Milei, el meteoro

Por GIUSEPPE COCCO (doctor en Historia Social -Paris I-, originalmente graduado en Ciencias Políticas, en la Universidad de Padova -1981-, actualmente docente e investigador en la Universidad Federal de Río de Janeiro, editor de las revistas Global Brasil y Lugar comum. Forma parte de Uninomade Brasil. Publicó Trabajo y ciudadanía: producción y derechos en la era de la globalización, KorpoBraz, GlobAL. Biopoder y luchas en América Latina -con Toni Negri-, New neoliberalism and the other -con Bruno Cava-, entre otros.

La edad maldita.

En 1999, J.M. Coetzee escribió: «Robert Musil llamó a los tiempos en que vivió ‘la era maldita’; sus mejores energías las dedicó a intentar comprender lo que Europa se estaba haciendo a sí misma».  No es difícil reconocer que también nosotros estamos en los albores de una era maldita; la diferencia es que no sólo necesitamos comprender el comportamiento autodestructivo de Europa, sino también el de América y, de hecho, el del mundo entero.

Conmoción.

Según The Guardian, Javier Milei es «mediocre y peligroso». The New York Times lo llama un «mini-Trump». Le Monde, más sobrio, lo califica como «ultraliberal». L’Humanité lo llama «un loco peligroso»; David Copello en AOC lo llama «Joker subtropical». John Ganz, autor de Unpopular News on Substack, afirma: «La sorprendente victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales de Argentina ha conseguido asombrar al mundo. De hecho, quizá sea el más descaradamente demente de toda la cohorte de populistas de derechas». Olivier Compagnon y David Copello señalan que «con la victoria de Milei (…), se ha roto un nuevo dique democrático».

Incluso antes de la victoria final, Gustavo Franco, economista que trabajó en el Banco Central de Brasil, escribía: «Hay mucho en juego en las elecciones argentinas, y todos los temas internacionales parecen estar entrelazados en una gran polarización planetaria que alguien tiene que empezar a desmantelar antes de que sea demasiado tarde». La dimensión central de este acontecimiento es quizá la que resume el diario italiano Corriere della Sera: «La alerta viene de Argentina, Italia del otro hemisferio: el populismo está más vivo que nunca».

Si a estas declaraciones se suman las felicitaciones enviadas por Donald Trump y Jair Bolsonaro al nuevo inquilino de la Casa Rosada, se comprende la magnitud de la conmoción política global que presenta el éxito electoral de este outsider. Milei refuerza la tendencia global hacia el surgimiento de una nueva extrema derecha en la misma medida en que él es su producto. Desde esta perspectiva, su éxito está a la altura del de la extrema derecha holandesa y del pogromo antiinmigración de Dublín.

La singularidad argentina.

A pesar de sus éxitos y su envergadura, esta tendencia tan preocupante también se ha encontrado con reveses: la victoria de Joe Biden sobre Trump, de Lula sobre Bolsonaro, de Sánchez en España y de los partidos de la oposición en Polonia. Si bien la emergencia del populismo fascista es generalizada, la victoria de Milei fue única. En palabras de Pablo Touzón y Federico Zapata, Milei puede describirse como un meteoro:

Hace 66 millones de años, un meteorito de nombre impronunciable, Chicxulub, provocó la extinción de los dinosaurios. Según estudios geológicos, el impacto del asteroide destruyó todo rastro de vida en un radio de miles de kilómetros, provocó tsunamis de cientos de metros de altura y el polvo que levantó en la atmósfera bloqueó la luz solar durante meses. No sólo acabó con todo lo que existía, sino que cambió la biosfera de la vida que nacería después. En cierto modo, en la Argentina contemporánea, el nombre de ese meteoro es Javier Milei, el instrumento que la mayoría de la sociedad ha utilizado para completar la tarea que comenzó con las primarias de agosto: acabar con el sistema político que desde 2008 se organiza en torno a la figura de Cristina Fernández de Kirchner.

