Politeia. El legado de Federico Delgado (reseña).

Por ARIEL PENNISI

Las tristezas individuales, que componen las tristezas colectivas, constituyen el combustible del que se sirven los protofascismos

Es bastante sencillo de comprender, entonces, el formato del poder hoy. Primacía de lo privado por sobre lo público, ausencia de mediaciones institucionales capaces de gestionar la disputa de intereses diversos, modos violentos de imponer intereses particulares y presentarlos como generales en la esfera estatal, concepción de la ley como un insumo para hacer política con fines particulares, dispositivos institucionales informales para bloquear perspectivas definidas como diferentes, cooptación del sistema judicial para asegurarse la “última palabra”. 

Federico Delgado

La política

            Siempre, en permanencia, algo sabemos y algo no sabemos. La ignorancia no es un defecto, sino la especificidad humana. Por “no saber” investigamos, aprendemos, experimentamos un cambio existencial, nos equivocamos, inventamos. Sin embargo, hay un costado pernicioso que comparte la misma fuente con aquellas bondades: la superstición. ¿Por qué sostenemos hábitos y prácticas, hacemos cosas perniciosas “que no sabemos bien qué son”? Federico agrega: “en ese no saber qué son se ampara este mundo tan hostil”. La persistencia en la ignorancia, no solo el desinterés por conocer, sino el deseo de ignorar, revisten con el ropaje positivo de la adhesión o el interés inmediato la superstición. Y es esa desconexión respecto del conocimiento de las causas de lo que somos y hacemos, una de las principales preocupaciones de Spinoza (entre los filósofos predilectos de Federico). Es el punto en que las pasiones sustituyen al deseo de conocer, que también contiene una dimensión pasional. Porque, claro, no se trata de hacer a un lado las pasiones –¡quién pudiera!–, sino de conocerlas para comprender siempre parcialmente cuan presos estamos y con qué margen de elaboración contamos. El problema de los Antiguos pasaba por conocer y gobernar las pasiones. El nuestro parece ser no sucumbir ante su evidente dominio. Si bien es cierto, como demuestra Spinoza que hay pasiones tristes y alegres, ahí donde la pasión es dominante, la tendencia a la tristeza está dada por la prolongación de un estado de pasividad que nos aleja de nuestra potencia, ya no de hacer algo con lo que ignoramos, sino de edificar formas de estar y vivir también a partir del conocimiento de las causas de lo que nos pasa.

            Es el momento de la política, la politeia. Federico no renuncia a una idea que resulta paradójicamente utópica y realista al mismo tiempo: la política consiste en la participación cotidiana de la ciudadanía, en “las acciones por las cuales nos vamos creando a nosotros mismos a lo largo de nuestras vidas”. La autoconstrucción de ese “nosotros”, el protagonismo social a la hora de hacerse cargo de las decisiones sobre los asuntos comunes. Federico piensa en una política que, lejos de ser entregada como un cheque en blanco a los “profesionales”, los que supuestamente saben, los que siempre supieron, corresponde a la sociedad misma enhebrar… justo esa sociedad a la que Margaret Thatcher negaba su existencia. Si los asuntos públicos se transforman en asuntos técnicos, si los asuntos comunes quedan en manos de élites o “castas” (o falsos profetas que despotrican contra las castas para convocar su versión más rancia cuando acceden al poder 😉 mientras un pueblo ajeno debe elegir tal o cual opción, como los consumidores eligen productos en la góndola, la república se vacía en una máquina procedimental y la democracia languidece.

            ¿Cuál es, entonces, la dimensión de la democracia que no se reduce a “máquina procedimental”? Federico defiende el derecho a la existencia, lo que para Spinoza era derecho natural, inmanencia que se mide en potencia y que no puede ser definida ni juzgada desde una posición exterior, universal y abstracta. En la base de los planteos republicanos no hay una racionalidad democrática ya formada, sino una suerte de democracia sin forma que expresa una trama de deseos y pasiones no necesariamente elaborados y convertidos en premisas inteligibles en términos democráticos. Finalmente, no hay un sistema republicano capaz de garantizar un suelo democrático (“ser libre en un sentido republicano”), si no se deja desbordar por esa democracia sin forma (en sentido jurídico), hecha de protagonismo social. En ese sentido, escribe: “la democracia liberal permanece secuestrada por una forma de ejercicio del poder político que sólo puede funcionar con desigualdades estructurales”.

