Twitter: cómo obtener rentas de la interacción social.

Por PABLO MIGUEZ (doctor en Economía, investigador del CONICET, UNGS, UNSAM)

En octubre de 2022, apenas algunos meses atrás, sorprendía la noticia de que la red social Twitter quedaba bajo el control del magnate de Tesla y Space X, Elon Musk. Nacida en 2006, esta era una de las aplicaciones más emblemáticas de Internet en la época de las plataformas digitales. La originalidad de la empresa del pajarito consistía en combinar el modo de comunicación basado en el envío de SMS -que desde fines de los años 90 se hacía desde los teléfonos celulares y que en 2004 alcanzaban los 200 mil millones- con el de las redes sociales, que se usan en computadoras y luego también en teléfonos con internet y que surgen también como plataformas publicitarias como los casos de Google desde 1998 o Facebook nacida en 2004) o como plataformas de contenidos (Youtube, nacida en 2005 o Instagram posteriormente en 2010).

El impulso que todas las empresas de internet obtuvieron de la conversión en aplicaciones para celulares con acceso a internet elevó a muchas firmas pioneras de la Internet de las plataformas al rango de oligopolios de la información con gran poder de acopio y manipulación de los datos de los millones de usuarios, generando  rentas tecnológicas y rentas derivadas de la interacción social en estos nuevos medios de comunicación global donde la publicación –a diferencia de los tradicionales– se encuentra al alcance de todo el mundo.

Desde que los teléfonos pueden ser usados como una computadora al ser capaces de instalar en ellos videojuegos, música, y aplicaciones con las más diversas prestaciones el uso de las redes sociales como Twitter, Facebook o Whatsapp se volvieron parte de las mediaciones tecnológicas generales incorporadas por buena parte de la población como parte de sus hábitos y rutinas cotidianas contribuyendo al éxito económico y simbólico de las mismas, así como de sus fundadores y managers. Estos últimos se han vuelto celebridades que cambiaron la fisonomía del mundo digital, tecnológico y económico del capitalismo contemporáneo, un capitalismo cognitivo caracterizado por la proliferación de rentas de todo tipo, entre ellas las que surgen de las interacciones sociales de las que se nutren los modelos de negocios de las plataformas digitales.

Este es el caso de Twitter, que obligando al uso de sólo 140 caracteres obligaba, con ello, a la publicación de mensajes ingeniosos, noticas con impacto y otros usos que hicieron popular desde la presencia de periodistas prestigiosos hasta ilustres desconocidos interactuando sobre temas tan diversos como los intereses humanos sobre cualquier aspecto o materia opinable, relevante o irrelevante. La popularidad de los tweets (publicaciones de hasta 140 caracteres) o los “hilos de Twitter” (tweets sucesivos sobre cualquier tema) se fueron incrementando desde sus inicios con la posibilidad de adjuntar imágenes, videos, y especialmente cuando se convierte en un medio de comunicación independiente por definición al estar al alcance de todo el mundo y también el preferido de personajes como el ex presidente de Estados Unidos Donald Trump, que lo usaba de manera prioritaria para comunicar sus posiciones extravagantes sobre los más diversos temas.

Su crecimiento exponencial lo puso en la mira de otro magnate norteamericano pero del campo de la industria aeroespacial y del sector automotriz como Elon Musk, propietario de la empresa de lanzamiento de satélites Space X y de autos eléctricos Tesla. Sin duda la pertenencia a estos sectores high tech explica buena parte de sus estrategias de adquisiciones y fusiones corporativas donde residen las lógicas que conducen a adquisiciones cruzadas de todo tipo entre estas empresas. No es aquí el lugar para indagar sobre las lógicas predatorias y de competencia de estos oligopolios tecnológicos y las pasiones megalómanas de los propietarios que las animan pero si es una oportunidad de analizar donde está el aporte real y concreto de estos a la producción de servicios de comunicación y cuál es la apropiación de ganancias que obtienen de esta actividad.

La adquisición por parte de Musk de la firma Twitter no sólo vino de la mano de despidos masivos, del ejercicio de una retórica agresiva del management que nos recuerda al célebre usuario Trump, sino de la pretensión de cobrar por la publicación de tweets extensos a los usuarios, lo que generó la salida de muchos de ellos y al apertura de otras aplicaciones como Threads de Meta (nuevo nombre de la empresa de Zuckerberg) para competir con ella y captar a los expulsados por esta medida antipática que atenta contra la popularidad que hacía de Twitter, a pesar de supuestos desmanejos de los administradores señalados por Musk,  una empresa particularmente rentable.

Las noticas de los diarios se regodean alrededor de las extravagantes acciones y declaraciones del dueño de Tesla, sus excentricidades y su deseo de reemplazar hasta el nombre como el hecho de cambiar la icónica imagen del pajarito azul que dio fama mundial a la compañía por una fría letra X blanca con fondo negro, que además de un símbolo de otras empresas de Musk supone la búsqueda de erradicar hasta la misma esencia de su predecesora (pensemos que la expresión “twittear” es un palabra surgida para designar el mismo hecho de publicar). Pero aquí lo que queremos señalar es el hasta el momento escaso cuestionamiento a la posibilidad de “arancelar” la publicación de mensajes y la obtención de rentas derivadas de las necesidades de expresión y comunicación de la sociedad.

La regulación de las plataformas, la posibilidad de considerarlas servicios públicos, aparecen como opciones lejanas, pero no por ello deberíamos renunciar a plantear la gratuidad de las interacciones sociales que, en tanto bienes comunes, deberían gozar del derecho a la no propiedad. Si estas buscan justificarse en el hecho de los gastos derivados de los servicios de mantenimiento del sistema de alojamiento en los servidores de los enormes volúmenes de datos que deben manejar estos oligopolios entonces deberíamos discutir también la propiedad (o la no propiedad) de los mismos. No parece razonable que las necesidades de comunicación sociales alimenten el modelo de negocios en beneficio de intereses privados de un grupo minúsculo de accionistas que ven aumentar su poder de mercado sin mayores esfuerzos y a cambio de un control desmedido sobre las posibilidades de expresión de la sociedad.

Musk limitó la lectura de Twits a “sólo” mil por día a los que no paguen un servicio Premium llamado Twitter Blue que les permitiría leer diez veces más de ese mínimo y aumentó el número de caracteres permitidos por tweet (el máximo era de 280 caracteres) cambiando el sentido de la plataforma que obligaba a mensajes cortos, claros y precisos permitiendo ahora posteos largos -como en los viejos blogs- lo que altera sensiblemente la experiencia del usuario y el sentido de la plataforma. Su estrategia de mostrar una nueva gestión de las plataformas emblemáticas como muestra de su poder en el campo de las empresas dominantes del capitalismo cognitivo nos alerta también sobre sus pretensiones de control ideológico de los mensajes a través de sanciones o suspensiones a las cuentas contrarias a sus posiciones en nombre de la “libertad de expresión”. En suma, rentas derivadas de las interacciones, sociales y control social sobre la emisión de mensajes advierten la necesidad de moderar el creciente poder de estas y otras plataformas digitales que desde hace menos de una década consolidaron las peores lógicas del capitalismo de plataformas.

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