Así que tratemos de entender la singularidad de este meteoro en dos momentos: primero, el papel y la crisis del peronismo kirchnerista desde el punto de vista del levantamiento de diciembre de 2001; segundo, la relación entre democracia e incertidumbre. Habría un tercer momento, el más importante, sobre la destrucción de la moneda, pero de eso nos ocuparemos en un artículo posterior. 

Los dos populismos.

En América Latina, el ascenso de la extrema derecha no significa que haya habido un giro populista, sino que ahora hay al menos dos tipos de populismo: el nuevo (de tipo fascista) y el «tradicional». No fue casual que cuando Trump ganó las elecciones en 2016, muchos analistas, entre ellos algunos vinculados al gobierno kirchnerista, comentaran que era como si el peronismo hubiera ganado las elecciones en Estados Unidos.

|En agosto de 2019, el candidato del peronismo kirchnerista, Alberto Fernández, dijo lo siguiente a los críticos de Jair Bolsonaro: «Vamos a tener una espléndida relación con Brasil, Brasil siempre será nuestro principal socio, Bolsonaro es una coyuntura en la vida de Brasil así como Macri (el presidente de centroderecha que buscaba la reelección) es una coyuntura en la vida de Argentina». La autoconfianza de Fernández parecería haberse confirmado con su propia victoria y luego con el regreso de Lula al poder. Pero se vio empañada por algo más: el hábito anti-metamórfico del peronismo de permanecer o volver al poder. No es el peronismo el que se adapta a los tiempos, sino los tiempos los que deben adaptarse al peronismo.

|Contrariamente a la imagen que se tiene en el exterior, lo que ha ocurrido en Argentina no es la llegada al poder del «populismo», sino el surgimiento de un nuevo tipo de populismo que ha sido capaz de vencer al que durante mucho tiempo ha dominado la política en el país. En el caso de Brasil, la variante populista de izquierdas puede parecer relativamente reciente y fruto únicamente de la popularidad adquirida por Lula durante sus dos primeros mandatos presidenciales. Pero sus raíces se encuentran en la experiencia desarrollista, estatista y autoritaria del varguismo. Getulio Vargas fue un dictador que, desde su llegada al poder en 1930 hasta su deserción a Estados Unidos en 1942, estuvo muy cerca tanto de la Italia de Mussolini como de la Alemania nazi.

En el caso del peronismo, esta identificación directa con el fascismo no se produjo porque Perón comenzó su carrera más tarde (prácticamente tras el final de la Segunda Guerra Mundial), pero sus políticas fueron similares: intervención estatal, proteccionismo y nacionalizaciones. Cuando Perón tuvo que exiliarse (en 1955), se refugió en la España de Francisco Franco. Ahora bien, sin entrar en los detalles del período inicial del peronismo y su caída, es importante recordar que este movimiento continuó aún sin Perón, aunque atravesado por corrientes políticas y sociales muy diversas, hasta el punto de que a principios de la década de 1970, el ala izquierda del peronismo tendía a la lucha armada (con los Montoneros, como principales exponentes) mientras que el ala derecha -formada principalmente por los aparatos sindicales- lideraba la represión de estos sectores: En junio de 1973, el regreso de Péron a la Argentina se convirtió en el escenario de una batalla campal entre ambas facciones en las inmediaciones del aeropuerto de Ezeiza (con 13 muertos y un número indeterminado de heridos).