Instituciones

            ¿Cómo piensa el libro las instituciones, es decir, las mediaciones duraderas que las sociedades se dan para sostener prácticas y valores? El diagnóstico del libro no deja dudas, la cesura entre representantes y representados hace difícil seguir hablando de “representación”, por dos motivos fundamentales: “la apropiación privada de las instituciones públicas” (pone como ejemplo, nada menos que al poder judicial) y “la aristocratización de las instituciones mediadoras” (comportamientos de élite por parte de quienes ocupan lugares en la función pública). Hay consustancialidad de ambas caracterizaciones, ya que ante la primacía de los actores más poderosos que se apropian de las instituciones, la fuerza de los sectores sociales más perjudicados termina licuada en una representación fofa que, lejos de resultar un instrumento para dar la pelea, se vuelve el lugar enunciativo desde el cual se informa por qué “no hay alternativa”. Agregamos que el ciclo de gobiernos progresistas de América Latina de los 2000, con todo lo virtuoso que es necesario reconocerle, terminó por incorporar su propio “There’s no alternative”.

            Ahora bien, el diagnóstico que arroja el libro de Federico, a medida que avanza en la argumentación, no se puede leer solo como una discusión teórica, sino que llama a advertir efectos muy concretos, como, por ejemplo, la fragilidad de la democracia tal como la conocemos y el riesgo que corren los pisos de convivencia que aún nos sostienen. De manera anticipatoria, Federico dice que “la esperanza del cambio reclama, y de hecho recibe, el consentimiento para reducir el espacio público y la vigencia de los derechos.” Por eso se refiere a “salidas autoritarias” o “líderes que apuestan a las emociones” despreciando la democracia, que encuentran “un terreno muy fértil para esterilizar el Estado”, que, considerando “improductivas” a las instituciones, se lanzan al gobierno de la excepcionalidad. La fórmula electoral ganadora del último balotaje se deja nombrar en gran medida por esa advertencia sobre las condiciones de posibilidad de los “protofascismos”, como él mismo los llama.  

           

Una posibilidad

            El caso ejemplar elegido en el libro para imaginar un nuevo diseño institucional es la renta básica. Es muy preciso por parte de Federico situar esta “posibilidad” en las postrimerías del neoliberalismo por, al menos, dos razones: primero, una dimensión histórica de la institucionalidad, en el sentido de que no se puede pensar la institución desde un laboratorio atemporal, sino como emergente de una necesidad y una disputa surgidas del barro de la historia; segundo, porque ese sentido histórico es definido por los efectos desastrosos de las reformas neoliberales, en tanto “Dislocaron nuestras sociedades y destruyeron los lazos sociales que cimentaban la chance de organizar la vida en común, clave de la apuesta democrática”. La renta básica aparece, así, como una posible institución propia de un período post-institucional, es decir, un tiempo histórico en que las instituciones tradicionales legadas por la modernidad perdieron su capacidad de producir sentido, sostener las decisiones comunes, proveer criterios y herramientas para que los sectores populares se den mejores condiciones de vida.

            La vida contemporánea no solo ofrece salarios de miseria, condiciones laborales precarias y abundante actividad que no es reconocida como trabajo (denunciada por el movimiento feminista tempranamente); sino que barniza semejante escenario con una exigencia permanente de rendimiento que en Argentina asume el aspecto de un reproche moral dirigido a quienes peor la pasan. Es curioso escuchar a herederos, terratenientes, y personajes acomodados que se pasean por sets televisivos, hablar de “cultura del trabajo”, en el mismo momento en que cuestionan las políticas sociales. La asimilación del trabajo (en condiciones de explotación) a la “salud” o la “dignidad”, que data de los campos de concentración nazi, entre otros eslabones históricos, es la muletilla preferida de los reprochones de la hora y, por desgracia, reposa en buena parte de los sectores sobreexplotados. Contra esa barbarie, equivalente a la naturalización de la esclavitud en sociedades lejanas en el tiempo, la renta básica avizora una posibilidad que parece igualmente lejana en el tiempo, pero que cuenta con una ventaja y, tal vez, solo una: se ubica en el futuro.

