Cuatro tesis sobre la crisis francesa.

Por TONI NEGRI y MARCO ASSENNATO – 

  1. En su discurso a la nación francesa del 17 de abril, el presidente Macron se dio un plazo de tres meses para salir del bloqueo en el que ha sumido a su Ejecutivo tras la aprobación forzada de la reforma jubilatoria. Se anuncian tres «canteros» para el final de su quinquenio: trabajo, seguridad, servicio público. Después de las jubilaciones y pensiones, es el turno del trabajo, luego de la escuela –que debe plegarse definitivamente a las necesidades del mercado (impresionante, desde este punto de vista, el nuevo auge de la formación profesional, para los empleos poco cualificados)– y de la sanidad, cuya «reforma» se trocará a cambio de algunos puestos suplementarios en los servicios de urgencias. Todo se inscribe, evidentemente, en un marco ya explícitamente autoritario: «Renovar el orden republicano», dice Macron, porque «no hay libertad sin ley». Por ello, el presidente se comprometió solemnemente a contratar a «más de 10.000 magistrados y policías y a crear 200 nuevas brigadas de gendarmería en nuestro campo» y, por supuesto, a «reforzar el control de la inmigración ilegal». Las razones del conflicto político generalizado en torno al retraso de la edad de jubilación nos parecen, pues, todas confirmadas, el forzamiento sobre las jubilaciones aludía evidentemente a un horizonte más amplio: sirvió como antesala de una ofensiva sistémica sobre los derechos sociales y civiles, desafiando abiertamente a los sindicatos y su fuerza conflictual. No es casualidad que el discurso del presidente fuera acompañado por la explosión inmediata de casserolades, manifestaciones sauvages y enfrentamientos con la policía en la mayoría de las metrópolis: de París a Nantes, Lyon, Burdeos, Angers, Grenoble, Caen, Saint-Étienne, Estrasburgo, la noche francesa se iluminó con mil fuegos que marcaban el agotamiento de la hipótesis política neoliberal. Esto ha abierto un abismo político que corre el riesgo de eliminar todo espacio para aquellos que, después de Macron, quieren disputarle el terreno a la extrema derecha en la próxima contienda electoral, con otro (¡el enésimo!) proyecto centrista. La hipótesis de ver consolidarse un perfil reaccionario-autoritario, cuando no explícitamente neofascista, en el primer grupo de países de la UE está ahora a la orden del día.
  2. Sin embargo, nos parece que el ocaso de la presidencia de Macron y de la hipótesis neoliberal, no es sólo político, sino que implica también una dimensión institucional. Lo que está directamente en juego es la estructura democrática del país. El parlamentarismo racionalizado de la Constitución de 1958, como es bien sabido, preveía un conjunto de dispositivos de emergencia destinados a reducir la influencia de las cámaras ante las necesidades de gobernanza. Estos dispositivos se han activado varias veces y de forma cada vez más banal en las últimas legislaturas. Sin embargo, con la presidencia Macron, el recurso reiterado a los artículos 47.1 (que acota el tiempo de debate parlamentario), 44.1 (que permite el voto bloqueada en el Senado) y 49.3 (que permite la adopción de un texto de ley sin votación de la Assemblée Nationale), ha llegado a un punto de ruptura. Se trata, según Pierre Rosanvallon, de la «crisis democrática más grave que ha conocido Francia desde el final del conflicto argelino». Por un lado, la arrogancia del poder presidencial, así como la decisión del Consejo Constitucional de confirmar la adopción de la reforma jubilatoria, a pesar de los numerosos argumentos técnicos que podrían haber sugerido otros pronunciamientos, constituyen precedentes muy peligrosos para las futuras estructuras gubernamentales. Por otra, podemos leerlos como vestigios de un poder tecnocrático que ciertamente se impone, pero que ya no puede mantener en forma los movimientos de la sociedad. En otras palabras, nos parece que es el sistema institucional de la V República en su conjunto –es decir, la posibilidad de verticalizar la toma de decisiones para contrarrestar la inestabilidad estructural de la dinámica política– el que se ve afectado por la crisis. De ahí la ruptura, la separación, entre un político cada vez más autorreferencial y unas formas de insurrección de masas cada vez más extendidas y capilares.
