Hay método en este caos

CHRISTIAN MARAZZI (Doctor en Economía, City University of London) y Spartaco Greppi (Doctor en Economía, Universidad de Friburgo, Suiza)

Los mercados financieros, depositarios de las expectativas racionales de los agentes económicos, alabados por economistas de renombre y premios Nobel, parecen haber perdido su supuesta capacidad de previsión ante el caos generado por la nueva administración Trump. Ante el dilema entre las políticas arancelarias anunciadas, retiradas y reiteradas que conducen inevitablemente al aumento de la inflación y al fortalecimiento del dólar –porque si los productos importados cuestan más, la demanda de dólares, y por lo tanto su valor, aumenta–, ante los despidos masivos en el sector público y las deportaciones de inmigrantes indeseados, que no pueden sino afectar negativamente a la demanda agregada de bienes y servicios, ante, en definitiva, la perspectiva de una recesión, los operadores financieros parecen realmente boxeadores noqueados.

En realidad, esperaban algo muy diferente, una nueva edad de oro, una era de prosperidad para todos, caracterizada por el aumento del poder adquisitivo, las exportaciones y las inversiones productivas. En cambio, desde muchos frentes se habla cada vez con más insistencia del riesgo real de recesión, confirmado además con toda franqueza por el propio Trump, con efectos inmediatos en los índices bursátiles.

La política de la nueva administración Trump parece realmente caótica e improvisada, como se desprende de las reacciones de los mercados financieros. Pero detrás de este aparente desorden se vislumbra, en cambio, una estrategia precisa, inspirada en la «doctrina del shock», descrita eficazmente por Naomi Klein en su libro Shock politics, de 2017. Es decir, la estrategia de utilizar la desorientación de la opinión pública tras un trauma colectivo para aprobar medidas radicales a favor del poder establecido. El shock «debe ser algo malo y grande que aún no comprendemos. El estado de shock se produce cuando se abre un abismo entre los hechos y nuestra capacidad inicial para explicarlos». ¿Qué es lo que no comprendemos? Que Trump quiere, precisamente, provocar una recesión.

«El objetivo de Trump sería provocar una desaceleración del crecimiento y, en consecuencia, la desinflación. Así, la Reserva Federal se sentiría libre o, mejor dicho, obligada a recortar los tipos de interés, favoreciendo la devaluación del dólar». Eso afirma Paolo Mastrolilli en Affari & Finanza del lunes 10 de marzo de 2025. Y con razón: ¿qué sentido tiene atraer empresas a Estados Unidos para luego dejarlas a merced de un dólar fuerte que penaliza las exportaciones? Paradójicamente, la propia crisis bursátil favorece la estrategia de Trump: haría bajar los tipos de interés, lo que contribuiría al debilitamiento del dólar y facilitaría la industria exportadora, al tiempo que contendría los excesos de la financiarización. Como bien resumió Gillian Tett en el Financial Times del 8/9 de marzo de 2025, Trump apuesta por la reindustrialización, más que por la financiarización de EE. UU.: «Se trata de Main Street, no de Wall Street».

Apostar por el «shock recesivo» para conseguir lo que la política de aranceles no permite (baja de los precios de los bienes de consumo y bajada de los tipos de interés con la consiguiente devaluación del dólar) es el gran juego de la nueva administración Trump. Pero es un juego extremadamente peligroso. No solo se incumplirían de forma flagrante las grandes promesas electorales, sino que el aumento de la pobreza y, en general, el empeoramiento de las condiciones de vida, podrían provocar revueltas sociales que comprometerían o socavarían las ambiciones del presidente ungido por el Señor. Visto desde fuera, este escenario podría incluso ser deseable, dada la aparente parálisis política de las fuerzas de la oposición. Pero en este contexto conviene ser cautelosos. Una revuelta social provocada por un plan que responde a una estrategia precisa remite a otro nivel de la política del shock, el de la aceleración autoritaria, de la instauración de un estado de excepción capaz de eliminar por completo el sistema de pesos y contrapesos que aún demuestra poder obstaculizar, aunque cada vez con menos fuerza, el cambio de régimen. El régimen de una «democracia sin derechos» al estilo de Orbán (en Turquía), basado en la lucha contra la inmigración, el tradicionalismo cultural, la restricción de los derechos civiles, el poder excesivo del ejecutivo y la persecución de los opositores.

El hecho de que Trump pretenda trasladar 35.000 soldados del ejército estadounidense destinados en el Viejo Continente, de Alemania a Hungría, autoriza a pensar que la estrategia autoritaria tiene un alcance que va más allá de las fronteras estadounidenses y que no apunta a la destrucción de Europa, tierra «rara» que hay que recolonizar, sino a su fascistización. Una Europa que, a estas alturas, ya ni siquiera tendría razón para armarse para defenderse de sus «nuevos amigos». Pero esa es otra historia, otro shock…

Versión original en italiano, publicada por Effimera.org

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