Breve ayuda memoria sobre el voto en blanco y la abstención.

Hay dos momentos en nuestra historia política conocidos por el protagonismo del voto en blanco, 1957 y 1963. En ambos casos, la proscripción al peronismo estaba muy fresca. En 1957, los golpistas del ’55, tras haber tachado la constitución reformada de 1949 y restituido por decreto la vieja constitución federal de 1853, pretendían legitimar una reforma propia a través de una convocatoria electoral para una convención constituyente. Entonces, el voto en blanco se impuso con casi el 25% de los votos por sobre las dos facciones del radicalismo (Intransigente y Del Pueblo), conservadores, demócratas cristianos e incluso el Partido Comunista (que había participado de la deshonrosa Unión Democrática). Como consecuencia, la búsqueda de legitimidad volvió como un boomerang deslegitimador para los militares que se vieron forzados a llamar a elecciones presidenciales celebradas al año siguiente. Tras negociaciones con un Perón exiliado en Caracas (Venezuela), John William Cooke mediante, se decide un apoyo a la fórmula encabezada por Arturo Frondizi de la Unión Cívica Radical Intransigente… un Frondizi que venía de escribir Petróleo y política (1954) y con aires de industrialización, entre otras aparentes afinidades con el ideario económico del peronismo. Frondizi ganó con un discurso adecuado a las circunstancias, pero su gobierno -que mantuvo la proscripción del peronismo y la intervención de la CGT- estuvo signado por el fomento de las inversiones directas de capitales extranjeros, la traición de sus preceptos librescos sobre el petróleo, la asunción a mitad mandato de Álvaro Alsogaray como ministro de economía y el plan CONINTES, que reprimió, torturó y encarceló luchadores sindicales y estudiantiles. De ahí que nadie defendió el gobierno cuando un nuevo golpe de Estado tuvo lugar, el 29 de marzo de 1962. Asumió el triste papel de presidente posgolpista quien seguía en la sucesión, José María Guido. Un poco más de un año después tuvieron lugar nuevamente elecciones con proscripción peronista. Si bien Illia, por la Unión Cívica Radical del Pueblo, se impuso, el voto en blanco ascendió casi al 20%. La legitimidad presidencial seguía renga y la experiencia fallida del gobierno de Frondizi algo tenía que ver.

Recién en 2001, en el contexto de una crisis de representación que un historiador argentino como Ignacio Lewkowicz llamó en tiempo real “agotamiento” de todo u y el voto en blanco fueron protagonistas, con cerca del 50% del electorado en condiciones de votar. Pero esta vez, el rechazo al sistema electoral como parte de un sistema representativo cuestionado e impugnado masivamente, incluyó distintas formas de activismo, entre las que se destacó el Movimiento 501, nacido en 1999. Se trataba de un movimiento juvenil que apostó al acto performativo de viajar en tren a 501 kilómetros del lugar de votación para quedar legalmente eximidos de votar. Entre las notas periodísticas que los retrataban como “insólitos” o inmaduros, en un artículo en La Nación recogieron un testimonio, según el cual se autodefinían como «los que están hartos de estar hartos y de tener que elegir el mal menor». Fueron atacados por el sistema representativo que insistía en modo zombie, desde la derecha rancia hasta Altamira (Partido Obrero) cuestionaban al movimiento y lo tildaban de antidemocrático. Pero lo curioso es que en realidad se enfrentaban dos modos de comprender la democracia: uno vital, festivo, corporal, incluso destituyente; el otro procedimental, delegativo, legalista…

De alguna manera, 2001 resulta un fenómeno aun abierto a interpretaciones y reapropiaciones, entre la antipolítica que se canalizó más tarde por derecha, hasta la potencia de las agendas instaladas con capacidad de presión sobre el gobierno que tomara la posta una vez restituido un mínimo de institucionalidad, pasando por expresiones entre anárquicas y movimientistas. Hoy día, la antipolítica mide sus pasiones por derecha y el progresismo, el peronismo o incluso la izquierda suenan normalizadores, moderados o conservadores. Sin embargo, el descontento no tiene un sentido a priori, se disputa y resignifica; sobre todo, cuando la mayoría de las opciones electorales se parecen. Así como en 2015 la terna que tuvo como protagonistas a Macri, Scioli y Massa sellaba el consenso en torno a la idea de que el ajuste era inevitable y el único debate real pasaba para los “representantes” por el modo, es decir, “gradualismo o shock”; hoy parece agregarse una capa más a ese consenso: la represión. No sabemos cómo un campo popular disperso y ambivalente se defenderá, pero, como se dice en un artículo anterior de Coyunturas, hasta nuevo aviso nada de política, y solo se avisa desde abajo.  

Foto: El Sike 

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