Sin luchas no hay Frente Popular. Seis tesis para un debate

El siguiente texto, escrito antes de las elecciones en Francia, es el resultado de un debate en el Séminaire Capitalisme Cognitif de París entre: Francesco Brancaccio, Andrea Di Gesu, Davide Gallo Lassere, Sara Marano, Sandro Mezzadra, Filippo Ortona, Matteo Polleri y Carlo Vercellone.

Si tocan el violín en lo alto del edificio del Estado, ¿cómo no esperar que los de abajo se pongan a bailar?

Karl Marx, 18 Brumario de Luis Bonaparte

  1. En el plano continental, las elecciones europeas del pasado 9 de junio suponen un paso adelante en la convergencia entre el neoliberalismo y el neofascismo. Además de constituir un factor desestabilizador para la gobernanza europea, el acercamiento entre el polo de centro y la extrema derecha empuja hacia una redefinición del proyecto de integración europea basada en los Estados soberanos y en la función sincronizadora desempeñada, no sin posibles fricciones, por el Banco Central Europeo.

Las repercusiones de las elecciones europeas sobre la composición de la mayoría y el consiguiente nombramiento de comisarios están aún por determinar, pero el crecimiento de la componente neofascista en el Parlamento europeo determina sin duda un nuevo acercamiento, en el paisaje político continental, entre el polo «liberal» y el polo llamado «conservador», es decir, la extrema derecha. Desde luego, esta unión es aún virtual y dependerá de las negociaciones del próximo periodo. Sin embargo, es evidente por el progresivo acercamiento entre Ursula Von Der Leyen y Giorgia Meloni —elogiada, esta última, como una socia de gobierno eficaz y digna de crédito. Este acercamiento debe leerse a la luz de un proceso en curso desde hace varios años, en el que el centro liberal está cada vez más expuesto a la presión de la extrema derecha y a su vez esta se presenta cada vez más domesticada con arreglo a las indicaciones procedentes de la tecnocracia de Bruselas y del BCE, así como a las estrategias de la OTAN. Dentro de la UE, este vínculo agrieta el ya debilitado eje franco-alemán, al que le cuesta cada vez más operar entre las presiones estadounidenses, la necesidad de autonomía estratégica continental y el impulso —no siempre cohesionado— de los nacionalismos en muchos países de Europa del Este. La ventana de oportunidad para un New Deal europeo abierta por la pandemia de Covid19 es ya un recuerdo lejano. A la sombra de la competencia estratégica entre Estados Unidos y China y del surgimiento de agrupaciones como los BRICS+, la reconfiguración de los equilibrios políticos de la Unión se produce de hecho en el marco de un «régimen de guerra global», del que la guerra ruso-ucraniana es el vector continental. Sin embargo, el intento de Macron y Scholz de hacer pivotar su campaña electoral en torno al uso sin escrúpulos de una retórica belicista ha salido duramente derrotado de las urnas. En un escenario de estancamiento y recesión generalizados, con el neomercantilismo alemán en graves dificultades debido a las nuevas relaciones comerciales con Rusia y China, la configuración europea, cada vez más confederal y atlantista, acentúa sus rasgos etnonacionalistas. En el frente mediterráneo, continúan las matanzas y detenciones masivas de migrantes provocadas por las operaciones de asalto en el mar y la externalización de las fronteras europeas en territorio africano y más allá; en el frente nororiental, el conflicto de Ucrania se instrumentaliza para la militarización del espacio europeo, con la invocación de los derechos humanos contra el «despotismo asiático»; mientras que, desde Oriente Medio, Israel se presenta —y ya no solo en el discurso de la extrema derecha sionista— como el pivote de la «identidad judeocristiana» fuera de las fronteras europeas y, engañosamente, como un destacamento militar avanzado contra el «terror islámico». En un contexto de creciente tensión internacional, la expansión de la retórica bélica y la construcción de una economía de guerra exponen el proceso de construcción continental europeo a contradicciones crecientes, que afectan a su constitución material y a sus propios mitos fundacionales. En lugar de desarrollarse como un proyecto universalista, orientado a la expansión de los derechos, el Estado del bienestar y la democracia, el espacio europeo participa ahora activamente en el fortalecimiento del enfrentamiento entre polos imperialistas opuestos, situándose firmemente —aunque de forma subordinada— dentro de un «Occidente» cada vez más militarizado y amenazador.

