Argentina y la orfandad infantil

Por ROBERTO SAVIANO *

(sobre las fotografías de Valerio Bispuri)

Los niños. Se habla a menudo de los niños, se habla demasiado de los niños… sólo se habla de los niños. Uno se indigna ante las condiciones en las que viven, se muerde los labios de rabia, se derraman algunas lágrimas, pero luego se sigue adelante. ¿Qué podemos hacer? Podemos mirar, podemos mirar sin apartar la vista. Suena trillado, incluso patético, pero créanme, no lo es. Si están aquí, si están asistiendo a estas palabras, párense a mirar estas fotos, ellas son las protagonistas; mis palabras están a su servicio y al servicio de quien las tomó: Valerio Bispuri. Es él, junto con los sujetos retratados, el protagonista absoluto de estas páginas porque es su mirada la que ha captado y relatado todo el sufrimiento y todo el amor del mundo. Durante años Bispuri me ha involucrado en sus proyectos: compartió conmigo las truculentas imágenes de los presos en las prisiones, por ejemplo, fotos tomadas en Poggioreale[1], donde no había intimidad ni siquiera para cagar. Se trata de un informe de hace muchos años, pero las condiciones en las cárceles italianas[2] no han cambiado y en nuestras prisiones se suicida un preso cada dos días. Compartió conmigo fotos de las «cocinas» de paco los narcos, donde hasta los niños procesan la droga que sale de Sudamérica y llega a todas partes[3]. Esta vez, me muestra fotos de niñas y niñoos huérfanos en Buenos Aires, que describen una realidad que muchos en nuestras latitudes ignoran.

Es la pobreza que tenemos ante nuestros ojos. Una pobreza muda. Muda porque sus palabras no se escuchan en ninguna parte. Muda porque está cansada de gritar. Muda porque sabe que nada ni nadie le prestará atención. Muda porque sabe que el mundo padece un virus que no tiene vacuna, ese aura bien pensante que siempre evoca para no centrarse en un drama concreto, otros mil dramas. Y por eso aquí todos nos deslizamos con ligereza sobre el sufrimiento; aquí todos lo observamos desde alturas siderales para que los rostros y las expresiones permanezcan borrosos e indistinguibles.

Pero aquí estamos, en Argentina ya lo han comprendido. Y los que se sienten con fuerzas dan una mano, eso sí, sabiendo que es un paso muy importante. Estamos en un pequeño orfanato de la localidad de Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires. Estamos en un centro comunitario, gestionado por voluntarios, situado en el pequeño barrio de Buena Esperanza, un nombre que choca totalmente con lo que ocurre en ese lugar rodeado de villas, donde hasta hace poco la delincuencia dominante no sólo era local, sino que también involucraba inmigrantes de países fronterizos. En el orfanato hay dieciocho menores, la mayoría niñas. No tienen padres, o los tienen, pero han sido abandonadas. A veces son niñas y niños que han escapado de situaciones devastadoras. Todas han sufrido violencia familiar, todas han sufrido violencia en la calle. Los padres están ausentes y las madres trafican drogas o se dedican a la prostitución. No todos van a la escuela, no tienen nada y lo poco que tienen lo comparten. Pero comparten también, y sobre todo, la miseria. En la primera foto, en la cama, están Alma, Mía, Sebastián y luego está Dulce frente al espejo maquillándose; los demás miran un viejo televisor.

Todos viven juntos, duermen en las mismas camas. Estar fuera de la calle ya es la salvación para ellos, porque muchos niños de los orfanatos ni siquiera cuentan el final. Este pequeño refugio siempre tiene problemas: en Argentina, los orfanatos (más allá del régimen institucional) suelen estar gestionados por organizaciones que carecen de recursos, por lo que haber criminalizado la solidaridad (por parte de gobiernos y medios de comunicación) ha hecho un daño inmenso y ha golpeado mortalmente a los más débiles. En las cuatro fotos siguientes, un niño se baña en un balde en Lomas de Zamora. Las chicas miran hacia afuera: Valerio Bispuri me explica que es una necesidad que sienten fuertemente, la de mirar por las ventanas, casi como buscando otro lugar, un mundo al que ir, un lugar distinto al que viven. En la última foto está Alma, una niña de ocho años, siendo acariciada por una niña mayor en el Comedor de Victoria. Victoria es una mujer de 67 años; ella es quien ha guiado a Valerio en este y otros viajes. Victoria coordina el Comedor Padre Conforti, cerca de la Salada, el mayor mercado informal de América Latina, que antes sólo tenía lugar por la noche y ahora también durante el día. Para Valerio era difícil entrar en el barrio. Difícil de día, imposible de noche. Imposible y sobre todo peligroso. Estas son tierras en las que el Estado está ausente. Ausente para cuidar. Junto al mercado está el Comedor, donde van a comer los niños del orfanato, a los que los voluntarios sirven una comida caliente al día. Y luego están los juegos: aquí se juega con todo. Alma y Dulce juegan con el cadáver de una lavadora, a su lado hay una cría de cabra. La relación con los animales es fundamental porque los niños confían en ellos instintivamente. A menudo, es la cercanía con los animales la terapia más eficaz para sacar a los huérfanos del caparazón de autoprotección en el que están encerrados. En el orfanato Buena Esperanza también hay un niño autista de 18 años al que todos llaman el «gordo» y que vive con los niños que lo quieren.

