Mario Tronti: en guerra con el mundo.

Por GIGI ROGGERO  investigador, formador y publicista militante, redactor, para Machina, de la sección «flecha de tienda de campaña». Publicó Elogio della militanza (2016), Il treno contro la Storia (2017), L’operaismo politico italiano. Genealogia, storia e metodo (2019); también es coautor de: Futuro anteriore y Gli operaisti (2002 y 2005).

Homenajeando al recién fallecido Mario Tronti, filósofo y político, de los fundadores del operaísmo italiano. Autor de obras centrales como Obreros y capital, Sobre la autonomía de lo político, La política contra la historia, entre otras; habiendo sido un miembro muy activo del Partido Comunista Italiano, fue elegido senador en 1992 por el Partido Democrático de la Izquierda. Formó parte de reformas institucionales y también le dedicó tiempo a la docencia universitaria y la intervención en los debates públicos, como analista y polemista.  

El que no ve, verá. El que vea, quedará ciego. Mario Tronti nos lo recordó en su, por desgracia, último diálogo público en el festival DeriveApprodi, junto a Adelino Zanini. La figura citada descoloca a la tradición operaista y comunista. Es Jesús. Un Jesús que no pone la otra mejilla. Un Jesús muy benjaminiano, que lucha para vengar el pasado. Un Jesús que divide el mundo en dos. Ricos y pobres para el cristianismo de los orígenes. Trabajadores y capital, para nosotros. Amigo y enemigo, en el léxico del realismo político. Karl y Carl. Lenin y San Pablo. Hombres en este mundo, pero no de este mundo: ese es el militante revolucionario. Nunca revolotea en los cielos utópicos de otros lugares. Nunca se arrastra por los pliegues oportunistas del presente. Siempre está ahí, en y contra. Sólo entonces puede decir: nunca nos atraparán.

A menudo hemos oído hablar de la existencia de diferentes Tronti. El de hasta 1967, el posterior a 1967. El Tronti obrerista (operaista), el Tronti del PCI (Partido Comunista Italiano). El de Obreros y Capital, luego el de la teología política. Nunca hemos entendido lo que quería decir, y si lo hemos entendido, no estamos de acuerdo. También hay distintos Marx, o distintos Lenin, o pongan a quien quieran. Sabemos que de Tronti hubo uno y sólo uno: el hombre irreductiblemente partidista. De principio a fin. No simplemente un pensador político, sino un político que piensa.

Alguien solía decir, los caminos políticos nunca discurren como en la Perspectiva Nevski. Curvas misteriosas y líneas rectas a seguir, lo sabemos. Se pueden discutir las curvas de sus caminos, especialmente en ciertos pasajes trágicos y cruciales. Pueden y hasta cierto punto deben discutirse, por supuesto. Añadamos que no es que no se haya discutido. Lo que, para nosotros, no puede discutirse es la firmeza de su punto de vista, de su voluntad de caminar por esa maldita línea recta. Los que miran desde fuera, es decir, desde la corte de la ideología (que es siempre una corte burguesa), verán muchas contradicciones, sonoras, urticantes. Quien sitúe esas contradicciones dentro de su propia historia podrá comprenderlas no para justificar, sino para evaluar incluso los errores políticos. En esto nunca se ha escondido ni sustraído Mario. Ha reivindicado cada paso y cada error, no se ha arrepentido de nada. Sus contradicciones, sin embargo, han sido siempre internas, de táctica, nunca de estrategia.

Dar la espalda al futuro, después de todo, no significaba renunciar a subvertir el presente. Significaba, y sigue significando «inmovilizar al adversario para poder golpearle mejor», como escribió en su libro más famoso. Y quienes se burlan de un Tronti reciente, vuelto sobre sí mismo, en el espiritualismo, en la interioridad, demuestran que miran sin ver. Porque ahí está la búsqueda de un espíritu no espiritualista, del fortalecimiento de la subjetividad antagónica en la ciudadela enemiga, de una libertad comunista y nietzscheana, por tanto, no democrática. De estar en paz con uno mismo para entrar en guerra con el mundo. De una basileia sin basileus, un reino sin rey. Auctoritas versus potestas: hacia allí, corajudamente, empujó el pensamiento. Un pensamiento profético, que no es la clarividencia de supermercado, de los charlatanes de talk show y los que nadan con la corriente. Es la capacidad de decir lo que otros no quieren oír, de ver por debajo del grueso manto de la banalidad y la opinión pública.

