Toni Negri, un dossier afectivo

Carlo Vercellone (Economista, profesor en la Universidad de París 8 Vincennes-Saint-Denis, investigador del Centre national de la recherche scientifique y del Centro de Economía de la Sorbona. Autor de Il Comune come modo di produzione, autor y compilador de Capitalismo cognitivo. Renta saber y valor en la época posfordista, entre otros).

Entre los muchos recuerdos de Toni reunidos a lo largo de más de 30 años de amistad y de trabajo teórico y político realizado en común, el que en este momento de dolor está quizá más presente, y en todo caso el único que ahora soy capaz de recordar, se refiere a un aspecto que pone de relieve su sensibilidad.

En efecto, Toni, casi instintivamente, apreciaba mucho a mi hijo Théo, un niño afectado por trastornos autistas. El afecto de Toni iba de la mano de su inagotable curiosidad. Un día me dijo que él también creía tener rasgos que a menudo se atribuyen a los autistas. Probablemente se refería a una memoria extraordinaria, pero quizá también a una timidez subyacente que, aunque superada con los años, resurgía de vez en cuando en sus relatos y reaparecía en determinadas situaciones.

Así, antes de que su salud empezara a deteriorarse, se había ofrecido a acompañarme a veces en mis «balades» con Théo por París, y los tres dimos varios paseos juntos. En esos momentos, Toni siempre mostró un gran tacto y una presencia atenta y cariñosa, a menudo silenciosa y nunca intrusiva. Seguramente Théo lo notó y se sintió tranquilo y, de forma extraordinaria, durante estos paseos siempre se mostró muy sereno y tranquilo.

El día de su fallecimiento, Théo y yo dimos nuestro paseo habitual, pero esta vez cambiamos de ruta. Cruzamos la «périphérique» y nos dirigimos hacia Villejuif, en las afueras de París, acercándonos al hospital donde murió Toni para rendirle un breve homenaje junto con nuestros pensamientos.

Publicado por Effimera el 20/12/2023

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Toni Negri nos deja hoy con la fuerza de su deseo y sus conceptos…

Etiéne Balibar (filósofo, fue profesor en la Universidad de Paris I y en la Universidad de Paris X Nanterre, actualmente enseña en al Universidad de California. Fue coautor del mítico Para leer El Capital, junto a Louis Althusser, y tiene una profusa obra teórica. Fue militante del Partido Comunista Francés hasta la década del 80, pertenece al Tribunal Russell de apoyo a Palestina)

Lo primero que me impresionó de él, además de su figura increíblemente juvenil a cualquier edad, fue su singular sonrisa, a veces carnívora, a veces irónica o llena de afecto. Me cautivó la primera vez que nos vimos, a la salida de un seminario en el Collège International de Philosophie. Había escapado de Italia gracias a unas elecciones que lo liberaron temporalmente de la cárcel. En Francia estábamos desolados por el auge del reaganismo y el thatcherismo, que hicieron añicos las ilusiones nacidas de la victoria socialista de 1981. ¿Qué podíamos hacer en esta debacle? Pero la revolución –explicó Toni, radiante de optimismo– avanza a través de innumerables movimientos sociales, cada uno más inventivo que el anterior. No estoy seguro de habérmelo creído realmente, pero salí de allí libre de mis humores oscuros y conquistado para siempre.

No había asistido al famoso seminario sobre los Grundrisse de Karl Marx[1], organizado en 1978 en la École Normale Supérieure por Yann Moulier-Boutang, de quien me dijeron que era tan fascinante como esotérico. Y no sabía casi nada del «operaismo»[2], del que fue Negri uno de los cerebros.

Para mí, Negri era ese teórico y practicante de la «autonomía obrera», al que el Estado italiano, gangrenado por la connivencia del ejército y los servicios secretos estadounidenses, había intentado convertir en el cerebro del terrorismo de extrema izquierda; una acusación que se derrumbó como un castillo de naipes, pero que lo envió tras las rejas durante años. Antes y después de esta estancia, rodeado de camaradas cuyas vidas se habían sido acalladas y cuyas pasiones permanecían intactas, fue el pilar de esta Italia francesa, imagen especular de la Francia italiana que habíamos soñado establecer antes de 1968. Juntos, en torno a algunas revistas y seminarios, iban a lanzar una nueva temporada filosófica y política. A través de sus provocaciones y estudios, Negri sería la inspiración.

Libertad y emancipación del trabajo

Me limitaré a dar algunos puntos de referencia elípticos, eligiendo según mis afinidades. Spinoza, por supuesto. Tras el trueno de L’Anomalie sauvage (PUF, 1982 para la edición francesa, precedida de prefacios de Gilles Deleuze, Pierre Macherey y Alexandre Matheron)[3] vinieron aún más ensayos, inspirados por las palabras: “Le reste manque”, escritas por el editor en la página en blanco del Tratado político (Le Livre de Poche, 2002), interrumpido por la muerte del recluso de La Haya en 1677.

A diferencia de otros, Negri no ha pretendido reconstituir ese resto, sino inventarlo, siguiendo el hilo de una teoría del poder de la multitud que funde la metafísica del deseo y la política democrática, contra toda concepción trascendental del poder, resultante de la connivencia entre el derecho y el Estado. Spinoza, el anti-Hobbes, el anti-Rousseau, el anti-Hegel. El hermano de los insurgentes napolitanos cuya figura había tomado prestada en una ocasión. Nunca hemos dejado de discutir los pros y los contras de este «Spinoza subversivo», que ha dejado su huella en el gran «Spinoza-Renacimiento» contemporáneo.

Pasemos al problema de la libertad y de la emancipación del trabajo, que parte de Spinoza y converge con Foucault, pero también con Deleuze, por el profundo vitalismo que opera en la oposición entre la «biopolítica» de los individuos y el «biopoder» de las instituciones. Reinscribe en la idea misma de poder la oposición antes establecida entre poder y fuerza, y permite retomar, como esencia misma del proceso revolucionario, el viejo tema leninista del «doble poder», pero desplazándolo de una oposición entre el Estado y el Partido a una oposición entre el Estado y el movimiento.

Las bases para ello ya habían sido sentadas en su libro de 1992 Le Pouvoir constituant Essai sur les alternatives de la modernité (El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad). Para mí, es uno de los grandes ensayos de filosofía política del último medio siglo, en diálogo con Schmitt, Arendt y los juristas republicanos, a partir de una genealogía que se remonta a Maquiavelo y Harrington. Todo «poder constituido» procede de una insurrección que pretende sofocar para domesticar a la multitud, y se enfrenta correlativamente al exceso del poder constituyente sobre las propias formas revolucionarias de organización que adopta.