            Para Federico, consciente de que el trabajo asalariado no presupone la dignidad, se trata lisa y llanamente de garantizar la dignidad de existir más allá del trabajo, de generar condiciones para alojar una “buena vida”, no en un mundo ideal, sino en un escenario realista, con y contra el trabajo asalariado y el trabajo no reconocido como tal y, por lo tanto, no remunerado. Tras el quebrantamiento de la seguridad social y el creciente cuestionamiento a los programas sociales –que alcanza su cénit con la asunción en Argentina de un gobierno que deplora explícitamente la justicia social–, la renta básica que Federico quiere universal e incondicionada, fuerza a repensar la distribución de la riqueza. Hay dos preguntas clave que hacerse al respecto: en Politeia es clara la interrogación por el financiamiento de la renta básica en un contexto financierizado y de orientación impositiva favorable a los poderes económicos posindustriales; en Nuevas instituciones (del común)[1] y en Renta básica. Nuevos posibles del común[2], nos permitimos, aparte, imaginar a la renta básica como una nueva institución, pública mas no solo Estatal.

Corrupción

            Quienes declaran imposible o consideran aberrante la posibilidad de la renta básica –no quienes la discuten legítimamente– alimentan una mirada vigilante y despreciativa para con los sectores menos favorecidos, desviando la atención pública ante los privilegios obscenos de las élites. Por ejemplo, Federico, valiéndose de la coyuntura reciente, menciona las visitas de magistrados del sistema judicial a Macri (aparte, en una entrevista en Tiempo Argentino conversamos sobre el escándalo de Lago Escondido), lo que probablemente explique cómo alguien que acumula imputaciones por causas de corrupción de gran escala no sea procesado o ni siquiera llamado a declarar. También menciona Federico la vacunación en secreto de Trump[3] que abusó de su poder, tanto como quienes en el gobierno de Alberto Fernández facilitaron la vacunación a algunos amigos. ¡Qué decir del “dólar soja”!, otro de los ejemplos recuperados por Federico, que deja ver hasta qué punto los sectores económicos más concentrados imponen sus condiciones. ¿Es posible seguir soportando la ofensa de periodistas, políticos, opinólogos de redes y empresarios hacia los sectores más pobres como si fueran ellos el problema?

            La respuesta no puede ser solo discursiva ni el tono la denuncia, sino práctica. Federico apela a una transformación que se puede dar solo a nivel de las prácticas cotidianas, ahí donde la costumbre delimita márgenes de acción, tanto como zonas de reacción, ahí donde es urgente combatir el “particularismo”, la exacerbación del interés individual, para alimentar lo que aristotélicamente llama un “camino ético”: “practicando la justicia nos hacemos justos”. La relación entre ese plano consuetudinario y las mediaciones institucionales determina las posibilidades de un protagonismo social a la altura de la democracia por venir. Es interesante, en ese sentido la caracterización que hace Federico de nuestra Constitución nacional: generosa en la distribución de derechos, pero rígida a la hora de “crear los dispositivos institucionales para hacer realidad esos derechos”.      

            Hecha la ley, hecha la trampa. La llamada “corrupción” que generalmente nombra el robo de fondos públicos, el tráfico de influencias, la malversación del dinero proveniente de los impuestos, el nepotismo, el soborno a funcionarios, en definitiva, “el uso privado de lo público”, no tiene nada de excepcional, ni es propia de un sector político en particular. Se trata de un síntoma brutal de la falta de participación ciudadana en los asuntos comunes, del hecho de que, para integrar los espacios de decisión, “es preciso construir poder mediante las reglas informales que no todos conocen”. Lo que retorna una y otra vez en Politeia es la tragedia de una cesura que parece irreductible entre quienes gobiernan y quienes son gobernados… En el capítulo titulado “El gamonalismo”[4], cita a Carlos Mariátegui para referirse a la impotencia de la ley positiva ante determinadas formas de ejercicio del poder que incluso subordinan al Estado de derecho como bien común, por parte de las élites económicas y políticas. Si bien el marxista peruano, que conoció muy bien la relación entre capitalismo y fascismo, pensó en una época en que el Estado aparecía como un dato evidente; su diagnóstico adquiere mayor relieve en el contexto de desmantelamiento de las instituciones públicas en que la distancia estructural entre representantes y representados se transforma en abismo entre quienes logran apropiarse de las instituciones, rapiñar, o sostener estructuras paralegales y quienes padecen, opinan, se indignan o simplemente moran indiferentes, pero siempre desde fuera.                 

