
El mundo poshegemónico que viene
MICHAEL HARDT (Doctor en Literatura Comparada, Universidad de Washington, conocido por sus colaboraciones con Toni Negri) y Sandro Mezzadra (PhD en Historia del Pensamiento Político y las Instituciones, Universidad de Torino; profesor e investigador en la Universidad de Bolonia)
(presentación del libro The rest and the west: Capital and power in a multipolar world)
Las instituciones de poder blando y las demás herramientas que anteriormente habían apoyado la hegemonía global de Estados Unidos están siendo rápidamente descartadas por la segunda administración Trump. Incluso la pretensión de defender la democracia, defender los derechos humanos y proteger la libertad ha sido completamente abandonada. Esto no implica, sin embargo, un giro hacia el aislamiento, sino que representa, en cambio, los primeros pasos hacia un modelo poshegemónico que puede caracterizar las relaciones de poder globales en la era venidera.
Esta tendencia se percibe con mayor claridad si nos centramos en dos niveles en los que se están redibujando los mapas globales: por un lado, se están transformando el mercado mundial y los espacios de producción y circulación capitalistas; y, por otro, se están reorganizando las fronteras políticas, a través de renovados procesos de expansión territorial y anexión. La dinámica entre estos dos procesos de reordenamiento, en los que las fronteras políticas y las divisiones del mercado mundial a veces coinciden y a veces divergen, revela las líneas principales del nuevo orden global en formación. Y todo este proceso avanza de la mano del despliegue de un régimen de guerra aparentemente interminable, que incluye tanto guerras comerciales como conflagraciones militares.
Mapas superpuestos de espacios globales
En el momento de la conquista de Crimea por parte de Rusia en 2014 y aún en el momento de su invasión total a Ucrania en 2022, parecía que la táctica de expansión territorial del brutal y autocrático régimen de Putin era un retroceso a juegos de poder internacionales superados hace mucho tiempo y una excepción que podía contenerse. Hoy, sin embargo, después de las conquistas territoriales de Israel, no solo en Gaza y Cisjordania, sino también en Líbano, Siria y quizás más allá, y, además, con las amenazas de Trump de anexionar Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá e incluso Gaza, el paradigma de la conquista territorial parece haberse normalizado, si no consolidado. Anders Stephanson vincula acertadamente los proyectos (o fantasías) de expansión territorial de Trump con la antigua tradición estadounidense del destino manifiesto, pero debemos considerar este fenómeno también en un marco más amplio. El hecho de que los territorios del mapa mundial estén una vez más en constante cambio y en juego es un aspecto esencial de la reorganización de los espacios globales actualmente en curso.
Al mismo tiempo, los aranceles y las guerras comerciales se utilizan como armas para reorganizar las fronteras y las condiciones del mercado mundial, a pesar del riesgo de inflación, de la agitación financiera y económica e incluso de la recesión en Estados Unidos. También en este ámbito, Trump está dejando claro que las prácticas de hegemonía estadounidense han quedado descartadas.
El sistema capitalista mundial ha acomodado a menudo las disyunciones entre estos conjuntos de fronteras cambiantes (fronteras nacionales y fronteras capitalistas), pero en algunos aspectos las acciones de Trump, Putin y Netanyahu las están acercando y haciendo que se superpongan. Aunque esta tendencia puede, al tiempo que beneficia a fracciones específicas del capital, restringir el alcance general de los desarrollos económicos y la rentabilidad, sí se corresponde, en ciertos aspectos, con las teorías clásicas del imperialismo de principios del siglo XX. Queda por ver si las formaciones capitalistas contemporáneas, que entrelazan el capital industrial y financiero de una manera diferente, siguen siendo adecuadamente descritas por el término “imperialismo”.
La división atlántica
Las reorganizaciones tanto del mercado mundial como de las fronteras políticas precipitadas por la guerra de Ucrania se extienden mucho más allá de los dos países directamente involucrados. Desde el comienzo de la invasión rusa, ha quedado claro que, además de Ucrania, Europa está destinada a ser la gran perdedora. Las acciones de EE. UU., a pesar de sus vicisitudes, han funcionado consistentemente para subordinar a Europa, tal vez no como un plan consciente, sino quizás como una tendencia objetiva. En la superficie, hubo un cambio radical del apoyo de la administración Biden a Ucrania y la afirmación de la OTAN al alineamiento de Trump con Putin, retirando el apoyo militar y denigrando a la OTAN. Mientras que el primero subordinó efectivamente a Europa dentro de la Alianza Atlántica, y el segundo socava aún más a Europa como actor político y económico unificado, no rompiendo los vínculos de Estados Unidos con el viejo continente, sino más bien apuntando a reorganizar las relaciones sobre la base de nuevas jerarquías y relaciones de fuerza.
Parece que se está planteando un salto adelante en la integración europea, pero en condiciones de fragilidad política y ante la amenaza constante de una derecha fascista cada vez más segura de sí misma. La tan debatida «autonomía estratégica» de Europa se está formulando por fin, pero simplemente como un plan de rearme masivo, construyendo un nuevo complejo militar-industrial que dependerá, inevitablemente, de los fabricantes de armas estadounidenses e israelíes.
Precisamente, aquellos líderes políticos europeos, especialmente en Alemania, que han insistido más estrictamente en los límites presupuestarios y los frenos a la deuda, ahora abogan enérgicamente por abandonar tales restricciones para los gastos militares. Irónicamente, mientras que antes la «responsabilidad» presupuestaria estaba ligada a políticas de austeridad, ir más allá de los límites presupuestarios significa ahora una austeridad aún más severa con respecto al bienestar social. Además, los diseños europeos coinciden con una tendencia mundial hacia un «régimen de guerra» en el que el desarrollo económico, tecnológico y científico está impulsado por la seguridad y la lógica militar. Al mismo tiempo, el aumento del gasto militar nacional del plan «ReArm Europe» sirve como complemento a la estrategia a largo plazo de fortificar las fronteras y repatriar a los migrantes.
Los esfuerzos de Trump por restablecer relaciones «normales» con Rusia, al tiempo que corta con Ucrania y margina a Europa, plantean varios paralelismos históricos sugerentes. La imagen de un nuevo Yalta, por ejemplo, pone de relieve los riesgos militares (y nucleares) de la situación actual, y ver esto como una repetición (invertida) del plan de Nixon para separar a China de la URSS podría enfatizar cuán profundas y difíciles de separar son las relaciones económicas actuales entre Rusia y China.
Sin embargo, vemos la situación con mayor claridad cuando consideramos las acciones actuales de EE. UU. y otros estados como esfuerzos para reorganizar los espacios del mercado mundial, a menudo en conjunción con luchas por las fronteras políticas. Desde esta perspectiva, podemos ver que nos encontramos en un punto de inflexión en la historia del sistema capitalista mundial.
Publicado en versobooks.com