¿Hordas? Los saqueos que no fueron.
Por GUILLERMO RICCA (doctor en Estudios Sociales de América Latina, docente e investigador de Filosofía Política en la Universidad Nacional de Río Cuarto, estudioso de la obra de Pancho Aricó, autor de varios libros y artículos)
Una vieja pregunta de la filosofía política se enuncia de esta manera: ¿Cómo se divide la ciudad? Pregunta no menor, ya que su respuesta determina ni más ni menos que el estado de ciudadanía. Nicolás Maquiavelo responde que una ciudad se divide entre quienes quieren dominar y entre quienes no quieren ser dominados; el agudísimo florentino, como le llama Spinoza, recomienda al príncipe apoyarse en los que no quieren ser dominados, principio del arte de gobernar fundante del régimen propio de una república popular.
Desde hace unos meses, los domingos por la tarde casi noche, una multitud de pibes de barrios periféricos irrumpe en el centro de la ciudad de Río Cuarto (Córdoba) en sus motos, la mayoría con escape libre. La caravana de motoqueros se extiende varias cuadras por el centro en ruidosa expresión. Suelo asomarme al balcón de mi departamento para calcular como crece el fenómeno de un domingo a otro; puedo hacerlo porque pasan por la calle en la que vivo.
Este fenómeno ha sido identificado por titulares periodísticos y por funcionarios de gobierno con la palabra “horda”. La palabra, en su etimología latina se traduce como “vaca preñada”; esos animales con su embrión solían ofrecerse en sacrificio a los dioses. Es decir, la palabra que periodistas y funcionarios utilizan para referir el fenómeno de las caravanas domingueras de motos que meten ruido por el centro de la ciudad, motos manejadas por adolescentes y jóvenes de los barrios, es una palabra referida, en su origen, a animales destinados a ser sacrificados. Otra acepción hace referencia a quienes se alimentan sólo de cebada, como los animales. El diccionario de la real academia española introduce el uso moderno: Comunidad de salvajes nómadas o, también, grupo de gente que obra sin disciplina y con violencia.
Spinoza, en un pasaje del Tratado Teológico Político dice que “no es posible mandar sobre las almas como sobre las lenguas”; el pasaje sugiere el carácter indómito de los seres humanos que, sólo en apariencia obedecen pero que nunca renuncian a su derecho de naturaleza y, por otra, también alude al carácter más domesticable de los usos de la lengua que se adapta a nuestras insistencias y repeticiones. En muchos pasajes de su obra Spinoza da cuenta de la incapacidad de la naturaleza humana para poner freno a las propias pasiones. Pero esto, no sería un privilegio de las hordas salvajes, sino que es un atributo común de los seres humanos puesto que, como el propio Spinoza afirma, la naturaleza es una y la misma en todos (todes). Podría decirse, siguiendo a Spinoza, que otro modo de dividir la ciudad es entre quienes pertenecen a ella y quienes no; es decir, entre los buenos ciudadanos, blancos, propietarios, cuentapropistas o empleados y las hordas de salvajes, en este caso, motorizadas que la “invaden” cada domingo desde los barrios periféricos. Se puede dividir la ciudad de este modo utilizando el mando sobre la lengua, “haciéndola hablar” conforme al imaginario de la clase media blanca del centro de la ciudad, que es el habla propia de periodistas, funcionarios y profesionales. No está de más recordar la ya clásica lección inaugural de Roland Barthes, en la que nos dice que eso es lo propio del fascismo: hacer hablar de una manera determinada.
Dado que la lengua se deja mandar, quizás los jóvenes motorizados de los suburbios no tienen más remedio que hacer ruido para llamar la atención, para decir ¡existimos!, para manifestar que también son parte de la ciudad y que tienen tanto derecho como cualquiera a transitar por sus calles. En el Tratado Político, en referencia a la división de la ciudad entre quienes mandan y la plebe, dice Spinoza: “Pero, como hemos dicho, la naturaleza es la misma en todos. Todos se enorgullecen con el mando; todos infunden pavor, si no lo tienen. Y por doquier la verdad es a menudo deformada por hombres irritados o débiles, especialmente cuando mandan uno o pocos que no miran, en sus valoraciones, a lo justo o verdadero, sino a la cuantía de sus riquezas” (Spinoza, Tratado político, p 172-173). Quizás habría que agregar que la naturaleza es la misma en todes y en todas las épocas. Spinoza vivió en el siglo XVII.