Un comunismo de amor

Volvamos a Marx para concluir. De un extremo a otro, Negri ha sido su lector y su continuador, en una asombrosa combinación de literalidad y libertad. Marx más allá de Marx[4] significa llevar a Marx más allá de sí mismo, no «refutarlo». Este era ya el sentido de los análisis de la «forma-Estado» en los tiempos del operaismo militante. Es el sentido de la brillante extrapolación de los análisis de los Grundrisse sobre el maquinismo industrial (el «general intellect»), que cobran todo su sentido en la época de la revolución informática y del «capitalismo cognitivo», cuya ambivalencia permiten captar desde el punto de vista de las mutaciones del trabajo social. Una lucha permanente entre el «trabajo muerto» y el «trabajo vivo».

Y ese es, desde luego, el sentido de la gran trilogía coescrita con Michael Hardt: Imperio (2000), Multitud (2004), Commonwealth (2012), seguida más tarde por Asamblea (2017), en la que, contra la tradición del socialismo «científico» y su problemática de la transición, se construye la tesis de acento franciscano y lucreciano de un comunismo del amor. Éste ya está ahí, no en los «poros» de la sociedad capitalista, como escribió Marx y retomó Althusser, sino en la resistencia creativa a la propiedad exclusiva y al estado de guerra generalizado en el capitalismo globalizado. Se encarna en revueltas y experimentos que renacen constantemente, con los nuevos «bienes comunes» que traen a la existencia.

Así que siempre queda ese famoso optimismo de la inteligencia, que ahora entendemos que no tiene nada que ver con la ilusión de un sentido garantizado de la historia, sino que condiciona la articulación productiva entre el conocimiento y la imaginación, las «dos fuentes» de la política. Toni Negri nos deja hoy con la fuerza de su deseo y de sus conceptos. Sin olvidar su sonrisa.

Publicado en Le Monde, 19/12/2023

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(5 febbraio 1972, alla festa del mio matrimonio)

Querido Toni

Alisa Del Re (docente en la Universidad de Padua desde la década del ’60 hasta 2013, autora de numerosas publicaciones sobre las problemáticas feministas, en la década del ’70 formaba parte del Collettivo Donne di Padova (Colectivo Mujeres de Padua). Hoy participa de las iniciativas de NUDM ((Non Una Di Meno); Autora de Les femmes et l’état-providence, compiladora y autora de Oltre il lavoro domestico, entre otros).

Querido Toni, esta mañana, apenas recibí la noticia de tu muerte (llamémosla así, muerte, muerte no, partida, fin de la vida, con esa aspereza del lenguaje que no te pertenecía, pero que utilizabas para hacer más evidentes los conceptos), fui a repasar las fotos de mi boda (febrero de 1972), estabas con Guido Bianchini, Luciano Ferrari Bravo, Sandro Serafini, Paola Meo Negri y muchos otros compañeros, muchos de los cuales ya no están con nosotros, y muchos han sufrido la cárcel y el exilio. Nos conocemos desde 1967, cuando llegué a retarte en clase, expulsándote a ti y a Luciano porque queríamos ocupar la Facultad. Aceptaste marcharte de buen grado, con un dejo de complicidad. Ya preveías los momentos revolucionarios que se estaban gestando: para estas predicciones Guido soltaba cada vez con afecto y en el fondo un poco de esperanza: «el loco (o sea tú, como te llamaba cariñosamente) ha decidido cómo va a cambiar el mundo». Contigo lloro recordado los años en el Instituto de Doctrina del Estado, donde habías inaugurado un método de estudio y de investigación colectiva absolutamente único y que desplazaba la rigidez de la Academia. Al amanecer estábamos en Marghera repartiendo volantes a los trabajadores en la entrada de la planta petroquímica, por la mañana en el Instituto discutiendo nuestros análisis y trabajos, por la tarde otras tantes reuniones. ¿Recordás cuando íbamos a Marghera en el auto con Teresa Rampazzi, que apenas nos veía, con el tiempo nublado del valle del Po? Sin embargo, nos contagiaba su entusiasmo por la coherencia de las luchas que se desarrollaban. Hacíamos política, analizábamos los cambios del mundo, nos transformábamos a nosotros mismos. No siempre estábamos de acuerdo, pero en los raros momentos (Rosolina, 1973) en que era necesario tomar partido, yo estaba de tu parte. Observabas el desarrollo del feminismo a tu alrededor con curiosidad y asombro, y quizás no comprendiste inmediatamente su alcance. En 1977 empezamos a tomar conciencia de que tarde o temprano nos harían pagar las transformaciones sociales de las que nos sentíamos protagonistas. El primer exilio en Suiza, el regreso, la esperanza. Recuerdo la lectura de los Grundrisse junto a Maurizio Lazzarato y las frecuentes peticiones de aclaración que te hacíamos cuando volvíamos al Instituto desde Milán. Y luego las detenciones, el afecto en las cartas que me escribías desde la cárcel, el pensamiento en tus hijos y en los que habíamos dejado fuera. A veces tenía la sensación de que te sentías un poco responsable de mí, cosa que siempre negué incluso cuando algunos intentaban hacerme pasar por una pobre inocente. Qué alegría cuando nos volvimos a ver en París, después de que hubieras conseguido escapar de la cárcel italiana, en un comienzo de vida difícil pero comprensible. Vivíamos los dos en el distrito 18 cuando me dijiste que esperabas a Nina. Fue una vida complicada de exiliado; luego los encuentros en casa de Félix Guattari, y el reconocimiento que recibiste entre los grandes filósofos franceses. Nos vimos con frecuencia, hasta mi regreso a Italia. Pero incluso después de eso, yo volvía a menudo a París y cada vez, tanto para un encuentro, como simplemente para un kyr intercambiábamos opiniones políticas e historias de vida (yo historias de vida, vos juicios políticos claros y esclarecedores). Y después la decisión que tomaste de volver a Italia con la esperanza de cumplir poco tiempo más en la cárcel y por fin ser libre. Yo no estaba de acuerdo. Habíamos tenido una reunión con camaradas en Florencia y habíamos decidido aconsejarte que no volvieras, no confiar en vos. Vinimos a París a decírtelo y simplemente me pediste que hiciera de intermediaria entre vos y el exterior de la prisión, cosa que me negué a hacer. ¿Fue entonces cuando te enamoraste de Judith? ¡Qué golpe de suerte tuviste Toni mío! Seguro que eras consciente de ello, tenías a tu lado a una persona encantadora, inteligente y autónoma, una de las pocas que se dedicaba a vos sólo por quererte, que se dedicaba a vos sin anularse en vos.

