No la ven

Por ROQUE FARRAN (filósofo) y DIEGO SINGER (profesor de filosofía, UBA)

La verdad, no consideramos que sea efectivo explicarles a los libertarios las incoherencias de sus referencias históricas o la limitación de sus dogmas económico-políticos; la efectividad de sus interpelaciones pasa por un nivel ideológico que hay que poder leer en su materialidad concreta, es decir, sintomáticamente. Porque, como decía Althusser siguiendo la lectura que hacía Marx de los economistas clásicos: “no pueden ver lo que ven”.

En primer lugar, ellos dicen “no la ven” asumiendo una posición de visión superior sobre los demás al estilo de la crítica ideológica clásica, como denuncia de la falsa consciencia o limitación en la capacidad de percepción. Hay que reconocer cierta potencia en el sintagma “no la ven” que enlaza directamente con la tradición marxista de la ideología como problema óptico (inversión de la visión en la cámara oscura). Lo que caracteriza a la ideología desde esa perspectiva es, justamente, la capacidad para organizar una mirada mediante la deformación o la inversión de la “realidad”. Es decir que el carácter negativo (lo que impide ver) es quizás lo más importante de la función ideológica.

En segundo lugar, el “no la ven” en boca de los libertarios tiene reminiscencias de un vocabulario emprendedor, en el que “verla” (a la oportunidad de negocios) antes que los demás es una de las virtudes principales. Encontrar, en consecuencia, una dinámica de capitalización donde otros no ven más que tierra yerma es lo que caracteriza al que “la vio” y, por ejemplo, invirtió en Bitcoin cuando su cotización era muy baja. Lo que pretende esta empobrecedora concepción de la subjetividad obsesionada por la capitalización, la ganancia y el rendimiento es expandir esta mirada (mentalidad de rico, de empresario, etc.) para que otros también podamos “verla”. ¿Qué es lo que queda oculto a los ojos de los que sí “la ven”? Una pregunta imposible para quienes están pensando de modo preplatónico.

Por eso también resulta necesario tener en cuenta que esta operación de elucidación o visión superior ya había sido circunscripta como una simpleza del pensamiento crítico: señalar una falta en el otro y contrabandear allí una positividad autoevidente, cuando en verdad hay que producirla. La respuesta tiene que ser elaborada, desarrollada, perfeccionada, para plantear mejor la pregunta. En realidad, se trata de mostrar que el otro ha producido algo, ve algo efectivamente, sólo que “no ve lo que ve”; el problema es de segundo orden: reside en la mirada y el marco conceptual en que se inscribe.

Entonces, repongamos la pregunta pertinente y devolvamos la gentileza: ¿Qué es lo que no ven en lo que ven nuestros neolibertarios? La relación consigo mismo. El individuo no es una realidad autoevidente, tiene que producirse, desarrollarse, perfeccionarse. El entrar de lleno en un campo de juego sin tener ninguna libertad para replantear o reformular las reglas que fijan las identidades, capacidades o competencias, no es la única vía posible de subjetivación. De hecho, posiblemente ni siquiera sea una verdadera subjetivación, sino una fijación u obcecación tautológica a los mismos saberes y poderes incuestionados.

El individualismo neoliberal libertario, con toda su desfachatez y canto egomaníaco a la recursividad sin límites del autofestejo inmediato y la realización personal (la red X es su máxima expresión), no puede ver que hay una relación consigo mismo que se produce en función de preceptos y axiomas que se asumen como ciertos, como verdaderos. Pero esa relación implica distancia, modulación, diferencia, puesta a prueba y falla recurrente. Es decir, fundamentalmente trabajo, mucho trabajo de formación y transformación de sí mismo. No basta con declararse libre para serlo, porque en primer lugar uno tiene que liberarse de su propia servidumbre e idiocia.

Incluso cabe preguntarse si la relación consigo mismo, la ética como práctica de subjetivación, no implica un tercer orden respecto a la economía política y la ideología (en términos marxistas), como respecto del saber y del poder (en términos foucaultianos); porque ya no se trata de criticar al poder sobre sus discursos de verdad y al saber sobre sus efectos de dominación, tampoco de formular preguntas que no han sido planteadas y desarrollar extensas respuestas explicativas; sino de asumir qué saber y qué poder, qué economía política y qué ideología nos permiten transformarnos verdaderamente, en lugar de repetir dogmas como loros o iluminar falsas consciencias como profetas.

Pero no hay caso, no la ven y no se escuchan en lo que dicen: no ven lo que ven en todo eso que declaman exaltados sobre sí mismos, entonces quedan pegados a la repetición insensata y estulta de su goce en cortocircuito permanente. En el llamado constante de los libertarios a “agarrar la pala”, desestimando cualquier trabajo verdadero, se cuela algo de eso. Les sugeriríamos más bien que suelten un poco la pala, que suspendan la estimulación artificial narcotizante y se pongan a trabajar seriamente sobre sí mismos. Como el marqués de Sade a los franceses, hay que decirles a los libertarios: ¡Un esfuerzo más, queridos estultos, si quieren ser verdaderos individualistas!

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