Por Palestina: revuelta juvenil en las universidades de Estados Unidos

Por RAUL ZIBECHI, desde Filadelfia y Los Ángeles

Zibechi recorrió las acampadas de las universidades de Pensilvania y de Los Ángeles, mientras miles de estudiantes a lo largo de Estados Unidos se manifiestan contra la agresión de Israel en Gaza y piden terminar con los lucrativos negocios entre sus instituciones educativas y el régimen de apartheid de ese país. En pleno año electoral, el levantamiento preocupa al gobierno y a la élite estadounidenses.

El 17 de abril, los estudiantes de la prestigiosa Universidad de Columbia, en Nueva York, iniciaron un campamento en el campus en solidaridad con Gaza. La Policía intentó desalojarlos, pero resistieron. La represión indignó a estudiantes y profesores y atrajo a un mayor número de personas a la acampada. Una semana después, cuando cientos de estudiantes se desplegaron en un espacio central del coqueto campus de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, ya eran más de 60 los campamentos en otros tantos establecimientos académicos.

La explosión de activismo exhibió la increíble diversidad de quienes exigen detener la matanza en Gaza. En Filadelfia, los más activos parecían jóvenes blancos, a menudo rodeados de afroamericanos; abundaban migrantes latinos que desplegaban desde wipalas hasta banderas mexicanas, un grupo de musulmanes rezaban arrodillados ataviados con sus vestidos tradicionales, podía verse a muchísimas mujeres jóvenes y personas queer y trans. Algunos profesores se acercaron con cartelitos manuales que enseñaban su apoyo a los estudiantes, siempre amenazados de represalias.

Un pequeño grupo de chicas judías se manifestaba enseñando el valioso y valiente apoyo de judíos antisionistas a la rebeldía causada por una guerra que sienten profundamente injusta, que no los representa y que es una mancha indeleble en la historia del judaísmo. Los cánticos sonaban contundentes y eran coreados por una multitud que hacía eco a los «vivas» a Palestina. No pude escuchar, ni en Filadelfia ni en ningún otro campus, el menor insulto a la condición de judío o de israelí, pese a lo que dicen algunos medios.

«Aquí está una parte de la generación de Occupy», dice a Brecha un docente de padres peruanos, de nombre George, en referencia al movimiento Occupy Wall Street de la década pasada. Agrega que estas son las mayores movilizaciones estudiantiles desde la guerra de Vietnam, comentario habitual convertido ya en sentido común. Una pequeña ronda responde cómo fue que se dispersaron las enormes protestas de Occupy Wall Street en 2011, cuando hubo grandes manifestaciones en 52 ciudades en contra del 1 por ciento más rico. «La represión fue muy fuerte, con detenciones masivas», concluyen varios, pero una voz agrega que hubo fuertes disputas internas entre las diversas corrientes de la izquierda radical, en la que anarquistas y marxistas suelen agriar las movilizaciones hasta desgastarlas.

La piedra en el estanque

Columbia dio el primer paso, sólido, potente, con una gran cantidad de estudiantes movilizados. Pero la cascada fue impresionante. En dos semanas había más de 100 campamentos y días después la cifra se duplicaba largamente, con contagios europeos incipientes.

Las ocupaciones en California son parcialmente diferentes a las que se registran en la costa este. La más numerosa y simbólica, la del campus de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), mostró un amplio núcleo militante muy bien organizado, con capacidad de asegurar la alimentación y la asistencia sanitaria a centenares de campistas, pero con algunas características propias que se registraron también en Columbia.

El ingreso de visitantes solidarios estaba a cargo de un grupo de seguridad bien plantado, con rostros cubiertos y con criterios consensuados para evitar contratiempos, ya que pequeños grupos sionistas provocaron y agredieron a menudo a los acampados, con la pasividad cómplice de la Policía. Cuando se anunció la inminente desocupación de la fortaleza en la que se había convertido el campamento de la UCLA, amurallado con tablones por los cuatro costados, los acampados tomaron la decisión de dividirse según tres colores: en rojo los que no tenían problema en ser arrestados, en verde o amarillo los que no querían ser detenidos.

La larga noche del desalojo, la Policía detuvo a unos 200 jóvenes, rodeados de miles de manos solidarias que les llevaron alimentos, se movilizaron fuera de las comisarías y se contactaron con medios y abogados defensores que lucían cascos verdes. Una maravilla de organización en la que destacan los amplísimos cordones de solidaridad casi espontáneos, surgidos del sentido común de la autodefensa no violenta.

Sorprendente fue llegar hasta Occidental College, una universidad relativamente pequeña en una zona acomodada de la ciudad, sobre una colina. Más de 100 carpas en un ambiente distendido, sin problemas con las autoridades académicas ni con la Policía, que nunca se hizo presente. El único guardia de seguridad indicaba a los visitantes dónde se situaba el campamento. Sin embargo, la California State University, en un alejado barrio de trabajadores y migrantes, lucía estilos similares a los de las grandes ocupaciones, aunque con menos participantes.