Desde tu liberación nos vimos a menudo, a veces para conferencias o escuelas de política (la escuela de Passignano), a veces simplemente para despedirnos de Judith, sobre todo cuando estabas en Venecia. La última vez fue el pasado mes de junio, cuando me dijiste que contabas con vivir al menos tres o cuatro años más, y yo te creí porque, al fin y al cabo, hasta ahora siempre habías acertado en tus predicciones, salvo en las fechas de la revolución y en la duración de la vida. Hoy, sin embargo, estoy aquí para decirme que me habías mentido, que no esperaba que murieras, que me gustaba pensar que eras eterno, que podías recuperar la salud, como siempre habías hecho, con tu energía revolucionaria a la que no le importaban los tiempos contingentes. Por primera vez me pregunté por qué duró tanto una amistad, atravesando momentos apasionantes y pesados acontecimientos personales y políticos, con una vida que no se puede condensar en unas líneas.

Ahora todos dirán que fuiste un gran filósofo, que tus escritos son excepcionales, que fuiste un gran maestro de generaciones enteras. Y también habrá impunes que se retractarán de insultos estúpidos y gratuitos sobre el “mal maestro”. Yo, en cambio, te digo, y lo digo alto y claro, que has sido para mí un gran amigo y un gran hombre que se conformaba con nada menos que cambiar el mundo.

16 diciembre 2023


5 de febrero de 1972, en la fiesta de mi casamiento

Publicado en Il Manifesto el 17/12/2023

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Una despedida silenciosa

Paolo Virno (filósofo, militante operaista, fue parte del movimiento del ’77, cofundador importantes revistas y espacios de reflexión; fue docente e investigador en la Universidad de Calabria y en la Universidad Roma 3, es autor de una importante obra filosófica, antropológica y política: Convención y materialismo, Cuando el verbo se hace carne, El recuerdo del presente, Y así sucesivamente, al infinito, La idea de mundo, Tener. Sobre la naturaleza del animal locuaz, entre otros. Fue compañero de ruta de Toni Negri)

Hace dos años, creo, Toni telefonea. Estaría de paso por Roma, me pide que nos veamos. Una hora juntos, con Judith, en una casa vacía cerca de Campo de’ Fiori (un escondite abandonado, habría pensado un pícaro del viejo PCI). Hablamos de nada o casi nada, sólo frases que ofrecen un pretexto para volver a callar, sin molestias.

En aquella casa romana tuvo lugar una despedida pura y simple, no disfrazada con cantos fúnebres ceremoniosos. Después de años de insultos gargantuescos y de fervientes felicitaciones por cada intento de encontrar la estrecha puerta por la que podría abrirse paso la lucha contra el trabajo asalariado en la era de un capitalismo finalmente maduro, un poco de silencio estupefacto no hacía ningún daño. De hecho, hermanaba.

Recuerdo a Toni, huésped en la celda 7 del pabellón de máxima seguridad de la cárcel de Rebibbia, llorando sin freno porque los guardias se llevaban en plena noche, en un «traslado desgarrado», a sus compañeros de digna desgracia. Y lo recuerdo irónica y spinozianamente en el patio de la penitenciaría de Palmi, durante la inculpación a la que fue sometido por un jefe de brigada de opereta, que amenazó con hacerlo matar por los futuros ‘colaboradores de la justicia’, entonces todavía beligerantes e intransigentes.

Toni era un prisionero torpe e ingenuo, desconocedor de los trucos (y del cinismo) que requiere ese rol. Fue calumniado y detestado como pocos en la Italia del siglo XX. Calumniado y detestado, como marxista y comunista, por toda la izquierda, por reformistas y progresistas de toda subespecie.

Elegido diputado en 1983, pidió a sus colegas diputados, en un discurso conmovedor, que autorizaran la continuación del proceso contra él: no quería eludir, sino refutar las acusaciones formuladas en su contra por los jueces de Berlinguer. Pero también pidió que continuara el juicio en libertad, ya que la prisión preventiva se había vuelto inicua y escandalosa con las leyes especiales aprobadas en años anteriores.

Es inútil decir que el Parlamento, ayudado por la izquierda reformista, votó a favor de devolver al acusado Negri a la cárcel. ¿Hay alguien que todavía tenga el deseo de refundar esa izquierda?

Toni nunca ha tenido miedo de pasarse de la raya. Ni siquiera cuando entabló un combate cuerpo a cuerpo con la filosofía materialista, incluyendo en ella más cosas de las que parecen interponerse entre el cielo y la tierra, desde el condicional contrafáctico («si quisieras hacer esto, entonces las cosas serían de otra manera») hasta la alianza secreta entre la alegría y la melancolía. Ni cuando (a mediados de los años setenta) consideró que el ámbito de la autonomía debía apresurarse a organizar el trabajo posfordista, articulado en torno al conocimiento y al lenguaje, obstinadamente intermitente y flexible.

Toni nunca ha sido prudente ni moroso. A menudo ha desafinado, esto sí: como les ocurre a quienes aceleran alocadamente el ritmo de la canción que han cantado, hibridándolo, además, con el ritmo de otras muchas canciones que acaban de escuchar. Su lugar habitual parecía a muchos, incluso a los más cercanos, fuera de lugar. Para él, el «momento adecuado» (el kairòs de los antiguos griegos), si no tenía algo de imprevisible y sorprendente, nunca era realmente adecuado.

Que no se piense, sin embargo, que Negri era un bohemio de las ideas, un improvisador de acciones y pensamientos. El rigor y el método abundan en sus obras y en sus días. Pero en cuestión está el rigor con el que debe sopesarse la excepción; en cuestión está el método que se adapta a todo lo que es, pero podría no ser, y viceversa, a todo lo que no es pero podría ser.

Insoportable Toni, querido amigo, no he compartido mucho tu camino. Pero no puedo concebir nuestra época, su ontología o esencia como diría Foucault, sin ese camino, sin los desvíos y retrocesos que lo han marcado. Ahora un poco de silencio benéfico, libre de todo pudor, como en aquella casa romana donde tuvo lugar una sobria despedida.

Publicado en Il manifesto, 17/12/2023. Traducción de Ariel Pennisi

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Más allá de Marx, la prueba de la política

Yann Moulier-Boutang (Doctor en Economía, profesor e investigador en el
Instituto de Estudios Políticos de París
, Université de Technologie de Compiègne;  ensayista, militante del mayo francés, defensor de la renta básica universal, autor de La abeja y el economista, El capitalismo cognitivo: la nueva gran transformación, De la esclavitud al trabajo asalariado, entre otros)

Antonio Negri ha muerto. Fue un hombre cautivador, apasionado y apasionante. Figura destacada de lo que se ha dado en llamar el “operaismo italiano”, desempeñó un papel crucial en la transformación del marxismo occidental. Por buscar una alternativa siemrpe al lado de los movimientos sociales, lo pagó consigo mismo, con la cárcel, con su carrera y con el exilio.

