Nuevas formas de guerra (sobre las explosiones en el Líbano y más allá)
Por GIANNI GIOVANELLI (nació en Ferrara en 1949, abogado laboralista, fue parte de Potere Operaio y luego de la Autonomia. Su último libro es Novelle dal precariato in fiamme (“Noticias sobre el precariado en llamas”)
A un enemigo cercado
Debes dejarle una vía de salida
Sun Tzu 7.31
No cabe la menor duda. Con la explosión sincronizada, por millares, de “buscapersonas” comprados por la estructura dirigente de Hezbolá y distribuidos a los militantes para los contactos necesarios, el gobierno israelí tomó por sorpresa y asombró al mundo entero, sembrando el pánico en la población, no sólo en la Palestina ocupada, sino también en Líbano y Siria. Al día siguiente, cuando los primeros comentarios eran todavía inciertos, a la misma hora, las tres de la tarde, se repitió la masacre: esta vez fueron walkie talkies u otros dispositivos controlados a distancia. Así, todo objeto de uso común se convierte potencialmente en un instrumento de muerte, su asechanza produce inevitablemente terror, socava cualquier red de relaciones sociales. Esta es la respuesta del gobierno israelí a la indignación suscitada por las masacres diarias en la Franja de Gaza, a las crecientes críticas, a las sentidas peticiones de tregua. ¿Una respuesta que preludia la ejecución de un exterminio planificado?
Nos encontramos ante un cambio de ritmo. Los funcionarios anónimos, especializados en segmentos de ataques criminales individuales, actúan en equipo, bien ocultos a los ojos de la población, y golpean a distancia, sin participar en el combate sobre el terreno. Del mismo modo que los funcionarios financieros pulsan en sus teclados las jugadas de compra y venta capaces de crear o destruir activos (alterando al mismo tiempo la existencia de personas desconocidas para ellos, por las que sólo sienten indiferencia), los técnicos del Mossad elaboran en secreto, por encargo político-militar de la extrema derecha colonialista en el poder, proyectos aptos para suprimir vidas humanas. Probablemente estos asesinos de bata blanca ni siquiera odian a sus objetivos; simplemente tratan de hacer lo mejor posible el trabajo que se les encargó, evitando preguntas innecesarias. Ciertamente, la deriva teocrática (con el crecimiento constante de Hamás y la extrema derecha sionista) ha desempeñado un papel importante en el conflicto; o quizá, por el contrario, fue el sabotaje de la paz, obstinadamente aplicado por el Occidente democrático en este siglo, lo que creó las condiciones que permitieron a los fundamentalistas triunfar en ambos frentes. Nunca sabremos si fue primero el huevo o la gallina, así que poco importa. Lo que importa es la elección del gobierno israelí, hoy: quieren imponerse por la fuerza, tomar los territorios, ampliar las fronteras. A cualquier precio. Dispuestos a todo, sordos a cualquier llamada al sentido común.
