueblos y todo aquello que sea definido como otredad, aparecen en la trama de la modernidad como objetos – recursos utilizables hasta su agotamiento total. La finalidad es utilitaria, es decir de producir “riqueza” y acumulación, pero también es simbólica ya que instala la violencia y las praxis expoliativo-destructivas como un lenguaje.
Así las fuerzas reproductivas, las fuerzas productivas y la naturaleza se presentan como los territorios de conquista privilegiados porque a partir de estos territorios se produce poder y es posible una acumulación extraordinaria.
Desde la propuesta conceptual del ecofeminismo podemos encontrar los nexos que articulan el envenenamiento de las tierras con agrotóxicos para incrementar la productividad, la destrucción de la bio-diversidad, el patentamiento de las semillas y la modificación genética de plantas y animales para lograr productos estandarizados y homogéneos con el envenenamiento del útero por el uso de apósitos con agrotóxicos, las patologías derivadas de las hormonaciones masivas, las violencias gineco-obstétricas y la tecnologización de la fertilidad. Ambos territorios tanto el de la tierra y las semillas como el del cuerpo (útero y gónadas) paradójicamente pierden fertilidad y potencia con estas intervenciones bio-tecnológicas.
Las activistas alemanas Rote-Zora (Zorras Rojas) vienen denunciando a la bio-tecnología como estrategia de control de los cuerpos y la naturaleza desde mediados de los años 70 del siglo XX. No obstante, a partir de 1980 se intensifica el desarrollo de las tecnologías genéticas y reproductivas con una doble faz bien delimitada: en algunas regiones del mundo se utilizarán estas tecnologías para el control poblacional y bajar las tasas de natalidad (para hacer morir diría Foucault) mientras que en las metrópolis europeizadas y las clases burguesas se aplicarán para resolver la creciente ola de infertilidades.
Así, el mundo se dividirá entre los sujetos considerados reproducibles y los eliminables en una refundación neomalthusiana que permanece vigente. Sin embargo, la conquista sobre la fertilidad es un amplio campo en el que entran desde la quema de brujas en el temprano horizonte renacentista, como nos enseña Silvia Federici en Calibán y la Bruja, hasta la actual la medicalización de la sexualidad, la violencia obstétrica, el negocio de la infertilidad, la pretensión de eliminar la ciclicidad y las diversas capturas sobre la gestión menstrual.
Esta conquista actualmente se apoya en fundamentos científico-estatales y farmacológicos que se tejen en la trama del antropo-andro-etnocentrismo que vertebra y alimenta a la episteme moderna y las prácticas de experimentación sobre determinados cuerpos-territorios. La anticoncepción hormonal, la supresión de la ciclicidad menstrual, los tratamientos de fertilidad asistida, la tecnocratización violenta del nacimiento, se presentan como avances de la ciencia frente a la enfermedad y la muerte. Sobre esta premisa construyen su imposición colonizante y su posición experta. Pero al mismo tiempo ocultan su funcionamiento como técnicas de control fármaco-tecnológico y como procesos de expoliación por destrucción que intervienen tanto sobre los cuerpos y su fisiología como sobre los saberes.
Tanto la capacidad reproductiva y de cuidado de las mujeres como la diversidad de los recursos de la naturaleza, son transformados en recursos naturales. Así, la violencia hacia los cuerpos, especialmente hacia aquellos que portan un útero y hacia la naturaleza funciona como significante de poder.
Las intervenciones cruentas sobre los cuerpos en el campo de la gineco-obstetricia son legitimadas como avance civilizatorio y racional mientras que las experiencias que se escapan de estas emergen como rebeldes, antisistema, peligrosas, salvajes, hippies. En la legitimación de las violencias es dónde podemos encontrar puntos de contacto con la mirada colonial y evangélico-civilizatoria de la modernidad occidental sobre las mujeres, los pueblos y la naturaleza.
De este modo, los fundamentos epistemológicos de la modernidad sostienen ideológicamente las prácticas del colonialismo, el extractivismo y de la ciencia en su versión hegemónica. Vandana Shiva y María Mies en La Praxis del Ecofemismo: Biotecnología, Consumo y Reproducción (1998), demuestran este pacto entre ciencia, poder y mercado cuyo objeto es la transformación de todas las formas de vida y diversidad en productos homogéneos, estériles, cosificados y plausibles de ser patentados.
El ecofeminismo descubre esa lógica en la que los cuerpos y los territorios emergen inscriptos en un contínuum de significaciones y prácticas que en el marco de relaciones extractivistas se caracterizan por su sometimiento a las lógicas del beneficio, la explotación destructiva, la acumulación y las marcas ritualizadas del poder sobre los cuerpos. Nos permite encontrar el punto de articulación entre la biopolítica y la necropolítica como dos campos que se superponen, conectan e interceptan permanentemente.
En el ámbito de la reproducción de la vida -ya sea desde el control sobre las semillas-alimento, la fertilidad de la tierra, la producción intensiva de animales y la sexualidad humana- se puede visualizar cómo se produce el lenguaje de control violento sobre los cuerpos y la naturaleza y cómo se articulan los procesos inseparables del bio-necropoder.