  1. El macronismo no es la alternativa a, sino la variante francesa de la convergencia progresiva entre neoliberales y extrema derecha. El katèkonsupuestamente moderado, que debía frenar la catástrofe lepeniana, ha resultado ser en realidad un acelerador de la distorsión autoritaria de la V República. Esta última funciona como un dispositivo contrainsurreccional, reaccionando al formidable ciclo de las luchas francesas.

Disolviendo la Asamblea Nacional la noche misma de las elecciones europeas, Macron pretendía llevar a cabo una simplificación de los tres polos del arco parlamentario. El objetivo era eliminar, o al menos reducir considerablemente, el peso de la izquierda en favor de un apretado cara a cara entre neoliberales y neofascistas. Aparte de algunos factores específicos —como la ausencia de una mayoría presidencial clara desde 2022, el riesgo de una moción de censura en otoño con motivo de la ley de presupuestos y la necesidad de una reactivación política tras la estrepitosa derrota—, la elección de Macron apuntaba, en particular, a aislar y marginar a La France Insoumise (LFI), es decir, a la única fuerza política que, desde la revuelta de las banlieues de julio de 2023, ha apoyado activamente las luchas antirracistas y el movimiento propalestino. Así, pues, no se trata como han escrito algunos comentaristas estos últimos días, de un intento heroico de salvar su mayoría a costa incluso de cohabitar con la extrema derecha. Se trata más bien de una elección que asume la posibilidad de cohabitar con la Agrupación Nacional (RN) como un «mal menor» frente a la hipótesis de un crecimiento de la izquierda radical, en las calles y en las instituciones, con vistas a las elecciones presidenciales de 2027. Leída en estos términos, la decisión de disolver la Asamblea Nacional constituye la última etapa, así como el salto cualitativo, de la deriva reaccionaria del macronismo. En efecto, en ocho años de gobierno, Macron se ha despojado de todas las máscaras, una tras otra. Si en su primer mandato su proyecto «liberal y progresista» se concretó en privatizaciones y austeridad, injusticia fiscal y represión de los movimientos sociales, en su segundo mandato el «bloque presidencial» ha agudizado sus rasgos autoritarios e identitarios, continuando el proyecto de destrucción de los servicios públicos. En el proceso de desmantelamiento del sistema de bienestar francés, Macron ha dado giros cada vez más profundos hacia la derecha. Siguiendo el hilo rojo de la represión, del papel sangriento desempeñado por el prefecto de policía Didier Lallement —convocado a París para aplastar con sus motards la revuelta de los Chalecos Amarillos— hemos pasado al protagonismo indiscutible del ministro del Interior Gérald Darmanin, campeón del «orden republicano» tanto en las periferias como en las colonias de ultramar. Siguiendo el hilo de la seguridad y la dominación racial, de la constitucionalización del «estado de emergencia» aprobaron la Loi de Sécurité Globale y la ley contra el supuesto «separatismo», auténticas validaciones jurídicas de la islamofobia de Estado. Este giro a la derecha del macronismo no puede entenderse sin referirse al contexto de los formidables ciclos de movimientos que le hicieron frente y a veces le hicieron retroceder: el de los Chalecos Amarillos (entre 2018 y 2020), la huelga social contra la reforma ferroviaria y de las pensiones (2018, 2020 y 2023) y la revuelta de las banlieues contra el racismo de Estado (verano de 2023). Se trata de luchas caracterizadas por rasgos a menudo insurreccionales sobre todo en el caso de los Chalecos Amarillos, de la revuelta antirracista y las movilizaciones en los territorios de la llamada «Francia de ultramar»— a las que el macronismo ha respondido transformándose en un dispositivo gubernamental contrainsurreccional. Desde este punto de vista, la potencial apertura de Macron a la extrema derecha no es el estruendo de un trueno en un cielo sereno. Por el contrario, varios elementos la vienen anunciando y construyendo en los últimos años y sobre todo en los últimos meses. En el plano de la propaganda política, la apertura a la extrema derecha lepenista ha sido preparada por la equiparación sistemática entre la izquierda radical y el comunitarismo, el antirracismo y el islamismo, el pacifismo y el antisemitismo. Esta deriva se ve finalmente coronada por el asunto parlamentario de la Loi Immigration: una ley no solo aprobada gracias a los votos de los diputados de extrema derecha, sino que está inspirada en las propuestas programáticas de la RN de Marine Le Pen (propuestas declaradas inconstitucionales por el Conséil Constitutionnel). En el debate público, la apertura al lepenismo se vio favorecida además por su «normalización» por parte de los medios de comunicación centristas y el apoyo entusiasta del gigante mediático propiedad del grupo Bolloré.