Yo me formé gracias a él. Tuve la distinguida oportunidad de aprender en su escuela y luego de convertirme en su amigo y camarada político durante treinta y cuatro años, de 1973 a 2007. Mencionaré aquí dos puntos para iniciar una primera valoración de su contribución al pensamiento político. Una valoración que le debemos, en homenaje al gran pensador que fue, al hombre erróneamente caricaturizado como «mal maestro». Una evaluación que debemos hacer también de nuestras propias limitaciones cuando adoptamos la política que él proponía.

El trabajador social

|Negri fue un gigante del pensamiento. Sus conceptos, sus batallas teóricas son impresionantes. Su encuentro con Francia afinó su intervención en múltiples campos. Las cuatro obras que publicó con el estadounidense Michael Hardt (37 años más joven) Imperio (2000), Multitud (2004), Commonwealth (2010) y Asamblea (2017) representan la síntesis de su obra. Casi mo hay concepto heredado del marxismo que no haya renovado por completo. Atengámonos aquí a algunos conceptos clave.

La clave de la evolución del capitalismo sólo puede leerse correctamente en la de la composición del trabajo productivo estructurado en la clase obrera y su movimiento, de ahí en las diferentes formas de trabajo asalariado. El Marx más interesante para nosotros es el de los Grundrisse (el esbozo de El Capital). Es el rechazo del trabajo fabril lo que impulsa constantemente al capitalismo –a través de la introducción del progreso técnico, luego a través de la globalización– a burlar la «fortaleza obrera». Composición de clase, descomposición, recomposición permiten determinar el sentido de las luchas sociales. Negri añade a este trasfondo común a todos los operaistas dos innovaciones. Primera: el método de realización de la tendencia, que parte del supuesto de que la evolución apenas perceptible ya está plenamente desplegada, para captar mejor de antemano los momentos y puntos en los que se bifurcan. Segunda innovación: tras el obrero comunista cualificado y el obrero de masas (la OS del taylorismo[5]), el capitalismo de los años que van de 1975 a1990 (el de la deslocalización global de la cadena de valor) produce y afronta al obrero social. Es en este paso obligado donde se renueva la idea revolucionaria. La investigación obrera debe trasladarse al terreno de la producción social. La cuestión de la organización, de la dispersión y de la fragmentación sustituye a la figura de la clase obrera y de sus aliados. El trabajador social de 1975 se convierte en la multitud. Parece un diagrama abstracto; sin embargo, formas de lucha como los objetivos fijados, los colectivos de trabajadores sanitarios, de desocupados o de trabajadores temporales, las huelgas de UberEat dan testimonio de la pertinencia de esta perspectiva. Pero también de sus limitaciones, que encuentran cuando se trata de la encarnación política.

No abordaré aquí los aspectos personales y espirituales de mi relación con él, ni las anécdotas políticas (incluida la cuestión de la tentación del terrorismo) que algún día interesarán a historiadores y biógrafos y que quedan por escribir. Preguntémonos ahora si, como Marx, ese otro gigante del que es uno de los pocos que puede hablar en términos familiares, Negri no fue un «mal político». Al igual que Marx, no consiguió extraer una «política» de sus poderosas ideas. Extraer una política de las nuevas Lumières sobre la sociedad, el capitalismo, después del socialismo real, no es nada obvio. Contrariamente a la fórmula de Gramsci «pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad», el autor de Marx más allá de Marx (1978) dijo con un toque de provocación: «optimismo de la razón, pesimismo de la voluntad». Hubiera acertado en política con esta máxima suya. Pues ¿qué es concretamente la política sino la formación de un deseo de la voluntad, un deseo de transformación? A menudo, sin embargo, falta la voluntad. Como falta el deseo de la voluntad. La idea de la renta generalizada, por tanto, de la renta universal frente a las reivindicaciones socialistas clásicas del trabajo asalariado para todos, ocupa el lugar de las luchas salariales de los trabajadores. Constituye un intento de responder a la descomposición creciente de las luchas que puede convertirse en un nuevo corporativismo. Pero los problemas de convergencia, de coordinación de las luchas se plantean agudamente.

Cuando elegimos el nombre de la revista Multitudes en 2000, no utilizamos esta palabra en plural por casualidad. La obra de Negri y Hardt, al recurrir al singular, eludía la cuestión de la unidad por construir y, por tanto, de la política tout court. Ciertamente, Negri forjó en los años 2000 el concepto de biopoder, «una forma de vida y de lucha» como respuesta política para construir una subjetividad alternativa al capitalismo global integrado (Gilles Deleuze y Félix Guattari). Pero debido a su falta de conexión con la ecología, pierde gran parte de su carácter directamente operativo en la política.

A menudo se ha dicho y escrito que Negri encontró su público en el Sur, en la altermundialización. No es seguro que una política inspirada en sus teorías encontrara allí realmente sus mayores beneficios.

Sospechando un giro a la derecha de los Verdes europeos, Negri, por muy «revolucionario» que fuera, desaprovechó el momento de una bifurcación ecológica ante la emergencia climática. Lo mismo ocurre con la superación de la dimensión nacional en una Europa federal, de la que había hablado mientras apoyaba el proyecto de Constitución europea en 2005, pero que luego abandonó.

La creciente inmaterialización del empleo bajo el impacto de la revolución tecnológica digital es otro reto que Negri abordó en los años 90, en particular en dos estudios de campo realizados en Francia. Con la globalización seguida de la desglobalización que pone a la «fábrica mundial» en una situación defensiva, el capitalismo integrado opera a escala planetaria. Se trata de una descomposición de la política tal y como se ha construido laboriosamente a lo largo de tres siglos con sus atributos «nacionales» y democráticos.

Poder constituyente

Antonio Negri dejó una formidable contribución a la historia de la filosofía con sus textos sobre Spinoza y lo que extrajo de la distinción entre poder desestabilizador y poder, por un lado, y poder constituyente versus poder represivo y reactivo, por otro. Forjó la noción de poder constituyente. Esta noción pretende ir más allá de la alternativa entre un poder infinito de los explotados, cuyos frutos son siempre recogidos por la iniciativa capitalista reformista, y el poder impotente de la inercia. Por último, en su intento de revolucionar contra la autonomía de la política, Negri se enfrentó a una realidad mucho más dura para los intelectuales y activistas impacientes, la de la política como profesión, una esfera institucional que en última instancia ostenta el monopolio de la transformación salvo en los rarísimos momentos de conflagración romántica seguidos de dolorosos retornos a la «realidad». Como si la política fuera una temporalidad muy lenta que recuerda a las placas tectónicas intercaladas con catástrofes ante la impaciencia de quienes buscan una política a la altura de la ambición del pensamiento filosófico. Hay trabajo por hacer, incluso para nosotros, los enanos.