El otro orfanato retratado en las fotos de Valerio Bispuri está en Moreno, una localidad a unas decenas de kilómetros de Buenos Aires. Esta vez es un orfanato autogestionado que apenas recibe alguna ayuda económica estatal[4] y se llama Los Horneros. Allí viven treinta niñas y niños que también han sufrido la violencia, algo casi imposible de evitar cuando se viene de la calle. Este segundo orfanato está en muy buenas condiciones, aquí todos los niños van a la escuela y esperan emanciparse algún día de la pobreza en la que nacieron. Aquí consiguen, a pesar de su precaria condición, puntos de referencia en las cuidadoras. De todos modos, el escenario tiene algo apocalíptico, la infancia parece vivir aquí las consecuencias de una guerra: los adultos no están. Los padres abandonan a sus familias, a menudo están en la cárcel. Las madres solas no pueden hacer frente a la situación y esto provoca la propagación de enfermedades mentales debidas al estado de abandono en el que han vivido estos niños durante demasiado tiempo, al acoso y la violencia que han sufrido y a la falta total de políticas sociales adecuadas. En Argentina más del 44% de la población, que suma más de 20 millones de personas, se encuentra debajo de la línea de pobreza. Los informes hablan de 16 menores de cada 100 en situación de pobreza extrema; la paradoja es, por lo tanto, que a los huérfanos retratados por Valerio Bispuri algunos podrían incluso llamarlos huérfanos “privilegiados” -increíble asociar la palabra «privilegio» con las condiciones de vida que muestran las fotografías, la falta de referentes estables, de educación y de necesidades básicas- porque han encontrado un hogar y unas caricias. En Argentina hay tantos niños en la calle que no tienen nada, ni casa, ni familia, ni referentes, ni protección, que tener un techo y una comida caliente al día es suficiente para sentirse incluso afortunado.

Anita tiene 4 años, está en el suelo jugando con su perro en Los Horneros. Anita ha sufrido violencia y a menudo tiene un comportamiento obsesivo. Es muy difícil estar cerca de ella, pero quienes allí trabajan no dejan de intentarlo. Es difícil estar cerca de alguien que ha sufrido violencia y es víctima del abandono. En Los Horneros también hay adolescentes, algunas quieren ser peluqueras, otras bailarinas: aún consiguen soñar y ese es el verdadero milagro.

* Roberto Saviano: periodista y escritor napolitano. Tras la publicación en 2006 de Gomorra, libro en que describe literariamente los crímenes de la Camorra, y el impacto masivo, recibió amenazas de muerte de la organización mafiosa y desde entonces vive escoltado por uno o dos agentes públicos proporcionados por el ministerio del interior italiano. Luego del descubrimiento de un atentado que lo tenía por objeto abandonó su país. Hoy día colabora con los periódicos La Repubblica, L’Espresso, The Washington Post y The New York Times. En 2013 publicó un libro sobre el tráfico y el uso de la cocaína a nivel mundial, titulado CeroCeroCero.

Las fotografías fueron tomadas por Valerio Bispuri y su publicación autorizada por Victoria, la responsable del Centro Comunitario Padre Reinaldo Conforti (Ingeniero Buedge, Lomas de Zamora).

Traducción: Ariel Pennisi

[1] Cárcel de Nápoli.

[2] Valerio Bispuri, además de fotografiar las cárceles italianas, sobre todo, fotografió cárceles en toda América Latina, 74 penales durante más de 10 años… Publicó un libro titulado Encerrados (Contrasto, 2015), prologado por Roberto Saviano, con unas palabras iniciales de Eduardo Galeano.

[3] El trabajo titulado Paco. A drug story (Contrasto, 2018) muestra cocinas, territorios y personas afectadas por el paco en Argentina, en Perú y en Brasil; y cuenta con un prólogo de César González.

[4] El Estado provincial provee un magro subsidio para las cuidadoras, dinero para útiles escolares y alimentos farináceos de baja calidad, la mayoría de los cuales terminan regalándolos, ya que procuran una alimentación lo más sana posible. En un tiempo anterior, cuando Elisa, la fundadora de Los Horneros, vivía, la provincia envió durante seis años un subsidio que el municipio de Moreno retenía. Es decir, que las políticas públicas no solo son deficientes o inexistentes, sino que muchas veces están atravesadas por la corrupción de la miserable “rosca” polpitica. NT.

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