En Latinoamérica la construcción de los estados nacionales hacia fines del siglo XIX revela la confluencia de dos procesos simultáneos y correlativos: la conquista y anexión de territorios “desiertos” o indígenas y el control estatal sobre la reproducción humana. El exterminio de poblaciones nativas y la presión sobre la reproducción de determinados sectores de población conformarán las dos caras de la eugenesia de fines del siglo XIX en Latinoamérica.
La fisiología como parte de la naturaleza es capturada como objeto de dominio, intervención y conquista. En este contexto, las intervenciones sobre los cuerpos fértiles asumen el carácter de una violencia ritualizada, cuya función legitimadora del orden jerárquico requiere esfuerzos conceptuales y prácticos para su deconstrucción.
Las diversas formas de vulneración de derechos y de enajenación gineco-obstétricas se inscriben en la línea de la consideración de la femineidad, la menstruación y la maternidad como experiencias sufrientes y constituyen instrumentos de penalización de la autonomía corporal. Todas las acciones fármaco-medicalizadoras y cosificantes de la sexualidad femenina transforman la menstruación, la masturbación, la gestación, el parto, la lactancia, la infertilidad, la menopausia y todo el conjunto de expresiones corporales sexo-reproductivas en acontecimientos penosos, mortificantes, vergonzantes, invisibles y riesgosos.
Así, a medida que se afianza la modernidad como sistema de dominación se interfiere la relación cuerpo – saber sobre los procesos corporales, especialmente sobre los relacionados con la sexualidad y la gestión reproductiva. Pero también se producen rupturas y resignificaciones que insisten en recuperar esos saberes y resistir.
Actualmente, los límites del estado-nación parecen disolverse, se tornan menos definidos, pero siguen existiendo con múltiples superposiciones transnacionales, globalistas. El modo de producción asume sin velos su carácter de producción por destrucción y este rasgo también se esparce sobre los cuerpos reproductores de vida. Pareciera que el control que antaño estuvo gestionado por el estado-nación es reemplazado por las industrias fármaco-bio-biotecnológicas.
El laboratorio emerge como el espacio garante de la reproducción. De una reproducción controlada que se establece por fuera del cuerpo, de las relaciones socio-sexuales y del eros. La producción tecnificada de la vida se presenta como el modelo que permite tanto para la producción de semillas y alimentos modificados la concepción humana.
Las relaciones productivas siempre se anudan a las reproductivas. Así como la revolución neolítica con su impronta civilizatoria -sedentarismo, explotación agrícola, acumulación de granos, expansión territorial y esclavismo- darán origen a diversas formas de organización social patriarcal que se fundan en el control de la fertilidad de la tierra y de los úteros, el modelo extractivista actual también se establece sobre la base del control de los territorios fértiles.
¿Estamos en presencia de una nueva teleología que pretende la existencia por fuera de los cuerpos? Suponer la reproducción por fuera del cuerpo es una idea que se vincula con la de suponer una existencia más allá de la muerte.
Tanto los aspectos de represión sexual que conlleva la gestión de la (in) fertilidad (tanto humana como veterinaria) como de rechazo del cuerpo y su inevitable caducidad tienen punto de contacto con concepciones metafísicas que priorizan el alma y su carácter inmortal. Concepciones que podemos encontrar desde Platón y Aristóteles hasta la moral cristiana y la concepción cartesiana del mundo que define la modernidad en el siglo XVIII. La oposición cuerpo/mente o cuerpo/alma, la supremacía de la mente o del alma por sobre los cuerpos, la represión sexual, el gobierno de las pulsiones corporales por la vía del castigo y la negación de la muerte (con la idea del alma inmortal) son viejas ideas que gobiernan occidente y que también podemos encontrar en las cosmologías tecnocientíficas actuales.
Además, el soporte legal que sostiene y ampara la captura de la fertilidad, la opresión y las violencias, se presenta como garantía y expresión de las voluntades populares. Aquellas leyes que surgen desde abajo y que buscan garantizar los derechos de los pueblos, las mujeres y la naturaleza son prontamente cooptadas por el poder y su eficacia termina retroalimentando la dominación, la desigualdad y la acumulación de capital. La trampa de los derechos es algo sobre lo que también nos interpela el ecofeminismo.
En relación a esto último nos proponemos reflexionar con el devenir de las leyes relacionadas con la gestión menstrual, la fertilidad y el parto ya que desde su diseño hasta su aplicación pueden verse como funcionan estas capturas del poder.
En este escenario, el pensamiento y las prácticas ecofeministas emergen como revelación, cuestionamiento y revalorización de la diversidad y las experiencias vitales de la otredad. Si “otro mundo es posible” lo es desde la construcción de alternativas vitales y críticas, que se apoyen en las experiencias humanas subyugadas que vienen resistiendo desde hace milenios y que nos permiten comprender que no estamos por fuera del universo, sino que somos parte de esa naturaleza que nos enseñaron a doblegar, temer y destruir.