  1. El macronismo sanciona la crisis terminal de la V República y reactiva la actualidad siempre latente de sus orígenes: el «golpe de Estado permanente». En medio de esta crisis el arco republicano antifascista se transforma en un arco antipopular, en el que convergen el extremo centro y la extrema derecha con la intención de una nueva estabilización reaccionaria.

Nacida en el contexto de la guerra de liberación de Argelia con los «referendos constituyentes» de De Gaulle, la actual constitución francesa se inspira en la de la República de Weimar en lo que respecta a los poderes presidenciales y a la relación entre el presidente y el parlamento. Sin embargo, en sus inicios y durante un largo periodo, la constitución «formal» de la V República se apoyó en la constitución «material» de la sociedad francesa: tras la victoria de Mitterrand en 1981, la alternancia de gobierno entre gaullistas y socialistas certificó, en el plano parlamentario, el compromiso entre las fuerzas burguesas y los impulsos reformistas en materia de derechos políticos y de reparto de la riqueza. Ya corrompido y debilitado por la sucesión de reformas neoliberales y securitarias promovidas por las presidencias de Sarkozy y Hollande, este modelo concertacionista, basado en una dura dialéctica entre luchas sociales y mediaciones institucionales, ha entrado irreversiblemente en crisis con Macron. La desestabilización macroniana de los dispositivos constitucionales, tanto formales como materiales, se llevó a cabo mediante la exasperación de los rasgos más autoritarios y verticales de la V República. De esta suerte, la combinación de neoliberalismo y bonapartismo sella la reactivación de la lógica del «golpe de Estado permanente» que está en el origen de la Constitución que quiso darse el general De Gaulle, en un encuentro en el que las tendencias tecnocráticas del primero hacen manifiestos los rasgos autoritarios del segundo. La utilización constante y sin escrúpulos de dispositivos legislativos que eluden el debate parlamentario (el “voto bloqueado”, los Art. 47.1, Art. 49.3), el rechazo de la mediación con todos los organismos intermedios, y en primer lugar con el mundo sindical, por no hablar de las detenciones masivas y las mutilaciones de manifestantes durante las movilizaciones más intensas, han contribuido a determinar una profunda desconexión entre el poder y la sociedad. El hundimiento del «arco republicano» —es decir, de la estrategia electoral que, durante los últimos treinta años, ha impedido al partido de Le Pen llegar al poder— encuentra su génesis material y simbólica en esta espiral «postliberal». En última instancia, la crisis de las instituciones de la V República se consuma con la dislocación del polo político macroniano y abre el horizonte de una nueva estabilización, de signo plenamente reaccionario. Desde 2017, la coalición liderada por Macron ha representado un paradójico bloque hegemónico minoritario: un bloque, eso sí, elegido por los electores a falta de alternativas, frente a la extrema derecha y con los índices de participación más bajos de la historia de Francia. Su descomposición actual pone a la orden del día la conquista del poder por el RN de Marine Le Pen, que ahora ha atraído a su órbita a una parte sustancial de los políticos y votantes republicanos. La «cohabitación», por ahora solo virtual, entre Macron y un gobierno liderado por RN viene prefigurada por el fin del «frente republicano» y su progresivo derrocamiento en un «frente antipopular», que lucha contra el avance de las fuerzas radicales y progresistas.

  1. El nuevo pacto social y político en el que convergen neoliberales y neofascistas es un pacto económico con connotaciones étnico-raciales.