Publicado originalmente en Libération: «L’au-delà de Marx à l’épreuve de la politique»  – 18/12/2023,

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Toni Negri, el victorioso

Sergio Bologna (fue Secretario de Potere Operaio, docente e investigador en las universidades de Trento, Padua y Bremen, publicó La tribù delle talpe, Crisis de la clase media y el posfordismo, Nazismo y clase obrera, entre otros).

Me resulta difícil escribir una necrológica. Quizá porque he escrito demasiadas en este horribilis 2023. Demasiadas, desde la de Danilo Montaldi en «Primero de mayo», 1975. O quizá porque Toni sigue vivo. La energía que liberó y acumuló ha producido una fuerza inercial que quién sabe cuándo se extinguirá.

Cada vez que muere un camarada, se abre un nuevo capítulo de la «política de la memoria», una herramienta indispensable para proteger la continuidad. Lo primero que se nos ocurre es: ¡liberemos la figura de Toni Negri del uniforme de preso del 7 de abril! Aunque sigamos evocándolo para borrar la máscara del «mal maestro» (estaba orgulloso de que lo llamaran así), o para demoler el teorema de Calogero[6], no deja de ser una forma subalterna de hablar de él, es el terreno en el que nos hace caer el adversario, y ahí siempre seremos perdedores, siempre estaremos a la defensiva. Esto lo ha entendido Cacciari, que ha hablado con sus propias palabras, de los escritos de Negri, evitando caer en el demasiado frecuente género «devocional».

En cambio, merece la pena descubrir el lado victorioso de la acción militante de Toni Negri. Hay que recordar que el operaismo durante un tiempo vio cumplidos sus pronósticos, saboreó, al menos durante unos años, la victoria. Toni Negri tuvo la suerte de ver encarnada su imagen de la «multitud»: una fuerza no masificada sino compuesta de innumerables individualidades que un día convergen en un solo grito, que es de protesta pero también de programa, convergen en una sola voluntad de vivir contra un modo de producción que ya sólo es capaz de muerte y destrucción. Toni tuvo la satisfacción de verlo pasar bajo sus ventanas. La multitud, durante las grandes manifestaciones francesas de la primavera de 2023.

Hay una palabra en el léxico político que no se ajusta realmente a la figura de Toni Negri: «resistencia». Toni siempre estaba al ataque. Y por eso algunos se burlaban de él, lo llamaban loco. Pero eso no era una postura, era una necesidad. Era una condición para saber. Coherente con el mensaje del operaismo. Para Tronti, la clase obrera es impensable fuera del conflicto y del antagonismo, para Romano Alquati lo mismo, y también para Negri, que de los tres -los padres del operaismo- fue el que más lejos llegó en la superación del concepto de clase obrera, primero con el “trabajador social”, luego con la “multitud”, persiguiendo siempre la idea de un sujeto colectivo. Pasar al ataque significaba privilegiar la subjetivación. Significaba reconfigurar continuamente el perímetro del sujeto colectivo a medida que la lucha de clases, por parte del capital, introducía innovaciones en el modo de producción y en el proceso de valorización.

«Análisis frío», otra expresión totalmente ajena a él. No hay frase en su estilo de escritura que no esté impregnada de un fuego de pasión, de rabia, que siempre va ‘más allá’. Cuanto menos, si se piensa bien, si queremos medirnos con el capital y su capacidad para abrir continuamente nuevos campos de batalla desde los que atacar la libertad humana, una capacidad que ha sido capaz de crear un nuevo universo, digital, virtual. Ante semejante desproporción de fuerzas, ¿cómo seguir imaginando ser libres sin esa furiosa voluntad de desafiar al Leviatán? Se ha escrito que Toni Negri estaba poseído por el demonio de la revolución. Cierto, para él siempre estuvo a la orden del día. Pero no era él el loco, somos nosotros, en todo caso, los que no comprendemos que es la forma mentis necesaria, imprescindible, la que nos permite pensar libremente, la que nos permite disfrutar aún de un espacio de libertad y autonomía. No era la locura, éramos nosotros los que éramos incapaces de sacudirnos lo que Spinoza llama «pasiones tristes». ¿Queremos llamarlo utopía, porque es más políticamente correcto? Podemos hacerlo, siempre que reconozcamos que el dictamen de Toni le permitía hacerse una idea realista de la insaciable voracidad del capital. Tomemos el ejemplo de Amazon. ¿Qué modelo de empresa ha sido capaz de organizar una forma más sofisticada y despiadada de dominación y control sobre la mano de obra? Tiene márgenes de ganancia tan altos que puede permitirse perder negocios, distribución, es decir, el sector donde trabaja la inmensa mayoría de los asalariados. Podría sentar la cabeza. Podría relajarse. Pero no. Tiene que robar sesenta segundos de descanso a los trabajadores de uno de sus almacenes del área de Nueva York. Y tuvieron que organizar una protesta para recuperar su minuto de descanso. ¡Sesenta segundos frente a unos 10 millones de horas trabajadas al día en todo el mundo a tiempo completo y parcial!

Que descansen en paz sus detractores: el operaismo trata del presente, no del pasado. Y para ser operaista hace falta una buena dosis de irreductibilidad. Me recuerda un documental (“Oltre il ponte: le trasformazioni di un quartiere di Milano”), la sencilla frase de Antonio Costa, uno de los líderes de la gran huelga de los electromecánicos milaneses en 1960, inicio del ciclo de luchas de veinte años que terminó en octubre de 1980: «la lucha de clases no acaba nunca, no acaba nunca». Y donde hay lucha de clases, hay operaismo. Pero precisamente porque sólo se habla de operaismo en tiempo presente, no debería considerarse una jaula. Negri, pero también Tronti, han ido mucho más allá del operaísmo, que es un sistema de pensamiento, no una ideología. Es un instrumento, no un fin. Así que se puede usar o no usar, la caja de herramientas puede contener tantas como se quiera, si son necesarias.

En el operaismo ha habido dos almas: una comunista y otra anarcosindicalista. Toni pertenecía claramente a la primera, reiteraba continuamente que era comunista, pero ahí no pude seguirlo, precisamente porque del pensamiento comunista, bolchevique, es inseparable la táctica, la que sabe utilizar incluso las armas del adversario, la táctica del tren de Lenin. Y Toni nunca me pareció un gran táctico, porque para serlo hace falta detenerse, calcular, hace falta prudencia, una virtud (autodenominada) que le era visceralmente ajena.

A menos que se considere táctica su carrera universitaria.