Es la economía, estúpido

            Otro rasgo que recorre transversalmente Politeia es el señalamiento permanente de las estructuras reales de poder como principal obstáculo para la construcción de nuevas mediaciones políticas igualitarias. Como señala Federico, “la combinación de progresismo político y neoliberalismo económico”, está asociada al deterioro de las condiciones que hicieron posible la sociedad salarial de la segunda mitad del siglo XX. Aquel Estado de Bienestar forzado por las luchas obreras y por una multiplicidad de pujas y demandas sociales tuvo su correlato en las conflictivas y dinámicas democracias de América Latina. Pero cuando éstas tensaron la relación de fuerzas como nunca antes, los sectores conservadores, los entonces insipientes neoliberales, el dominio estadounidense, entre otros factores, fueron protagonistas de golpes de Estado feroces que interrumpieron los procesos democráticos en nuestra región. En Argentina es muy evidente la saga que reúne a la dictadura de la desaparición de personas, el menemismo, la Alianza, Macri y Milei. En ese sentido, si es necesaria una crítica de políticas y formas de proceder de los gobiernos radical y peronistas que encarnaron parcialmente otra perspectiva, es insoslayable la hegemonía neoliberal y sus efectos, que no pudieron ser revertidos.

            Politeia hace hincapié en el pasaje del salario como soporte material y subjetivo, al crédito como “integración frágil y artificial”. El paralelismo que plantea es contundente: las personas endeudadas expuestas a grados de incertidumbre cada vez mayores, y los Estados “transformados en deudores vulnerables atados a las directrices del poder financiero”. Como consecuencia del paradigma crediticio “los sectores populares se volvieron políticamente más débiles”. Tal vez, esa debilidad señalada por Federico pueda verse no sólo en las políticas regresivas de algunos gobiernos, sino también en la orientación que asumió el descontento popular en la particular coyuntura electoral vivida en nuestro país… Un electorado heterogéneo unido en bronca y resentimiento dirigidos a un espacio político y a un repertorio de ideas y consignas que representan un lugar menor en el mapa del poder real y la complejidad actual. La debilidad de los sectores populares es también desinteligencia colectiva, dominio de la inmediatez, vaciamiento conceptual, dispersión.

            De ese modo, la espiral inflacionaria iniciada por la política económica de Macri, responsable también del endeudamiento brutal en dólares, sumada a la impotencia del gobierno del Frente de Todos que se encargó de acrecentar la inflación y la vulnerabilidad social; reducen la política y el estado de ánimo colectivo a una banalidad recurrente en política: pensar que el cambio es elegir al opositor, en este caso, un panelista televisivo devenido en mesías de ocasión. Pero la banalidad no es nada banal, se paga cara. La vuelta al gobierno de uno de los perpetradores de la situación por la cual se votó como se votó, un trader financiero que endeudó al país a 100 años, cuyas tropelías equivalen a un crimen económico de gran magnitud, muestra la circularidad de esa “debilidad” de los sectores populares, cada vez que poderes privados “usurpan la autoridad común”. La amarga constatación no tardará en llegar: cuando gobiernan experiencias abiertamente neoliberales, su capacidad de daño es enorme, mientras que los gobiernos que tienen una mínima presión desde abajo para hacer algo distinto, cada vez se ven más impotentes.

El ejemplo más notable que aparece en el libro es la deuda externa (que, como fiscal, Federico conoció especialmente): “contraída siempre por expertos que hablan un lenguaje privado, sin escrutinio público y sin conocer jamás en qué se gastó concretamente el dinero”. De ahí la recuperación que propone Federico de la noción de “partido invisible”[5], de la filósofa spinozista brasilera Marilena Chaui. Se trata, nada menos que del periplo de los últimos 50 años: de la instauración del neoliberalismo mediante dictaduras asesinas a la democracia neoliberal que mata en vida.  