Refiriéndose a este periodo y especialmente a la dictadura militar que le siguió (1976-1983), Albert O. Hirschman define a la Argentina como «la sociedad latinoamericana que ha experimentado quizás el conflicto interno más grave de los últimos cincuenta años». El animal mitológico del que hablaba Pepe Mujica -el peronismo- es en realidad una quimera plagada de violentas aberraciones y contradicciones, y al mismo tiempo capaz de un increíble transformismo. Cuando la dictadura se derrumbó -tras la derrota en la guerra de Malvinas (en 1982)- la transición democrática fue liderada por Raúl Alfonsín (Unión Cívica Radical, rival histórica del peronismo). Se empeñó en investigar y castigar los crímenes de los militares y, al mismo tiempo, fue incapaz de controlar la dinámica inflacionaria. En 1989, un peronista ganó las elecciones presidenciales. Carlos Menem (que gobernó durante dos mandatos, entre 1989 y 1999) promulgó una ley de amnistía para los militares de la dictadura y aplicó una política de ajuste económico ultraortodoxa, en particular una política monetaria destinada a controlar la inflación mediante la absurda imposición de la paridad entre el peso y el dólar estadounidense. Desde entonces hasta ahora, el peronismo ha seguido gobernando con dos breves interrupciones, como Fernández llamaría a dos «coyunturas»: el gobierno del radical Fernando de la Rúa (entre diciembre de 1999 y diciembre de 2001) y el de Mauricio Macri (entre 2015 y 2019).

Louis Althusser atribuyó el título de su autobiografía, L’avenir dure longtemps (El porvenir es largo), al general De Gaulle. En Argentina funcionaría perfectamente: basta con sustituir «porvenir» por «peronismo». Como dicen Touzon y Zapata, «todo peronismo es una versión del peronismo, sin que haya nunca una versión definitiva. Porque lo definitivo, lo último, lo osificado, lo ‘permanente’, es el preludio de la muerte».

Durante mucho tiempo, el antiperonismo estuvo representado por los radicales, que se posicionaban como liberales no populistas. La primera innovación entre los antiperonistas llegó con la candidatura, y la victoria, de Mauricio Macri en 2015: por primera vez no era un miembro del Partido Radical, ni un golpe militar quien desbancaba a un gobierno peronista. Con él, asistimos al nacimiento de un nuevo orden en el antiperonismo.

La inversión de la inversión.

Mientras que en 1983 Alfonsín heredó un gobierno militar desastroso, en 2000 De la Rúa tuvo que lidiar con el legado maldito de la década peronista ultraliberal de Menem. Diversos intentos de ajuste sólo se saldaron con la caída de dos ministros de Economía hasta que De la Rúa nombró a Domingo Cavallo, el padre de la ley de convertibilidad durante el menemismo: el uno a uno entre el peso y el dólar. Entre las diferentes e ineficaces medidas económicas, la que hundió al gobierno fue el corralito: decretado el 1° de diciembre, esta medida de restricción de los retiros bancarios por parte de los ahorristas pretendía evitar el pánico bancario que en realidad provocó.

Hay que destacar aquí un detalle importante: el «porvenir» de esta destrucción de la confianza en la moneda es mucho más largo que el «porvenir» del peronismo. De la Rúa se vio obligado a abandonar el poder tras los disturbios semi-insurreccionales de diciembre de 2001, mientras se arengaba “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. El significado primordial de esta consigna es que los manifestantes no se dejaban engañar: aunque protestaban contra el presidente radical (De la Rúa), sabían perfectamente que los peronistas también eran responsables y, sobre todo, que ellos no eran la solución. Aquí, el debate sobre el significado de este movimiento es de gran importancia. Una vez caído el gobierno radical, volvió la vieja burocracia peronista, primero con Adolfo Rodríguez de Saá (que se fue a la semana) y, luego de otras dos asunciones, finalmente llegó Eduardo Duhalde, quien allanó el camino a Néstor Kirchner (erigiéndolo como su candidato), que sorprendería convirtiéndose en el ala de centro-izquierda del peronismo.