Descolocar, decíamos al principio. Como nuestros grandes maestros, los que enseñan sin presunción de hacerlo, Tronti siempre tuvo la capacidad de descolocarnos. Cuando llegábamos a un punto de aterrizaje que creíamos inmóvil, nos dábamos cuenta de que en realidad estaba en movimiento, y teníamos que volver a saltar para alcanzar un punto de aterrizaje más avanzado. Le encantaba el oxímoron, como cuando se autodenominaba «revolucionario conservador». Pero nada que ver con el gusto por la provocación, nada más lejos de Mario l’épater la bourgeoisie. Es la arriesgada habilidad de moverse ahí donde el peligro es mayor, como sugería el amado Hölderlin. En la contradicción, precisamente, para hacer de ella un motor de pensamiento subversivo. «Desde el extremo posible, repetiré hasta el final: ¡esta forma de vida y de mundo no puede ser aceptada!». La política del ocaso no era sinónimo de renuncia, en absoluto. Una vez más, puede discutirse si donde Mario vio un trágico ocaso no existía la posibilidad de nuevas auroras. Y, sin embargo, una vez más, una cosa es cierta: debemos estar preparados en un sentido leninista. Identificar las nuevas contradicciones, las centrales. Y estar listos para ser descolocados por el clinamen, para saltar hacia adelante. Con la determinación de quien busca conocer al enemigo mejor de lo que el enemigo se conoce a sí mismo. Con la curiosidad de buscar a sus amigos incluso en lugares lejanos respecto de los propios lugares. Sobre todo si, en el lugar en el que estaba, encontraba cada vez menos amigos.

Por último, algunos recuerdos personales. Que, como dijo Mario de los libros, pueden «contener algo de verdad con una condición: si todo está escrito con la conciencia de cumplir una acción maliciosa».

Fue un 8 de agosto de 2000, la primera vez que lo vi. Estábamos investigando sobre el operaismo. No ocurre todos los días, ni ocurre en todas las vidas, encontrarse con la encarnación no de un libro, si no del libro. Un libro tan extraordinario que parecía haberse escrito solo. Cada frase una sentencia contra la patronal y el modo de vida burgués. Sí, porque Tronti era el odio irreductible a la patronal y a la forma de vida burguesa. Ese 8 de agosto, hace veintitrés, años me sorprendió verlo jugar con un gatito negro llamado Pasquale. Luego nos contó la vez que Pasquale había aparecido con un ratón en la boca y todas las burguesas de alrededor empezaron a huir. La burguesía tenía miedo, comentó contento, acariciando a Pasquale.

Ese odio en Mario era irreductible, siempre. Era un odio constituyente, la política empezaba ahí. En 2004, asistió a una reunión sobre violencia y no violencia, un tema horrible, que descartó rápidamente: la oposición no es entre violencia y no violencia, sino entre violencia y fuerza. Una vez más, un bando contra el otro. Es cuestión de elegir el propio bando. No hay nada más que añadir. Entonces, tras escuchar pacientemente la pappa[1] de su corazón sobre pacifismos que huelen a oportunismo, intervino con su poderosa calma, sin gritar –no hace falta hacerlo cuando son las palabras las que detonan–, llenando de pensamiento cada palabra, porque Tronti nunca repetía lo ya sabido: hablaba con el pensamiento, hablaba pensando. Y eso constituye una rareza extraordinaria, incluso en nuestros círculos. Sólo dijo: «La cuestión es: cómo se la hacemos pagar». Cayó escarcha en la sangre de muchos, se encendió fuego en las mentes de unos pocos. Sí, porque Mario siempre iba al grano. Siempre llegaba a la raíz de las cosas. Y la raíz, ya lo sabemos, está en lo alto. Hay que llegar allí, desarraigar y replantar.

La última vez que supe de él fue el viernes pasado, me dio algunos consejos sobre su último gran proyecto, Per un atlante della memoria operaia (“Por un atlas de la memoria obrera”). Hasta el final, hasta lo último, cultivar sus nabos en el jardín, como en su cita de Montaigne: «mis nabos son los conflictos entre los hombres, organizados libre y antagónicamente, ya sea para conservar el mundo tal como es o para derrocarlo desde abajo hacia arriba».

Mario Tronti no fue simplemente un exceso en la historia del marxismo, sino en un sentido fuerte, schmittiano, una excepción. Obrero y marxista, por lo tanto, no marxista. Hay un antes y hay un después Obreros y capital. Hay un antes y un después de Tronti. Entre aquel seminal 8 de agosto y este terrible 7 de agosto, antes, después y, sobre todo, por lo que has escrito, por lo que has dicho y por tus reflexivos silencios, gracias por enseñarnos a ser lo que somos. Por enseñarnos a mirar el mundo. A mirarlo de nuevo, a mirarlo desde el inicio, a mirarlo por primera vez. Para ver lo que antes no veíamos. Y a comprender que basta mirar este mundo para odiarlo radicalmente.

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Publicado el 8/8 en https://www.machina-deriveapprodi.com/post/in-guerra-col-mondo-per-mario-tronti?fbclid=IwAR39U7ykvfw1mm-SbC8M6f9u-nztIf80KlePuGfuBVO3peLQIb6vv20ErTY

[1] En italiano se usa el término “pappa”, como alimento o más específicamente como “papilla”. NT.

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