A los treinta años, accedió a una cátedra, contó con un respaldo poderoso, pero también con respetables cualificaciones científicas. Entendió inmediatamente las reglas del juego y en la mesa de póker de los poderes académicos demostró ser muy hábil. En un abrir y cerrar de ojos, consiguió un puesto de ayudante titular, cuatro puestos de titular, tres puestos de investigador/técnico. Y eligió a los miembros de un equipo que no habría hecho una mala figura ante ninguna comisión examinadora. Un nombre, por citar sólo algunos, Mariarosa Dalla Costa, hoy quizá tan conocida en el mundo como el propio Toni. Y luego gente como Alisa Del Re, Luciano Ferrari Bravo, Guido Bianchini, Ferruccio Gambino, Sandro Serafini. Un grupo compacto y unido que colaboró en libros como Los trabajadores y el Estado, Crisis y Organización obrera, textos que dejaron huella en una determinada generación. Fue un unicum en el panorama de la academia italiana, difícil de reproducir y, por tanto, históricamente determinado. Pero todo, de principio a fin, obra suya. Yo también formé parte de ella, y por eso me cuento entre aquellos cuyas vidas han quedado marcadas por el encuentro con Toni Negri, primero por el papel que desempeñé en ciertos periódicos y revistas, y después por mi entrada en la academia sin pasar por ningún concurso, llegando a encontrarme en una posición que cualquier otro profesor habría considerado jerárquicamente subordinada, mientras que para el profesor Negri era simplemente una forma de integrar sus conocimientos, él, que nunca ha asumido la postura de un pensador solitario, sino siempre la de alguien que piensa y actúa dentro de un colectivo.

Razonar en torno a la forma de Estado, revelando en la multiplicidad de soluciones constitucionalistas el mantenimiento y la protección del poder burgués, fue su gran contribución a la erudición. La progresión de su pensamiento, desde sus lecturas formativas de Costantino Mortati hasta sus primeros descubrimientos teóricos, en los que colocó los planteos filosóficos junto a los dispositivos jurídicos -y nacieron L’Anomalia selvaggia, 1981, luego Il potere costituente, 1992, para llegar a Impero, 2000, y Comune, oltre il privato e il pubblico, 2010-, le hizo pasar del horizonte totalmente occidental al de los estudios poscoloniales. De 2022 datan sus cuatro conversaciones con Gerald Raunig, cuando su voz ya se había apagado, y en las que explica con gran claridad tanto su concepto de poder constituyente como el camino por el que dejó atrás el problema de un sujeto activo sociológicamente determinado según categorías operaistas (trabajador de masas, trabajador precario) para centrarse, en cambio, en el esfuerzo por definir la abstracción concreta del general intellect o la multitud. Y cierra esas conversaciones con un largo excursus sobre las experiencias revolucionarias en América Latina, de la revolución bolivariana al Brasil de Lula, del México zapatista a la Colombia que quiere poner fin a una guerra civil heterodirigida de cuarenta años. Y cabe pensar que este desplazamiento del eje de su pensamiento desde el Occidente centro-mundo a la dimensión global y multipolar se produjo en paralelo al desarrollo de los estudios filológicos sobre el pensamiento de Marx, que al mismo tiempo sacaron a la luz a un Marx que era muy consciente de que el enfoque en la revolución industrial inglesa no era en absoluto suficiente para definir la esencia del capitalismo, sino que era necesario ampliar la mirada a los países coloniales, a lo que durante mucho tiempo se llamó despectivamente el Tercer Mundo en el léxico común.

Así, Toni Negri pudo dialogar con la generación de Génova y los desfiles del Primero de Mayo, con los jóvenes de la gig economy y los inmigrantes, con los no-globales y los no-logos, que hoy lo lloran con conmovedora gratitud. Se midió con la teoría y la práctica de la forma estatal contractualista, con los proyectos constitucionales de los termidorianos y jacobinos, con la forma keynesiana del «compromiso socialdemócrata», en la transición del Estado liberal al Estado del bienestar, el que postula la mediación entre intereses (entre salario y ganancia) como condición para la continuidad del poder estatal; se midió con la forma schmittiana del Estado como administración, gobernado por burócratas profesionales con conocimientos específicos, y con la forma estatal de la modernidad. Siempre persiguiendo las variantes del entrelazamiento de lo político y lo social y encontrando finalmente la relación correcta entre ambos polos en los escritos de Marx. Todo ello para proponer un sistema jurídico en la definición de los movimientos, no ya la expresión de valores y deseos más allá de la representación, contra la delegación, sino, precisamente, el poder constituyente, verfassunggebende Gewalt. De ahí su exaltación del 68 como ampliación de la percepción de la explotación, que se desplaza del terreno de las relaciones industriales al de las relaciones de género, las relaciones coloniales y, añadiría yo, las relaciones entre civilización y naturaleza. Es a través de la lucha como un movimiento se convierte en poder constituyente, en un nuevo orden social. En 1992, cuando escribió El poder constituyente. Un ensayo sobre las alternativas a la modernidad, no imaginaba que el propio capitalismo abandonaría tanto la forma contractualista del poder estatal (y un proceso similar tendría lugar en las relaciones industriales) como la forma administrativista, basada en la competencia de una tecno-burocracia, y en su lugar seguiría un camino en el que las élites políticas no son el resultado de la selección sino el producto de la manipulación comunicativa, donde liderazgo y espectáculo son la misma cosa. Y nos encontramos con primeros ministros que son cómicos, presentadores, y quizás mañana también encontremos en el gobierno a una estrella del porno, hombre o mujer.

Aquellos pasajes históricos y lógicos de Toni Negri se convirtieron en anticipaciones proféticas y como tales dieron coraje a aquella juventud descorazonada, humillada, aislada en el individualismo, a la que no gritaba otra cosa que: «Eres una fuerza, tienes una fuerza, ¡úsala!». Ese era su ser de «mal maestro». Es suficiente para ser una alternativa a los que, quizá con esfuerzo, se limitan a reconocer el derecho de los jóvenes a protestar, pero luego no abren la boca si esos jóvenes son apaleados, denunciados, puestos bajo arresto domiciliario o metidos en la cárcel.

El poder constituyente de los movimientos evoca la democracia directa y Negri, en la última fase de su trayectoria, parece acercarse a la matriz anarquista del operaismo, como se desprende (quizá me equivoque) de su discurso sobre los bienes comunes.

Trabajaba en una celda de aislamiento de una prisión especial con exactamente la misma organización del día que cuando escribía su tesis o cuando vivía exiliado viajando por el mundo. Días regidos por una férrea disciplina que asombraba incluso a quienes estaban a su lado todo el tiempo. En esa disciplina encontró la libertad para producir ideas.