Schuster y Stefanoni definen la victoria de Milei como una «especie de motín electoral antiprogresista», y es antiprogresista porque es antikirchnerista (antiperonista). Según ellos, Milei ha «retomado el eslogan de 2001 ‘Que se vayan todos'» e «invertido su significado: de protesta contra la hegemonía neoliberal a grito de guerra de la nueva derecha». Pero en realidad lo que tenemos aquí es una inversión de la inversión: el movimiento de diciembre de 2001 fue contra «todas las formas de representación», contra la «casta» y no sólo contra uno de sus segmentos. Las multitudes que se levantaron (más de cuarenta personas murieron en las manifestaciones) organizaron asambleas, ocuparon fábricas y hoteles en desuso, hicieron cacerolazos, asediaron sucursales bancarias, imprimieron formas alternativas de moneda y trueque, y no estaban en absoluto preocupadas por la hegemonía neoliberal de los panfletos peronistas y de izquierda. Lo que intentaban constituir eran nuevas formas de movilización política y productiva.

Por supuesto, el momento constituyente no duró mucho, la espontaneidad productiva de las multitudes no había resuelto -en absoluto- los enigmas de su organización (y todavía no lo ha hecho). Fue en estos límites que el peronismo capturó el movimiento invirtiendo la dimensión innovadora como parte de una reacción a la hegemonía neoliberal, en nombre de un imposible retorno al desarrollismo, algo así como «hagamos grande a la Argentina otra vez». De hecho, Touzón y Zapata hablan de un «Que se vayan todos 2.0» y subrayan:

El poder del concepto de casta que Milei importó de la izquierda española (Podemos) se encuentra en la realidad (del peronismo). El diagnóstico y las propuestas de Milei presentan muchos problemas, pero en este punto contienen un sentido de verdad. La epistemología común que unía a la vieja élite política, económica y cultural argentina con la sociedad civil ha sido destruida. Milei es hijo de esta ruptura.

¿Amar la incertidumbre?

En 1986, en un seminario celebrado en São Paulo, Albert O. Hirschman hizo un pronóstico muy contrastado sobre el proceso de democratización en América del Sur. Por un lado, postuló que «el punto de partida de cualquier reflexión seria sobre las posibilidades de consolidación de la democracia en América Latina debe ser sin duda el pesimismo».  Ello está justificado: «El aparente vigor de las nuevas corrientes democráticas en estos países no es necesariamente alentador. Parece que la característica omnipresente de cualquier régimen político en los países latinoamericanos más desarrollados es la inestabilidad: afecta incluso a las formas políticas autoritarias». A continuación, afirma que es un error muy grave pensar que la consolidación de la democracia depende de condiciones muy estrictas: «Creo que es mucho más constructivo reflexionar sobre las formas en que la democracia puede sobrevivir y fortalecerse a pesar de una serie de situaciones o evoluciones desfavorables persistentes en muchos de estos ámbitos: crecimiento económico, distribución de la renta, autonomía nacional, prensa y medios de comunicación…». Aquí, Hirschman cita un artículo de Adam Przeworski, cuyo título traducido es bastante claro: “Ama la incertidumbre y serás un demócrata”: «En un régimen autoritario (…), se está mucho más seguro del tipo de políticas y orientaciones que nunca se adoptarán. Aceptar la incertidumbre sobre la realización del propio programa es, por tanto, una virtud democrática esencial». Esto significa, prosigue Hirschman, que «debo conceder más importancia a la democracia que a la realización de programas y reformas concretas, por fundamentales que sean. Puedo juzgar que son necesarios para la consecución del progreso, democrático, económico o de otro tipo».

Recordemos que la percepción que muchos escritores tenían del fascismo en los años treinta era precisamente que ofrecía una (falsa) seguridad a quienes se sentían amenazados por el cambio. Leyendo el diario de Robert Musil, J. M. Coetzee escribió: «El fascismo, según el análisis de Musil, fue una reacción a los desafíos de la vida moderna -principalmente la industrialización y la urbanización- para los que el pueblo alemán no estaba preparado, una reacción que más tarde se convirtió en una revuelta contra la propia civilización». Esto nos lleva a otra de las dimensiones paradójicas del resultado electoral en Argentina: el voto a una figura tan folclórica con un programa político «irracional» (cierre del Banco Central, legalización de la venta de órganos, etc.) entrañaría -por parte de los electores que lo votaron- una gran dosis de tolerancia a la incertidumbre. En palabras de Mario Riorda, los argentinos, «al votar, han comprado su entrada para un nuevo espectáculo con Milei como protagonista». Una protagonista que se presentó literalmente en un festival del manga disfrazado de «capitán anarco-libertario».