Este fenómeno que no es nuevo o, en todo caso, su novedad coincide con el fin de las cuarentenas implementadas durante la pandemia de covid 19, ha tenido en las últimas semanas un nuevo capítulo, protagonizado por el gobernador Schiaretti y por el candidato a diputado nacional de Hacemos por Córdoba, Carlos Gutiérrez. Se trata, nada menos, que de adjudicar a les pibes motorizados la responsabilidad por los fallidos intentos de saqueo en supermercados y por un robo que tomó dimensión nacional en los medios, de manera bastante extraña, al menos, más sorpresiva que la llegada de los Hells Angel’s en Motomel, al centro de la ciudad. Criminalizar a los pobres, y más aún, a les pibes pobres, ha sido una constante de las políticas de seguridad del cordobesismo. Políticas que generaron no pocas resistencias, como la “marcha de la gorra”, exigiendo la derogación del código de faltas que autorizaba a la policía a encarcelar pibes por averiguación de antecedentes y por merodeo, de manera “preventiva”. La presión de las marchas, cada año más multitudinarias, logró su efecto: el viejo código de faltas fue derogado y sustituido por un código de convivencia que acota las discrecionalidades de los “gorras”—una de las consignas de las marchas era: “¿por qué tu gorra sí, y la mía no?”.
Pero, en la isla cordobesista, las turbulencias de las operaciones de inteligencia que organizaron los “saqueos” en el conurbano bonaerense, en Río Cuarto, en Córdoba y en Mendoza, crearon también la ocasión para restaurar el viejo código y acusar, sin pruebas, a los pibes motorizados. La semana pasada la unicameral de Córdoba, en efecto, restauró el viejo código de faltas, otra medida destinada a encubrir a los verdaderos responsables de los intentos de saqueo y apuntar el gatillo, una vez más, contra les pibes en moto. La libertad de circular está garantizada en el Art. 14 de la Constitución y es violada por el Código cuando incorpora la figura del “merodeo” -que no existe en otras provincias- y castiga con arresto a quien se encuentra “en actitud sospechosa” (Art. 98). En relación al derecho a trabajar, consagrado en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y en la Constitución Nacional, el Código persigue a quienes ejercen el trabajo sexual, bajo la figura de “prostitución molesta o escandalosa” (art. 45 del Código). Ninguna política legítima puede garantizar la seguridad de algunos violando los derechos humanos de otres.
Elías Canetti, en Masa y poder, refiere la horda primitiva de cazadores, con su sed de sangre y su goce en el padecimiento ajeno: la crueldad como lazo, el sacrificio, como ritual que reproduce y asegura la división de la ciudad. Canetti considera que la sed sacrificial es una constante de las sociedades organizadas por el poder. El sacrificio es una forma ritual de mantener el adentro y el afuera de la ciudad.
De una anécdota de la antropología Claude Levi Strauss extrae una conclusión que, a funcionarios y periodistas cordobesistas no les vendría mal leer: «En las Grandes Antillas, algunos años después del descubrimiento de América, mientras que los españoles enviaban comisiones para investigar si los indígenas poseían alma o no, estos se dedicaban a ahogar a los prisioneros blancos con el fin de verificar, mediante una prolongada vigilancia, si sus cadáveres estaban sujetos a la putrefacción o no»[1]. A igual ignorancia, concluye Levi Strauss, la última actitud era más digna de seres humanos: «El bárbaro es, antes que nada, el hombre que cree en la existencia de la barbarie»[2].
[1] Claude Levi Strauss en Eduardo Viveiros de Castro, La inconstancia del alma salvaje, Buenos Aires, 2018, UNGS ed., p 294.
[2] Ibid.