Publicando entre Euronomade y Effimera

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Así, Toni, te recordamos

(Escrito a horas de la partida de Toni Negri por los compañeros y las compañeras de ESC Atelier y Dinamo Press en Italia; amigos, discípulos, compañeros de ruta)

Una sola vida es grande cuando resplandece con los hechos de un mundo, cuando complica, dentro de sí misma, la historia en la que tomó forma. Es el caso de Toni Negri, militante comunista y operaista, filósofo materialista, amigo incomparable de todos nosotros. Nos ha dejado hace unas horas, abriendo un enorme vacío, un abismo, que sólo la praxis podrá ayudarnos a superar.

Con Toni Negri, muchos y muchas hemos aprendido a indagar, a conocer el trabajo precario en las metrópolis contemporáneas; hemos aprendido a leer a Lucrecio y a Spinoza, a Marx y a Foucault; hemos aprendido a hacer revistas, a contaminar las luchas y la reflexión teórica; a vivir como comunistas, es decir, con un tiempo que nunca basta, a conmovernos sin cesar cuando suben las olas y las mareas, con la vida -la vida normal- llamando a la puerta, siempre impiadosa. Pero también, Toni nos enseñó a reírnos de la tragedia; porque la historia es tragedia, pero por eso mismo también es revolución, desmesura, Común.

Vivió el siglo XX entero, hasta el final, Toni Negri. La guerra, la pérdida de su hermano, la militancia católica, luego la militancia socialista y los «Quaderni Rossi», la reinvención del marxismo en las puertas de las grandes fábricas del Norte: en Marghera, en Turín, en Milán. A diferencia de muchos de su generación, comprendió que el sesenta y ocho cambiaría el mundo, así que decidió implicarse y vivir el cambio: del Potere Operaio a los colectivos «rojos» milaneses. Entonces, la furia represiva, de la Democracia Cristiana sin duda, pero también y otro tanto del Partido Comunista Italiano. Tras cuatro años de detención preventiva, la huida a Francia, la laboriosa reconstrucción de una vida libre, de una nueva esperanza de lucha, de conceptos capaces de captar el tiempo con el pensamiento. Así fue como en París, a finales de los años ochenta y principios de los noventa, se investigó en detalle la afirmación del posfordismo, en busca de una teoría política a la altura del cambio de paradigma.

De vuelta en Italia a finales de los noventa, cumpliendo condena, la furia represiva entre la cárcel y la libertad condicionada, la vida de Toni se encuentra con la nuestra. Siempre para entender el trabajo vivo, para organizar pacientemente sus luchas, para no tomarse en serio las modas y dedicarse a las cuestiones que importan. Hasta Génova, hasta el movimiento pacifista, hasta el resurgir de los movimientos estudiantiles, hasta las revueltas francesas, hasta la marea feminista.

¡Cuánta curiosidad, Toni! Incómodo… no podía estarse quieto. Libre por fin de la represión, le encantaba viajar y conocer por segunda vez el mundo entero, de Brasil a China. Su spinozismo era una forma de vida: luchar contra la tristeza, favorecer los encuentros alegres, afirmar la gloria de la vida común. Así, Toni, te recordamos. Inmenso, porque sabías (y decías) que la muerte no existe. Sabiduría antigua, epicúrea; conciencia de que sólo viviendo, movido (o poseído, pero da lo mismo) por el deseo de vivir y pensar, se puede ser eterno.

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Él fue mi maestro

Bruno Cava (ensayista, activista, investigador de movimientos en los ciclos de luchas desde Seattle ’99 hasta la metrópolis 2013 en Río de Janeiro, participa en la red UniNômade Brasil; autor de La multitud se fue al desierto, O Anti-Edipo e a psicanálise, A constituição do comum, con Alexandre Mendes, New neoliberalism and the other, con Giuseppe Cocco, entre otros; tradujo Marx más allá de Marx de Toni Negri al portugués; colabora con The Guardian, Al Jazeera, Le Monde Diplomatique) 

Habrá innumerables obituarios, reseñas y ensayos, pero me permitiré una nota muy personal. El Toni Negri de mediados de los 2000, cuando lo conocí por primera vez en una charla en una casa del morro de Santa Teresa, en Río de Janeiro, era lo más parecido a un hombre del Renacimiento que había visto en mi vida. Una inteligencia viva, voraz y universal, esa fue mi impresión. Años después, al reseñar Commonwealth, aludí a aquella ocasión bajo el título «Amor y postcapitalismo». Porque, sí, en aquel episodio Negri hablaba de la dimensión política del amor, amor cupiditas, que se recrea y reinventa a partir de la soledad, la pobreza y el desierto.

En las intervenciones de Toni, razón y «passione» se mezclaban sin perder nunca la equilibrada serenidad del conjunto, sin coquetear con oscuridades o equívocos. Como Giordano Bruno o Galileo, Toni nunca permitió que la dolorosa experiencia de sus peores momentos se infiltrara en sus pensamientos. No se dejó envenenar por lo desagradable de la venganza o el rencor, no dudó en metabolizar las transformaciones del tiempo. Decía que sólo era un lector y un revolucionario de su tiempo, y en efecto se movía y se bañaba en el humus de las luchas callejeras, los debates de púlpito y el calor de una asamblea, como Maquiavelo o Gramsci, pero eso no le hacía pesado ni huraño. Al final, los años de plomo le resultaron ligeros, lo que requiere arte y maniobra. Siguió viviendo mundanamente, sorbiendo su vino blanco, discutiendo en la mesa de un bar, cotilleando sobre compinches y enemigos, terco, orgulloso, alegre hasta la saciedad.

Todos los periodos de derrota y tribulación que atravesó, y no fueron pocos –la pérdida de «compagni», el aplastamiento político, la amargura de las falsas acusaciones, el ascenso al poder de los que más despreciaba– tampoco le infundieron derrotismo alguno. Desafío a cualquiera que lea con atención su monumental obra a encontrar un solo pasaje que destile melancolía.

Encarcelado por primera vez en 1979, entonces en una prisión de máxima seguridad, se reinventó a sí mismo, ante todo, a través del estudio. Recreó su pensamiento a partir de las fuentes que pudo introducir clandestinamente en su celda, en condiciones de extrema inseguridad, humillación y falta de perspectivas. Para mí, la trayectoria de Toni Negri atestigua el gran poder del estudio, su capacidad para salvarnos de las peores condiciones. Realmente puede cambiar una vida.