El desmoronamiento del «arco republicano» y la constitución de un «arco antipopular» está ligado a la redefinición del debate público tras el levantamiento antirracista del verano de 2023 y la guerra genocida emprendida por Israel en Gaza tras los atentados del 7 de octubre. Un frente diverso de fuerzas políticas representa ahora a Francia como una sociedad atravesada y desintegrada por un supuesto «choque de civilizaciones». A ello le sigue la identificación del «laicismo», valor fundacional de la République, con su opuesto especular: la islamofobia, la xenofobia y la caza del adversario. En el régimen de guerra francés, el enemigo interior se superpone así al enemigo exterior y se encarna en el llamado islamogauchisme, contra el que los comentaristas «moderados» y «conservadores» arremeten contra su supuesto arraigo en las banlieues y las universidades. Este concepto, junto a otros, articula ahora un léxico etnorracial. Normalmente se asocia con el «separatismo» y el «comunitarismo», utilizados para denotar la supuesta no integración de las comunidades más precarias de los barrios populares, apresuradamente definidas como «musulmanas», con los valores y las instituciones de la République, así como, más recientemente, con la infame acusación de «antisemitismo» —un término, este último, que gracias a la propaganda israelí engloba ahora cualquier crítica al colonialismo sionista. En este contexto, la inauguración del curso escolar 2023-2024 bajo la bandera de la prohibición de la abaya, deseada en su momento por el ministro de Educación Gabriel Attal (una excelente credencial para obtener el nombramiento como primer ministro) envió un mensaje de apertura a la extrema derecha y respondió a la revuelta antirracista del verano tras el asesinato de la joven Nahel con un endurecimiento del modelo francés de «integración». Tampoco es casualidad que una figura como Fabrice Leggeri, alto funcionario francés responsable de la agencia europea de gestión de fronteras Frontex, fuera uno de los principales candidatos de RN en las elecciones europeas y que, según estudios recientes, la racionalidad del voto lepenista esté impulsada por una lógica «racial», mucho más que por una lógica «de clase». A pesar de las evidentes fricciones con algunas de las orientaciones de Macron —en materia de política exterior, por ejemplo,— la «llamada» de RN al gobierno podría consolidarse a través de una serie de convergencias con respecto a este llamamiento conjunto a law and order racista, sin socavar en absoluto, sino más bien exacerbando la agenda económica austeritaria y neoliberal.

  1. El ciclo de luchas francesas de los últimos años constituye la condición de posibilidad del Nuevo Frente Popular y puede garantizar su apertura más allá incluso de las citas electorales y de las dinámicas institucionales.

El nacimiento mismo del Nuevo Frente Popular es una expresión directa del formidable ciclo de luchas francesas de los últimos años, que constituye su condición histórica de posibilidad. No solo la alianza de las diferentes formaciones progresistas, sino la radicalidad de su programa de coalición son la prueba tangible de la estratificación de las luchas y reivindicaciones de los movimientos sociales. Más allá del llamamiento a una nueva unión de la izquierda, que resonó con fuerza en las calles en los días inmediatamente posteriores a las elecciones, el «pacto de ruptura» del NFP incorpora explícitamente muchas de las reivindicaciones de estos movimientos: desde el RIC (Referéndum de Iniciativa Ciudadana, exigido por los Chalecos Amarillos) hasta la derogación del infame Artículo 49. 3 (que permite aprobar leyes «por decreto»); de la retirada de la reforma de las pensiones al reconocimiento del Estado de Palestina; de la disolución del BRAV-M (escuadrón antidisturbios en motocicleta, protagonista de la violencia policial) a un proyecto masivo de revitalización de los servicios públicos, y en particular de la sanidad. Los movimientos irrumpen con sus tumultuosas experiencias de lucha de los últimos años dentro del proceso de constitución del Frente Popular, imponiendo también un profundo cambio en cuestiones como el antirracismo y la ecología. Dicho de otra manera, el programa, no solo se formula en las secretarías de los partidos: los elementos innegociables viven en las calles, las plazas y los lugares de trabajo. Y estos lugares están preparados para evaluar la acción del NPF con independencia del resultado de las elecciones legislativas. Estamos, en definitiva, ante una dinámica histórica virtuosa de la que el NFP es la máxima expresión, que tiende a adoptar los caracteres de un verdadero dualismo de poder. No subestimamos la importancia de las negociaciones entre las fuerzas políticas de izquierda, ni los límites del programa común o los problemas que crean determinadas decisiones sobre las candidaturas. Sin embargo, en paralelo a este proceso queremos subrayar hasta qué punto el NFP ya está actuando desde abajo, en la movilización permanente de los movimientos sociales en las principales ciudades francesas, reactivando una vez más la carga histórica del ciclo de luchas de estos años. A diferencia de lo que ocurrió en otros lugares y en otros momentos, pensamos que este dualismo de poder no debe resolverse y sintetizarse, a través de la reabsorción de los movimientos en la coalición electoral, sino que debe consolidarse. Si hoy la dimensión institucional aparece como decisiva para el propio desarrollo de las luchas, extinguir o incluso reducir su autonomía a través de lógicas de cooptación privaría al NFP de su fuente primaria de «creatividad política» y acabaría reduciendo drásticamente la propia eficacia de cualquier transformación institucional. Lo reiteramos con fuerza: los movimientos no pueden ser «cooptados», sino que deben seguir afirmando y reforzando su autonomía. Esta necesidad no solo redunda en interés de los movimientos, sino también —o sobre todo —en interés de una fuerza política original como LFI en los últimos años. En no pocas ocasiones hemos visto esta virtuosa consolidación mutua en funcionamiento, donde LFI funciona como una caja de resonancia para las luchas y por su parte las luchas empujan a LFI hacia posiciones cada vez más radicales. Si se pierde esta tensión dialéctica entre las luchas sociales y las fuerzas políticas que operan en las instituciones, la perspectiva es la de un debilitamiento de ambas.