Para el historiador argentino Federico Finchelstein: «(Milei) es mucho más excesivo e inestable que (Jair) Bolsonaro y (Donald) Trump. Así que es muy impredecible lo que esta persona pueda hacer (en el poder)». Gedan (jefe del Proyecto Argentina en el Wilson Center) cree que «es una apuesta enorme, pero no completamente irracional». El riesgo real es que «Argentina se derrumbe bajo sus esfuerzos por transformar radicalmente la economía». El relato que el jefe de marketing político de Milei hizo en la televisión brasileña al día siguiente de la segunda vuelta confirma esta opinión: Pablo Nobel reconoce el alto grado de incertidumbre que caracteriza al personaje y se apresuró a explicar que el apoyo de los centristas (Macri y Bulrich) «dio una dosis de seguridad a la aventura». La victoria de Milei parece contradecir este planteamiento, que nos quiere hacer creer que para ser democrático hay que amar la incertidumbre: según la mayoría de los análisis, es un salto a la pura incertidumbre, una opción por lo imprevisible que constituye una gravísima amenaza para la democracia argentina, y no sólo eso. Por lo tanto, necesitamos revisar la noción de populismo (o fascismo) de extrema derecha y pensarla en una relación diferente con la incertidumbre.

¿Renard o Moosbrugger?

La prensa moderada de Argentina y Brasil está destacando y exaltando todas las señales del giro moderado del nuevo presidente. La idea es que, en las próximas semanas, la plataforma radical de Milei sufra el inevitable baño de realidad y se replantee a la luz del apoyo parlamentario que consiga reunir el Gobierno. Según Furquim Werneck, la aversión al peronismo es más importante que el apoyo a sus ideas. Este fue también el tono de un larguísimo editorial de O Globo:

El problema de Milei es la economía. Se espera que la inflación en 2023 alcance el 200%. Los tipos de interés están en el 135%. La deuda de 43.000 millones de dólares con el FMI es impagable. La cantidad en manos de acreedores extranjeros es insostenible. (…) Incluso antes de su toma de posesión oficial, Milei tendrá que enfrentarse a la realidad: la promesa de resolver la crisis monetaria dolarizando la economía no es viable. (…) Los problemas de Argentina no se resolverán con alquimia monetaria.

Para Fernando Laborda, de La Nación, «el rugido del león parece haber amainado y lo que ahora prevalece es el prodigioso oído del zorro». El ideólogo económico (Emilio Ocampo) ya fue destituido, la dolarización quedó para otro momento y la nueva canciller ya visitó Brasilia. Para Touzon y Zapata, Milei debe evitar la trampa de multiplicar las guerras culturales (que fue la opción de Bolsonaro desde el inicio de su mandato) y «entender y hacer entender que, en este sentido, menos es más». Sin embargo, en estos tiempos malditos, interpretar la victoria de Milei puede ser tan difícil como traducir una de las frases de Robert Musil, como nos recordó Coetzee: ¿quería decir «Si la humanidad pudiera soñar colectivamente, soñaría a Moosbrugger» o «el sueño sería Moosbrugger (un asesino psicópata[2])»?

[1] Publicada en la revista francesa Tocqueville 21, el 12/12/2023.

[2] Se trata de un personaje de El hombre sin atributos (Robert Musil, 1930, 1933, 1943), un asesino condenado a muerte.

Artículo anterior Artículo siguiente