En los hechos, cada campamento es un mundo aparte según el sector social al que pertenecen los estudiantes, aunque es evidente que tienen mucho en común, tanto en la estética como en los cánticos y los objetivos. Uno de ellos es la «desinversión», desinvertir en todas las empresas que hacen negocios con Israel y con los fabricantes de armas, algo que están en vías de conseguir en algunas universidades y ha sido una de las demandas centrales además del cese de la guerra.

Como señala el análisis del portal anarquista CrimethInc, «las universidades dependen de la financiación y de las relaciones de investigación con los militares, los fabricantes de armas y los sionistas». De acuerdo al Departamento de Educación estadounidense, en las últimas dos décadas unas 100 universidades han informado sobre donaciones de Israel o contratos con ese país por unos 375 millones de dólares, una cifra que un análisis de Associated Press considera muy por debajo del monto real aún a estimar. La cantidad de dinero invertido por las universidades estadounidenses en empresas y proyectos israelíes de la industria armamentística y de seguridad es hasta el momento desconocida. Los estudiantes de la Universidad de Michigan afirman que esa institución envía más de 6.000 millones de dólares a administradores de inversiones con vínculos con empresas o contratistas israelíes. Según CrimethInc, que sigue de cerca el movimiento de ocupaciones, «la exigencia básica de ver a los palestinos como seres humanos es incompatible con las agendas del gobierno y las universidades de Estados Unidos», porque este país «necesita a Israel como socio estratégico para mantener su presencia en Oriente Medio».

Mientras estaban desalojando la UCLA, en otras universidades se preparaban para lanzarse al ruedo, como sucedió en Binghamton y Santa Cruz, en extremos casi opuestos de esta inabarcable geografía. Empieza a nacer un sentido común de los jóvenes de rechazo a la matanza indiscriminada de niños y niñas, que se expresa apenas encuentran alguna posibilidad, que no son pocas en el agrietado edificio del poder estadounidense.

En algunos barrios de Nueva York pueden verse más banderas palestinas que en las ciudades latinoamericanas. En Nueva Jersey, por ejemplo, pero también en suburbios de este estado, como Patterson, la ciudad precursora de la industrialización, poblada ahora por peruanos, asiáticos y árabes. Las kufiyas forman ya parte del escenario urbano en metros, trenes y calles de la Gran Manzana.

El espejo de Vietnam

Las protestas contra la guerra de Vietnam, en la que Estados Unidos jugó un papel decisivo y se involucró con medio millón de soldados, comenzaron en 1963 y al año siguiente cientos de jóvenes comenzaron a quemar en público sus cartillas militares en rechazo al reclutamiento. Con los años, los estudiantes se convirtieron en el centro de la protesta, a la que se fueron sumando madres de soldados, afroamericanos que se habían movilizado contra la segregación racial y luego los principales sectores de la sociedad, entre los que se destaca el papel de los veteranos militares.

Hubo gigantescos actos de masas y acciones audaces, como la ​realizada el 21 de octubre de 1967, cuando 100 mil personas se manifestaron frente al monumento a Lincoln en Washington y más tarde al menos unas 50 mil rodearon el Pentágono. En abril de 1971, medio millón de personas marcharon en Washington contra la participación de Estados Unidos en Vietnam. La escalada de movilizaciones juveniles cambió al país, que se polarizó entre quienes apoyaban y rechazaban la guerra. El movimiento tuvo una notable duración, una larga y conflictiva década. En 1966, ya se había extendido a todo el país y en febrero de ese año 100 militares intentaron ingresar a la Casa Blanca para devolverle al presidente sus condecoraciones.

La oposición a la guerra fue ganando adeptos, a tal punto que la mayoría absoluta de los estadounidenses manifestaban su rechazo en las encuestas. Pese a la represión y a la infiltración de agencias estatales como el FBI y la CIA, las movilizaciones no dejaron de crecer y expandirse, jugando un papel destacado en la formación de una conciencia global contra la guerra en Vietnam. Artistas como Joan Báez y Bob Dylan, atletas como Muhammad Ali y cientos de personalidades contribuyeron de forma notable a expandir la conciencia de que su país no debía combatir en el sudeste asiático.

Durante los años de guerra desertaron miles de reclutas (las estimaciones oscilan entre 80 mil y 206 mil); se calcula que medio millón de soldados abandonaron el Ejército y otro medio millón se licenciaron sin honores por desobediencia, cifras alucinantes que llevaron a la Casa Blanca a suspender el servicio militar obligatorio en 1973. El apoyo a la guerra cayó de un 61 por ciento en 1965 al 28 por ciento en 1971, pero algunos hechos muestran el tamaño del rechazo: «En la ceremonia de apertura del curso de 1969 de la prestigiosa Universidad de Brown, dos tercios de los graduados dieron la espalda a Henry Kissinger cuando se levantó para pronunciar su discurso», escribió el historiador Howard Zinn.