  1. Más allá de Francia, la expansión del poder constituyente.

La consolidación del dualismo de poder es, en nuestra opinión, una perspectiva decisiva en la actual coyuntura francesa, pero también constituye una apuesta importante más allá de Francia. El desencadenamiento de una fase constituyente tendría también implicaciones significativas a escala europea. La actual coyuntura bélica, con las polarizaciones que conlleva, puede crear pasajes imprevisibles en los que debemos insertarnos. Asamblea constituyente, sin duda, que permita superar la Quinta República; apertura a la multiplicidad de historias e identidades que componen la «Francia» actual; reorganización de los servicios públicos y de la seguridad social en torno al principio del común; anclaje constitucional de las experiencias de democracia directa de los últimos años, como las formas comunalistas o municipalistas experimentadas por los Chalecos Amarillos en la Asamblea de Asambleas, los comités de huelga interprofesionales durante el movimiento de las pensiones o, de nuevo, los cientos de comités locales que componen el movimiento ecologista Soulèvements de la Terre. Pero al mismo tiempo, más allá de los elementos programáticos individuales, hay que sentar las bases para que este proceso constituyente se consolide, crezca con el tiempo y encuentre resonancias internacionales. Si, como hemos dicho, la formación del NFP no se ha dado sin dualismo de poder, su futuro es inseparable de su expansión e irradiación nacional y continental. La multiplicidad de luchas que han salpicado el paisaje francés desde 2016 hasta hoy han transformado profundamente no solo una formación política como LFI, sino también muchas bases sindicales y organizaciones sociales, radicalizándolas. Más allá del balance, siempre provisional, que podamos extraer, tenemos aquí la huella de una nueva relación entre revueltas populares, movimientos sociales e instituciones partidarias y sindicales, que puede resonar con fuerza más allá de las fronteras del hexágono. De hecho, son las luchas sociales las que expresan el motor y la estrategia —como demuestran las posiciones adoptadas por LFI sobre el racismo, el laicismo y la islamofobia gracias a las movilizaciones disruptivas de los últimos años—, mientras que la articulación política y la táctica actúan como multiplicador de los movimientos. Todo ello ha sido de capital importancia hasta ahora y ha constituido el único freno a la intensificación de los procesos, por otra parte muy avanzados, de neoliberalización y fascistización de la sociedad francesa. Pero esto, al mismo tiempo, no es suficiente. Si quiere resistir a la reacción del bloque macronista y del bloque lipenista, el «pacto de ruptura» del NFP y el poder constituyente que lo acompaña deben anclarse aún más en los lugares de vida y de trabajo, instalarse en la duración y hacerse cargo de una temporalidad extendida del proceso de transformación. Seamos claros: mucho, pero no todo, está en juego en las próximas semanas. Mucho más allá del nefasto papel de Hollande, Glucksmann y cia. en caso de una eventual derrota, o de una victoria, será decisivo el modo en que esta relación dialéctica entre insurgencia social y representación política pueda seguir condicionando la evolución del país, irradiando más allá de Francia. En el largo tiempo del proceso de transformación que nos disponemos a vivir, no faltarán desde luego precipitaciones, batallas ejemplares y situaciones imprevistas a las que habrá que reaccionar. Es una tarea de la inteligencia colectiva que se ha formado y se manifiesta en las luchas preparar los instrumentos políticos y las formas de organización para actuar en estas distintas temporalidades. Contra el fascismo, contra la guerra, contra la convergencia entre el polo burgués y la extrema derecha, existe un horizonte de vida común que juntas debemos consolidar y afirmar.

Traducción de Raúl Sánchez Cedillo, publicado por Diario.Red (España), 6/7/2024

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