Excursus biográfico

            En el diálogo que generosamente me concedió Federico durante los últimos cinco años descubrimos una cercanía mediada por una diferencia tan radical como cristalina. Una línea de cristal y, por lo tanto, finalmente frágil. Mientras yo consideraba urgente registrar el vaciamiento y desplome de las instituciones modernas, al tiempo que la emergencia y novedad de nuevas formaciones institucionales surgidas de y ceñidas a prácticas concretas, algo así como instituciones desde abajo o “del común”, Federico pensó y encarnó otro tipo de radicalidad que, desde el otro lado de la línea de cristal, dejó ver una complicidad franca. ¿Cuál era su jugada? En lugar de proponerse un imaginario distinto al de la institucionalidad existente, se volvió un extremista de la misma. Gesto que recuerda al cristianismo de Kierkegaard, tan estricto y exigente respecto de los ideales más altos de un devoto religioso, que se volvía insoportable para la institución eclesiástica, más bien entregada a las menudencias del poder. Federico entendió que –no siempre, pero sí muchas veces– llevando las prerrogativas republicanas y democráticas al filo de su literalidad, se ponía en crisis el republicanismo procedimental y se interpelaba a la democracia desinflada.

Ante la mirada distraída su gesto podría pasar por naíf, perorata moral de quienes se contentan con la zonza consciencia de que si hiciéramos las cosas como es debido, entonces la ley daría sus frutos. Pero Federico fue un fiscal anómalo[6], no sólo en virtud de su propia excepcionalidad en un ámbito tan opaco, sino de su apuesta: volver el “deber ser” de la letra contra el funcionamiento efectivo de las instituciones, contra su derrotero desventurado, plagado de trapisondas favorables a quienes gozan de los privilegios de un poder fáctico (es decir, no institucional). En el fondo, Federico era permeable a la utopía de las “nuevas instituciones” porque su propia relación con las instituciones tradicionales tenía algo de novedoso, incluso de paradojal, en tanto verificaba en ocasiones concretas que, implementadas hasta sus últimas consecuencias éstas podían servir como espalda para quienes no tienen espalda, neutralizando, impugnando o contrapesando la apropiación privada de lo público. Para ponerlo en términos de un antagonismo que recorre el libro: el “ejercicio popular de la soberanía” contra las “monarquías económicas”. La lectura más estricta, más literal vuelve a las prerrogativas republicanas letra embarrada de historia, con sus victorias y derrotas a cuestas.

Finalmente, en relación a las “nuevas instituciones”, Federico, primer lector del manuscrito[7] y cuyos comentarios tuvieron un impacto directo en la revisión del libro y sus últimos agregados, también alcanzó a aportar una pincelada. Comparó las nuevas instituciones, es decir, aquellas cuya legitimidad no proviene del mito de origen del Estado moderno trascendente, sino de un entramado ético político positivo, inmanente y situado, con “la necesidad de pensar en términos históricos y contingentes un diseño institucional eficaz” para mediar democráticamente el conflicto inevitable entre intereses privados (ligados siempre a la violenta inmediatez del interés particular) y horizonte común (propio de la mediata tarea de construcción de un nosotros). Ahí se detuvo e incluso se excusó con una modestia que no se le conoce fingida: “mis taras brutalmente modernas”. En efecto, Federico fue un moderno en sentido pleno, asumió un rol político en toda su dimensión, encarnó un pensamiento crítico desde sus prácticas y desde su función intelectual, se orientó con la brújula del anudamiento entre libertad, igualdad y fraternidad y apostó a la radicalidad de lo que ya existe: una tradición, unos instrumentos, unas capacidades que ya están ahí y que bastaría con advertirlo para, como quería Etienne de la Boétie contra la servidumbre voluntaria, empezar a ser un poco más libres. 

                

[1] Pennisi, Ariel (2022). Nuevas instituciones (del común). Buenos Aires: Red Editorial.

[2] Pennisi, Ariel (comp). (2021). Renta básica. Nuevas instituciones del común. Buenos Aires: Red Editorial.

[3] https://cnnespanol.cnn.com/2021/03/02/donald-melania-trump-vacuna-covid-19-trax/

[4] Por “gamonal”, que refiere a una forma de concentración del poder por parte de una persona o un grupo influyente.

[5] “Los integrantes de este ‘partido’ son los oligopolios mediáticos, los líderes empresariales locales y globales, fracciones neoliberales de los partidos políticos tradicionales, intelectuales conservadores y fundamentalistas religiosos…”

[6] https://www.tiempoar.com.ar/federico-delgado-fiscal/

[7] Pennisi, A. (2022). Nuevas instituciones (del común). Buenos Aires: Red Editorial.

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