Es evidente que la memoria de ese notable ciclo de protestas sobrevuela el activismo juvenil que está empezando a desbordar las universidades. Sin embargo, no sería adecuado trazar excesivos paralelismos o lanzar las campanas al vuelo. El 1 por ciento se juega demasiado este año. La proximidad de las elecciones de noviembre está acelerando los tiempos de la represión, como puede verse en estos días, en los que fueron detenidas más de 2 mil personas que se manifestaban en las universidades. Imposible saber si la represión y el bombardeo mediático conseguirán hacer retroceder el movimiento. Lo andado en estas tres semanas es ya bastante trascendente y toda una luz de esperanza para quienes se involucraron.

Para los analistas más críticos, como el citado medio CrimethInc, Estados Unidos vive una situación inédita por la alianza en respaldo de Israel entre republicanos y demócratas. «Esto crea una situación que puede ser única entre todas las luchas de masas de la historia reciente», señala el portal. Como ejemplo, coloca la rebelión ante el asesinato policial de George Floyd en 2020, ahogado por la rodilla de un policía blanco. Los grandes medios y los demócratas toleraron las protestas sin censurarlas o rechazarlas porque «pensaron que podrían aprovechar esas protestas para construir una base electoral contra Trump durante un año electoral».

Octubre en el retrovisor

El porcentaje de votantes que aprueba la gestión del presidente Biden es el más bajo desde que existen registros, según Gallup. Con 38,7 por ciento de apoyo, está incluso por debajo de Bush padre, quien tuvo el 41,8 por ciento y pudo gobernar un solo período. Si se observa la gráfica, es demasiado chata, y según la empresa de opinión pública la popularidad de Biden «no muestra signos de aumentar» (Gallup News, 26-IV-24).

La misma empresa sostiene que el rechazo a Biden sigue creciendo y ya se sitúa en el 58 por ciento del electorado. En tanto, el índice de confianza económica es de menos del 29 por ciento y solo el 23 por ciento cree que las cosas van bien en Estados Unidos. Según las encuestas, la migración es considerada como el primer problema y, a nivel financiero, la inflación ocupa el lugar más destacado entre las preocupaciones del electorado.

Lo más notorio, sin embargo, es que solo el 27 por ciento aprueba su desempeño en la crisis entre Israel y Gaza. Una parte sustancial de las críticas las recibe de su propio partido. La semana pasada, 88 miembros del Partido Demócrata en el Congreso firmaron una carta dirigida al presidente en la que denuncian los obstáculos impuestos por Israel a la ayuda humanitaria en la Franja de Gaza, afirmando que hay suficiente evidencia para decir que se ha violado la ley estadounidense.

Sobrevuela además el fantasma de las primarias de Michigan, el pasado mes de febrero, cuando 100 mil votantes demócratas, en su mayoría de origen árabe, además de jóvenes y progresistas, le dieron la espalda a Biden por su política de apoyo incondicional a Israel. «Históricamente, los gobernantes que buscan la reelección con índices de aprobación inferiores al 50 por ciento justo antes de las elecciones han sido derrotados», destaca Gallup. El papel de los independientes será decisivo en las presidenciales de noviembre, además de un 10 por ciento de demócratas que no estarían dispuestos a votar por Biden aunque eso signifique el retorno de Trump.

Con los días comienzan a aparecer datos reveladores sobre la actitud policial, como es el caso del desalojo de la UCLA. «El martes por la noche, un grupo enmascarado rodeó el campamento en solidaridad con Gaza, lanzó fuegos artificiales y atacó violentamente a los estudiantes. Estudiantes y periodistas de múltiples medios dijeron que las fuerzas de seguridad contratadas por la universidad se encerraron en edificios cercanos y la Policía observó durante horas antes de intervenir» (The Guardian, 2-V-24). Incluso el proisraelí y oficialista The New York Times debió reconocer un día después que los demás, luego de revisar 100 videos, que hubo «contramanifestantes» sionistas con máscaras blancas que durante cinco horas atacaron violentamente el campamento propalestino ante la pasividad policial. Evidentemente, el diario neoyorquino no menciona que los violentos fueran sionistas, sino apenas opuestos a los acampados. The Times of Israel, editado en Jerusalén, titula: «Estudiantes judíos dicen que la violencia proisraelí en el campamento de protesta de UCLA socavó su defensa» (2-V-24). «La federación judía de Los Ángeles se hizo eco de ese mensaje en una rara declaración criticando las acciones de los judíos en el campus», destaca el diario, y agrega que ahora el prestigio de quienes defienden a Israel ha caído muy bajo. Hechos como los sucedidos en la UCLA enseñan dos cuestiones fundamentales: que los medios más respetables ya no pueden callar los atropellos del poder y que el discurso de Biden que acusa a los estudiantes de violentos está bien alejado de la realidad.

Originalmente publicado en Brecha

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