La fiesta que no es…

Por MARÍA ELENA RAMOGNINI (Antropóloga, investigadora en ecofeminismo)

Hace unos meses, no tantos, justamente el día de las elecciones generales de Argentina 2023 escribí este texto. Comenzaba así…

Cada vez que hay elecciones parece que elegimos. Parece nomás porque la decisión ya está tomada. Las cartas están tiradas desde hace mucho. La tensión en todo el planeta gira en torno al control de las riquezas, la naturaleza transformada en recursos naturales, las personas en capital humano. El triunfo absoluto del antropocentrismo. Sin embargo, en cada momento de elección de gobierno se produce la ilusión, opera la magia y parece que elegimos cuando en realidad sólo se trata de un proceso de ratificación del administrador colonial de turno, aquel que goce de la mayor simpatía del amo y que pueda entonces coordinar el saqueo con mayor eficacia.

Y el saqueo como nunca antes, hoy se plantea en términos absolutos. La explotación de la naturaleza y de los trabajos de cuidados, el despojo de los pueblos. El mundo entero replica franjas de Gaza por doquier. La guerra no es la excepción, es el mecanismo de normalización del saqueo en el capitalismo Gore como nos enseña Sayak Valencia.

En el conurbano bonaerense los más opulentos conviven a metros de los más despojados en una obscenidad invisibilizada a fuerza racismo, clasismo y misoginia. Hace rato que los señores del narco se instalaron y comparten cuarteles entre Nordelta y las barriadas aledañas. Una educadora de un centro comunitario de una estas barriadas humildes cuenta asombrada la historia de un pibe de 8 años que reparte dinero en el recreo entre sus amiguitos. Billetes de $100 o de $1000 según el día. El niño feliz e ingenuo cuenta que esa plata se la dan unos señores para que les avise si se acerca el patrullero cuando por las tardes recorre las calles en su bicicleta. ¡Y me pagan $10 mil por semana! dice con una sonrisa. Son historias que docentes y referentes de centros comunitarios cuentan en voz baja, con susurros y temor. En otra parroquia, no muy lejos de allí, un cura villero, me cuenta su preocupación sobre el consumo de psicofármacos entre las mujeres jóvenes que asisten a buscar comida con sus hijos. Tienen entre 18 y 25 años como mucho. Son la imagen misma del desamparo y la miseria. Abunda el hambre, el olvido, el clonazepam y los parásitos. Mientras el cura habla nos invade el olor a podredumbre del río Reconquista. Otra señal de estos tiempos. Un poco más lejos en el mismo corredor norte nos dicen que a partir de las 17 hs no se puede salir. Es un barrio en las afueras de Zárate. Mejor dicho, un asentamiento. Todavía ni siquiera es un barrio. Muy cerca del reactor nuclear y de la Toyota. A orillas de una de las vías de navegación comercial más importantes de la región. En la zona de mayor producción agrícola y ganadera. En otro centro comunitario, pero esta vez del conurbano sur, una referente histórica tuvo que exiliarse porque descubrió una enorme red de trata de personas en las que está involucrado el poder judicial, la policía y el mismísimo intendente. Cuando la red intentó secuestrar a una de sus hijas, tuvo que mudarse lejos, pasar a la clandestinidad para salvar su vida y la de su familia.

Y en el norte o en el sur del país, el desalojo de los pueblos originarios. La minería y el negocio del turismo avanzan sin piedad sobre los territorios mutilando la vida y las culturas. Arremetiendo contra los ecosistemas y las sociedades. Transformando regiones en cementerios. Pero a nadie le importa porque a la naturaleza hay que dominarla y a los salvajes también. El avance del progreso no se detiene frente a la muerte. El progreso se alimenta del horror. Es necrofílico.

En esta trama de franjas de Gaza de variada intensidad que se multiplican por doquier, la disputa por el control colonial está en el centro. Y mientras tanto, cada vez que hay elecciones, creemos que elegimos. Y no. No elegimos nada. El elegido será el que mejor convenga a los intereses del virrey. El agua y el litio, los alimentos y los combustibles fósiles, la fertilidad y el trabajo. Somos ricos en todo esto. Entonces es muy grande la recompensa.

Mientras tanto nos siguen engañando con cuestiones como el dólar o los subsidios. Y nos cuesta enterarnos que quienes realmente están subsidiados son los que nos distraen.

¿Acaso sabemos que es un pequeño grupo de élite empresarial el que controla, desde los años 90 el transporte de materias primas usando los trenes del estado a bajísimo costo y no cubriendo el desgaste del tendido ferroviario en absoluto? Lo mismo sucede con el transporte aéreo o fluvial. Y las cuentas son básicas. Tan básicas que si las empresas pagaran por la utilización de estos servicios de transporte, el transporte de las personas en estos medios sería gratis. Pero el estado debería dejar de subsidiarlos y empezar a cobrar por los servicios de transporte del capital.

Así como el trabajo doméstico y de cuidados no reconocido y no remunerado constituye un subsidio al capital, el uso empresarial del transporte ferroviario y fluvial y los exiguos cánones que paga el extractivismo, también son subsidios invertidos. Pero de esto no se habla. O si se habla es bajo la ley de prejuicio: las mujeres son vagas y no trabajan… el estado subsidia a los pobres que también son vagos y no quieren trabajar… y las empresas extractivistas -desde las financieras hasta las mineras- son las únicas que se “ganan el pan con el sudor de su frente”. Difícil salir de la matrix.

Así, en esta intrincada red de relaciones de explotación encubiertas, hay un estado que obedece a la patronal empresarial y a los señores de la globalidad. Pero desde los medios de (in) comunicación toda la crisis es culpa de los pobres, los salvajes, las mujeres. Contra ellos se dirigen los misiles. Como en la franja de Gaza, bajo una nube de humo se oculta la depredación.

Cada vez que hay elecciones creemos que elegimos. Y me cuesta sentir esto porque las mujeres en occidente luchamos durante 250 años ininterrumpidamente para poder votar. Entonces me pregunto si valió la pena tan larga lucha porque el poder sigue en manos de la misma dinastía pirata. Cada vez que hay elecciones nos invitan a celebrar la fiesta de la democracia, una celebración que se transforma cada vez más rápidamente en un ritual sacrificial sin concesiones, en una fiesta que no es, pero cuyo costo pagamos todos, excepto los mandantes.

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