La locura no es sólo argentina: Trump pateando el tablero de la globalización

TOMAS RAFFO (economista, co-coordinador del IEF CTA A, integrante del IPyPP)

Es indudable que el pasado 2 de abril, en el denominado, “Día de la Independencia”, el flamante nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, realizó un acto de absoluta audacia y que va al corazón en que se sustenta la globalización capitalista: el aumento abrupto y generalizados de los aranceles que deben pagar los productos que ingresan al mercado norteamericano. En efecto, si la globalización está entre nosotros desde mediados de los ´70, es por el camino inverso al que hizo Trump: fue por la vía de la reducción e inclusive la eliminación de buena de parte de los aranceles en prácticamente todos los países del mundo occidental primero, y global después. Las políticas de apertura, comercial, pero también financiera, son el sinónimo de bajas e incluso eliminación de aranceles. El 2 de abril, Trump hizo todo lo contrario: aumentó significativamente todos los aranceles de la principal economía del mundo, por lo menos en lo relativo al poder de compra. El principal mercado del mundo, eso es Estados Unidos, aumentó abrupta y de manera significativa la principal medida anti-globalización: los aranceles.

Una primera conclusión es necesario extraer de este dato central: la emergencia de un profundo cuestionamiento a la globalización en el seno de la principal economía que promovió esa política. Trump es eso. Refleja el malestar social interno de buena parte de la sociedad norteamericana, principalmente los perjudicados por la globalización, en particular los obreros industriales de las principales ciudades urbanas que han visto como las fábricas industriales cerraban para localizarse en otros países, teniendo que reconvertir sus economías: pasando a depender sus ingresos principalmente de la posibilidad de endeudarse en el sistema financiero norteamericano, que dicho sea de paso, le ofreció variados opciones para transitar esta transformación de la economía del endeudamiento en el país del norte (basta recordar los préstasmo hipotecarios de baja calidad -subprime, que desataron la crisis financiera mundial del 2008; así como los innumerables instrumentos financieros que permiten extraer renta financiera a costa de hipotecar los patrimonios en un contexto de bajas tasas de interés, que al revertirse comprometen severamente la reproducción de los hogares más vulnerables, que tienen que hacer frente a precios elevados costos básicos de reproducción: educación y salud entre los principales). También los sectores vinculados con la producción agropecuario, principalmente los pequeños y medianos granjeros, son una base de sustentación en contra de la globalización, a la que ven como responsable de que tengan que competir en producción agropecuaria (carne, lácteos, cereales) con productores de otros países en los que observan que hay programas de estímulos (protección arancelaria, divisa depreciada) que los perjudica en la colocación de sus productos en el vasto mercado norteamericano. Por otro lado y en no menor medida, el descontento social se acrecienta al observarse los elevados gastos militares que tiene que hacer frente Estados Unidos en los conflictos bélicos que muchos norteamericanos consideran absolutamente ajenos e innecesarios para su economía: como es el caso principal de Ucrania. Es este malestar social el que sabiamente supo interpretar Donald Trump en la campaña presidencial con su Slogan: “American First”, es decir “Primero América”.

Repasando entonces, el aumento masivo y abrupto de los aranceles en Estados Unidos, debe leerse como parte de ese profundo malestar en la Globalización por parte de un sector de la sociedad norteamericana, que llevó a la presidencia a un personaje del que ya tuvo una experiencia anterior, sobre el que pesan variadas causas judiciales, que no se caracteriza por sus buenos modales, todo lo contrario, pero que expresa, quizás como ninguno otro emergente de la política de Estados Unidos, este malestar en el seno del imperio con la política imperialista de la globalización.