Probablemente Israel no advirtió a Estados Unidos de lo que planeaba hacer, con lo que evitó tanto molestas discusiones como avergonzar a su principal partidario. Sea cual sea el resultado de las elecciones estadounidenses de noviembre, pueden contar con el apoyo de ambos candidatos, con la continuidad del veto que siempre se aplica en el Consejo de Seguridad a cualquier deliberación inoportuna. La maniobra preparada y ejecutada por el Mossad presupone una red de espionaje capaz de atravesar las fronteras estatales sin interferencias obstruccionistas; el uso de la tecnología en conjunción con la elaboración de complots no tiene (al menos: no tiene todavía) ningún equivalente comparable en los Estados y movimientos político-militares árabes. Si alguna vez se produjera una respuesta bélica que hiciera prevalecer la supremacía de los cuerpos, el Estado de Israel parece dispuesto a utilizar la bomba atómica (la llamada táctica). Junto al chantaje atómico está la masacre a través del buscapersonas. El soldado enemigo se transforma en una especie de mina humana que golpea a la propia comunidad que lo impulsó a ponerse el uniforme, a luchar por su tierra; una mina lista para estallar a las 15.30 horas en un mercado, en una escuela, en un hospital, en un autobús, en la calle, en un partido de fútbol. Los que viven en los territorios ocupados ven ahora al calentador de agua, el televisor, la cocina como un peligro potencial; de algún modo, reciben el mensaje de marcharse para no ser aniquilados. Los comentarios de la prensa europea y occidental sobre este cambio de ritmo, sobre esta nueva forma de guerra nunca antes utilizada y prohibida por las normas internacionales, revelan una mezcla de hipocresía (sembrando la duda sobre la autoría del Mossad) y de reducción de la masacre a un simple golpe infligido al adversario con indudable maestría. Todos fingen no comprender la magnitud de este asunto, la innovación bélica que una vez introducida marcará inevitablemente la pauta en los años venideros, provocando consecuencias que hoy nadie se atreve a examinar; parecen no darse cuenta de que las consecuencias para Israel hoy simplemente no les interesan porque sólo están centrados en la victoria, en la aniquilación de todos los que se oponen a la aniquilación de los palestinos (o a su éxodo definitivo). Todos hablan de la bomba atómica en manos de Putin (que no quiere utilizarla) y le provocan temerariamente (para que la utilice); al mismo tiempo, callan sobre las bombas atómicas en manos de la pareja Netanyahu-Ben Gvir, aunque son conscientes de que ellos (sobre todo este último[1]) no tendrían ningún reparo en transformar Beirut o San’a’ en una nueva Hiroshima, con tal de lograr su objetivo.
Un delgado hilo une los explosivos escondidos por el Mossad en los buscapersonas comprados por Hezbollah y el arsenal atómico distribuido por todo el planeta; es el vínculo entre el uso del terror cotidiano, capaz de exasperar a las comunidades, y la explosión nuclear, capaz de eliminar una comunidad. No sólo Israel, entre los pequeños, posee el arma atómica. La renuncia estadounidense al papel de gendarme sobre todo de su aliado no es un signo de fuerza, sino de debilidad; si no demuestra que es capaz de mantener a raya a un Ben-Gvir cualquiera, acaba fomentando un descontento insurgente entre sus propios súbditos. Y que a menudo sea un descontento de derechas no debería tranquilizar ni a Harris ni a Trump.
La tecnología es incapaz de guardar sus secretos durante mucho tiempo; es frágil, está intrínsecamente expuesta a la reproducción. Esto se aplica tanto a su uso tradicionalmente comercial como a su desvío militar-terrorista. Perdónenme un inciso conmemorativo: ¡cómo echamos de menos a Guy Debord[2] comentando este complot bélico israelí! En la época de la Inteligencia Artificial, la explosión sincronizada de los buscapersonas puede ser adquirida primero por los aparatos de Estado (grandes o pequeños), luego por la criminalidad, y de nuevo por las organizaciones rebeldes (de cualquier etnia o tendencia). Las metrópolis están agujereadas… llenas de agujeros; la globalización ha desbordado las fronteras, los nacionalismos no bastan para reconstruirlas, siguen ahí, seguirán ahí, pero diferentes. Sobre todo, no se detienen ante la tecnología. Israel ha destapado la caja de Pandora; el uso de microexplosivos puede activarse no sólo mediante drones, sino en cualquier objeto. Y la desarticulación social resultante acerca la tentación de recurrir a la bomba atómica. El error estratégico de Israel (cegado por el nacionalismo colonialista y el frenesí de poder) es no mostrar ninguna salida, sólo dedicarse a seguir masacrando. Así que tarde o temprano se estrellará, como observó Sun Zu en el exergo.
[1] Ministro de Seguridad Nacional israelí, ultraderechsta, supremacista, antiárabe. NT.
[2] Pensador del espacio político y estético conocido como la Internacional Situacionista, autor del emblemático libro La sociedad del espectáculo (1967).
Imagen: ICL Digital