Entre rejas, Negri estudió intensamente a Spinoza, un Spinoza en gran medida filtrado por Deleuze, pero no por ello menos original, sobre todo en cuanto a la tesis del segundo fundamento del spinozismo. Un Spinoza inusualmente marxiano, y un Marx que se hizo al mismo tiempo spinoziano. De este estudio abismado surgieron al menos tres libros, empezando por el cambio de paradigma de los estudios spinozistas en general, que fue La anomalía salvaje: ensayo sobre poder y potencia en Spinoza; durante el mismo tiempo en el infierno, estudió el bíblico «Libro de Job», del que surgiría el libro Job: la fuerza del esclavo, y también estudió la obra del poeta Giacomo Leopardi. Por así decirlo, el Hölderlin «italiano», aunque a Negri le interesaba el Leopardi europeo e ilustrado, y no el poeta nacional reconstruido por el Risorgimento. Un lugar especial para Negri lo ocupa el poema de resiliencia y alegre pesimismo «La ginestra» (o «Flor del desierto»), por lo demás magnífico, que sólo pude apreciar tras sumergirme en la lengua italiana. Esta obra poética de Leopardi, del siglo XIX, sirvió al filósofo encarcelado para un largo y virtuoso libro, publicado cuando fue liberado, en 1987, no por casualidad titulado «Lenta ginestra»[7].

Cuando oí hablar a Toni, a mediados de la década de 2000, acababa de publicarse en portugués su «Alma Venus Multitudo»[8], que había escrito durante su segunda temporada en la cárcel italiana a causa de acusaciones refritadas. Las pruebas se redujeron a acuerdos del estado con antiguos camaradas arrepentidos. Una vez lanzado el libro se desarrollaba geométricamente, en proposiciones, como la Ética de Spinoza.

En ese momento, en el umbral de sus setenta años, Negri podría haber recurrido a sus recuerdos, transmitiendo sabiamente el legado de las luchas autonomistas que culminaron en el Movimiento de 1977, el entrelazamiento con los «soixante-huitards» (Guattari, Deleuze, Foucault, sus amigos…), la asombrosa (e insuperable) reelaboración del sistema-mundo en Imperio y Multitud, pero no. Todo en él era un proyecto, una construcción, un sentido de la urgencia. Todo en él era un proyecto, una construcción, una sensación de urgencia. Todo estaba aún abierto, a punto de suceder.

Siempre he estado en desacuerdo con François Zourabichvili cuando escribía que la ausencia de proyecto es la condición negativa de lo que Deleuze llama «creer en el mundo». Como sabemos, el deleuziano Zourabichvili delimita el pensamiento de Deleuze y Negri atribuyendo al primero un sesgo político puramente táctico de escaramuzas y desestabilizaciones locales, mientras que el segundo apostaría (¿todavía? ¿residuo voluntarista?) por un «telos», una marcha hacia adelante de los movimientos, la multitud. Pues bien, como escribí en otra parte, no veo esa línea divisoria tan marcada, casi me suena a una etiqueta perezosa de Zourabichvili. La multitud es un concepto tan «optimista» como el proletariado en Marx, o la democracia absoluta en Spinoza, y lo que en Deleuze es “pessimisme joyeux” también puede encontrarse por doquier en Negri, en la creación incesante a pesar de todo, en la inquietud insuprimible ante la reapertura del tiempo histórico, en la imaginación de la obra, y en la imaginación renovada del yo por la obra. Igual que un humanista renacentista sintetizaría pasado y presente, apuntando hacia lo nuevo, como Pico della Mirândola (citado por Negri y Hardt en Imperio), entre otros.

La multitud, umbral problemático y horizonte infranqueable de la filosofía política del siglo XXI. Por tanto, más rigurosamente conceptual, más «problematizador», que el concepto de «Común», fácil y rápidamente recapturado por la vulgar doxa antineoliberal. Pero no por eso el concepto es teóricamente optimista: cuando la multitud se convierte en Uno, se convierte en populismo; cuando el miedo cambia de bando, se convierte en Estado; y la multitud puede incluso acabar en fascismo, cuando se convierte en policía (en este caso, ocurre en dos etapas: primero las singularidades se convierten en “todos” y luego todos se convierten en policía). En cualquier caso, para empezar, si el capitalismo sigue funcionando hoy en día, habemus multitud, el concepto de clase a la altura del problema.

Definitivamente, Toni no apreciaba el Barroco. Tenía un temperamento de clasicismo meridiano, lo que explica en parte el éxito rotundo de su asociación con Michael Hardt. El encuentro con Hardt llevó a Negri a encontrarse a sí mismo en la fluidez de una prosa clara y precisa. Cuando una vez le confié el sabor neobarroco de la coyuntura posterior a las jornadas de junio de 2013 en Brasil[9], me advirtió que el barroco era la exaltación del poder y la interiorización de la crisis. Más tarde, leyendo La anomalía salvaje, me di cuenta de que el paradigma de Toni era el siglo XVII holandés, en detrimento del italiano, precisamente porque aquel no conocía el barroco –como es bien sabido, en arte fue el siglo de Caravaggio, Bernini, Borromini, etc.

En las Provincias Unidas, donde vivió Spinoza, la gran crisis de la época no se interiorizó en forma de una teoría del poder y sus mediaciones trascendentes, como había sucedido en los éxtasis y agonías de la Roma barroca o, mucho más tarde, en el Romanticismo alemán (una interiorización exasperada de la Revolución Francesa). Toni no aceptaba, por tanto, que la multitud fuera catalogada de barroca, porque ya no lo era. La multitud era clasicismo pleno, luminoso, como su Spinoza, su Marx o su Leopardi.

No tengo pudor en reconocer que Toni fue mi maestro, que fue capaz de tocarme con una novedad radical que impactó en mi forma de pensar y de vivir. A mí y a muchos otros. Como escribió Deleuze a propósito de Sartre, triste es la generación que no tiene maestros. Los nuestros fueron Negri, Graeber, Butler, Haraway, Holloway… Correspondían a la modernidad en la que íbamos a convertirnos y consiguieron fabricar un sentido para nuestros difusos entusiasmos, que luego pudieron derramarse por el mundo como praxis.

[1] Manuscritos de 1857-1858, considerados la cumbre de su obra económica antes de El Capital.

[2] De operaio, «obrero» en italiano.

[3] En español, La anomalía salvaje, el primer libro de Negri sobre Spinoza, y uno de los trabajos de referencia del siglo XX sobre el pensador Holandés.

[4] Libro de Toni Negri que reúne sus intervenciones para el seminario homónimo, organizado por Louis Althussr.

[5] Obrero sin cualificación y encerrado en esta categoría…

[6] El juez Pietro Calogero, el 7 de abril de 1977 ordenó la detención de Toni Negri y otros compañeros suyos. NT.

[7] Lenta ginestra. Saggio sull’ontologia di Giacomo Leopardi. NT.

[8] Kairòs, Alma Venus, multitudo: nove lezioni impartite a me stesso (2000).

[9] Bruno Cava escribió un libro notable sobre los levantamientos masivos en Brasil en aquel entonces, publicado por Red Editorial-Quadrata: La multitud se fue al desierto. Revuelta, neodesarrollismo, crisis (2016).

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