Ahora bien, explicado las razones de lo ocurrido, entremos a sus efectos. En primer lugar, las abruptas caídas en la bolsa de valores de todos los países del mundo, y especialmente de Estados Unidos. Fue tal la magnitud de la caída, una pérdida en dos días de aproximadamente 3 billones de dólares sólo en la capitalización de la bolsa de Estados Unidos, que el malestar se expresó en los afectados por esta caída, gran parte de los inversores en el mercado de valores, que dicho sea de paso, en una economía tan financieriamente dependiente como Estados Unidos, involucró a una parte considerable de su población, aquella que vio como en 2 días, las cuentas de sus inversiones en la bolsa de valores tenía caídas superiores al 10%. No sabemos con precisión cuanto de este malestar engloba también a los votantes de Trump, imaginamos que una parte no menor debe haber sufrido también la caída en las cotizaciones; pero fundamentalmente se trata de los grandes millonarios de Estados Unidos, aquellos que atan su consumo, no tanto en sus ingresos habituales, sino del efecto patrimonial que tiene la suba de los activos, que les habilita a participar cada vez más activamente en cuanta especulación de activos emerja en el panorama mundial (bitcoins, meme coins, nft, opciones de futuros, etc). Independiente de la magnitud y composición es evidente que la caída en la bolsa de valores de Estados Unidos fue de la suficiente magnitud como para que el envalentonado Donald Trump tuviera que suspender “por 90 días” la suba de aranceles que había dispuesto (excepto para los países que habían anunciado represalias, volveremos sobre este punto). Sin embargo, a los efectos de nuestra argumentación, lo importante es la suspensión en sí. Demostración prístina de que no es tan fácil desandar la globalización, aún para el Presidente supuestamente más poderoso del planeta. El malestar social de la globalización se enfrenta, y en primer lugar en el propio seno de la sociedad norteamericana, con la defensa de aquellos que están plenamente asociados con esta dinámica económica.

Con independencia de la suspensión de 90 días, está claro que con la decisión de Trump el impulso a la globalización se enfrenta con un gran obstáculo. Más allá de como queden los aranceles, la sola formulación de Trump alcanza para que empiece un proceso de deslocalización de empresas norteamericanas en el resto del mundo para volver a instalarse en territorio norteamericano. Ciertamente la profundidad de este proceso dependerá de los niveles que finalmente alcance los aranceles en cada país, pero ya se observan importante movimientos de las principales empresas (ejemplo de Apple trasladando números iphones por avión desde India para no quedarse sin poder abastecer al mercado norteamericano) es sólo una muestra de lo que más allá de los aranceles, supone la política de presión del gobierno norteamericano en relocalizar las multinacionales norteamericanas en su territorio. Este movimiento, ciertamente compromete los procesos productivos en los países receptivos de las empresas que eventualmente inicien el proceso de repatriación de capitales, afectando el mercado laboral de dichos países (ya se conocen noticias de desmantelamiento de la producción de servicios de empresas norteamericanas en la comunidad europea, así como la suspensión de importantes fabricas en México, por mencionar unas pocas que se van conociendo). En este sentido, el efecto principal será una menor corriente del comercio mundial, menos exportaciones e importaciones de productos a nivel global, lo que afectará a las economías orientadas al mercado mundial, que dicho sea de paso, en un globalización tan extendida, es un rasgo que comparten buena parte de todos los países del globo. Para el caso de la argentina, no es posible no tomar en cuenta el efecto esperado en la caída de los precios de los commoditties, principalmente petróleo, que son indicativos del clima recesivo que se pronostica a nivel mundial.

En consonancia con este menor flujo de comercio mundial es posible esperar la sustitución eventual por flujos de comercio regional, donde Estados Unidos se autoabastezca en los límites que le permite la relocalización de sus empresas conjuntamente con el nivel arancelario al que finalmente se llegue, pero donde para evitar una menor retracción del comercio deberán activarse mecanismos que permitan un mayor intercambio comercial entre regiones al interior de Asia, Europa, y también América Latina. Habrá que ver si efectivamente se puede sustituir comercio con Estados Unidos con comercio con otros bloques regionales. Es todo un interrogante, sobretodo a nivel del patrón monetario que eventualmente se utilizará, ¿será el dólar, como lo es hasta ahora? ¿está en capacidad otra moneda, el yuan, de sustituir al dólar como moneda de intercambio regional? Son preguntas que sólo el devenir de los acontecimientos podrá responder, principalmente porque el derrumbe del dólar que supone su sustitución supone una destrucción considerable de valor, principalmente de los poseedores de activos dolarizados, China uno de los más importantes.

No obstante, hay un dato que es absolutamente clave de extraer de esta convulsionada coyuntura internacional. Sea cual sea la profundidad del golpe, el golpe a la globalización ya fue dado. Como tal, es esperable que los menores flujos de comercio internacional se traduzcan en una importante caída en el nivel de actividad de casi todas las economías. Si la salida exportadora, el mecanismo que la globalización ofreció a los países, está colapsado; ¿no será hora de volver a reubicar al mercado interno de cada país como el motor principal de su economía? No es sino lo que intenta hacer Trump con el aumento de aranceles. Del mismo modo, y no por casualidad, sino porque algo que esperaban, China, la gran némesis de Estados Unidos, no tuvo ninguna vacilación en anunciar represalias de aumentos de aranceles de la misma magnitud que hizo Estados Unidos. En efecto, en el Día de la Independencia, Trump le aumentó un 35% de aranceles a China. Al día siguiente China le respondió que aumentaba los aranceles de Estados Unidos en la misma proporción. Pasados unos días, al mismo tiempo que Trump suspendía los aranceles, anunciaba que a China por sus represalias, le aumentaba los aranceles al 145%; un par de días después China anunció que aumentaba a 125% los aranceles a Estados Unidos, al tiempo que prohibía la importación de algunos productos de Estados Unidos (pollos, sorgo y harina de huesos) y limitaba severamente la exportación de algunos productos sensibles para la economía norteamericana (los minerales de tierras raras fundamentales para la industria tecnológica). Resulta claro que China no se amedrenta con la agresiva política de Trump, es más parece que estaba preparada para ello, habida cuenta que esta guerra comercial es la continuación de aquella primera guerra comercial que llevó adelante Trump en el 2018 durante su primera presidencia. Es cierto que en este punto, el Presidente de China Xi Jinping, hizo un llamado a Europa para “asumir sus responsabilidades internacionales y proteger juntas la globalización económica”. Está claro que uno de los principales beneficiados de la globalización económica fue China, que supo pasar en el lapso de 40 años de una economía atrasada con una gran población pobre, en ser la fábrica mundial de casi todos los productos, inclusive los de mayor calidad tecnológica, fruto de una planificada economía de mercado y con un activo rol regulador del Estado. En este contexto es claro que China forma parte de los que “quieren proteger la globalización”, razón por la que le pide a Europa que de pasos precisos e inconfundibles de asociación con su política, situación crítica para Europa dado sus fuertes vínculos comerciales con Estados Unidos, pero además por una falencia central de Europa, que no sólo no tiene China, sino que aún más busca fortalecerse en ese aspecto clave: el mercado interno. En efecto aún antes de la asunción de Trump, pero ya electo, el gobierno de Xi Jinping, instauró una serie de medidas de impulso fiscal y financiero al mercado interno chino. Un mercado interno de amplio crecimiento, fruto de que en 20 años lograron sacar a 800 millones de personas de la pobreza. 800 milllones, es decir 40 argentinas, dejaron de ser pobres en apenas dos décadas, tal es el fenomenal logro de China. Pero aun así a nivel percapita y dada su gran población China es un país de ingresos medios (U$S 25.000 dólares de PBI per cápita versus los U$S 85.000 de Estados Unidos). Como parte de esa milenaria cultura, el gobierno Chino, aún antes de asumir Trump puso en marcha un paquete de estímulos al mercado interno, que es de esperar se refuerce en esta guerra comercial que cada vez escala más. El llamado de Europa a proteger la globalización no debe hacer olvidar la verdadera enseñanza china en este contexto: revitalizar el mercado interno, como la base material propia para hacer posible el sostenimiento de la economía.

¿Estaremos los argentinos en capacidad de poder apropiarnos de esta enseñanza? ¿O estaremos condenados a una pueril política de seguimiento infantil del Presidente Milei, que en el contexto en que todos los países buscan protegerse, anunció medidas que tienen a eliminar restricciones y barreras que penden sobre la producción importada (caso de los textiles), mientas se espera pasivamente que China aumente la compra de productos primarios de nuestro país que compiten con Estado Unidos (granos principalmente) reforzando nuestra ya primarizada economía?

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