  3. Ciertamente, Étienne Balibar tiene razón cuando observa que sería reduccionista decir que el poder político se mantiene ahora sólo gracias «al hilo que lo une a la policía» y cuando nos invita a no subestimar la fuerza de una extrema derecha cada vez más “aceptable” para los circuitos gubernamentales. Sin embargo, es indiscutible que, en el contexto francés, el uso extremo de la policía encubre la excepcionalidad-verticidad tecnocrática. De hecho, sólo la policía permite el forzamiento político, hasta el punto de que cada vez se oye más hablar de democracia policial: «una forma híbrida», declaró Sébastien Roche a Libération, «en la que el poder gobierna a través de la policía, gaseando a los cuerpos intermedios con gases lacrimógenos». Con esto nos referimos al hecho de que el uso de la fuerza y los abusos policiales se han convertido en algo anormal en comparación con otras democracias europeas. Pero, una vez más, la bravuconería de la fuerza parece ir acompañada de un sentimiento generalizado de miedo dentro del perímetro de la gobernanza, como lo demuestra la represión del movimiento ecologista de Sainte-Soline y la disolución del colectivo Les Soulèvements de la Terre: casi un golpe preventivo para impedir la generalización de respuestas organizadas contra la violencia policial. No podemos decir si estamos ante formas insurreccionales, una rebelión que responderá a la violencia con violencia o luchas que adoptarán formas pacíficas. Sin embargo, sí podemos afirmar que, a pesar del catastrofismo generalizado que animó los debates durante los años de la pandemia, Francia está mostrando un formidable despertar democrático. Se trata de una democracia social en estado naciente, que debe encontrar sus propias formas de organización. La cuestión es pues: ¿podrá este ciclo de luchas determinar una alternativa democrática en el precipicio de la Europa soberana (magistralmente descrita recientemente por Angela Mauro en Europa sovrana. La rivincita dei nazionalismi)? Dicho de otro modo: ¿podrán las luchas francesas interrumpir la espiral que vincula la crisis del neoliberalismo con el ascenso de la extrema derecha?
  4. Es cierto que no debemos hacernos ilusiones sobre las relaciones de fuerza en la práctica (que, por otra parte, están enredadas en las garras de los procedimientos tecnocráticos y la represión policial). Al igual que es totalmente probable que factores exógenos –la crisis del macronismo también está afectando fuertemente a la proyección internacional de Francia en el colapso europeo y frente a la guerra– puedan contribuir aún más a que el panorama político se deslice hacia la derecha. Sin embargo, nos parece que este nuevo ciclo de luchas está transformando el adagio republicano, liberté, égalité, fraternité. Estos viejos principios aparecen transfigurados en nuevas potencias multitudinarias: Libertad significa participación directa en el poder de decidir; Igualdad, ya no sólo fiscal o cuantitativa, es ahora igualdad en lo común, en la reproducción, en la organización de la vida; Fraternidad es el espacio concreto de una ontología que aglutina los elementos constitutivos de las luchas. De un lado, pues, la hipótesis reaccionaria. Por el otro, un camino que dice: ya no se trata de tomar el poder, sino de estar en él, contar y ser protagonistas en la construcción política, para interrumpir la separación del mando y abrirse a un proyecto de lo común sobre las grandes cuestiones del trabajo, la ecología y la vida. Desde este punto de vista, la continuidad con la experiencia de los Gilets Jaunes es evidente. Y, sin embargo, creemos poder afirmar que la experimentación actual no es el final de ese ciclo, aunque recoja su herencia, renovándola en nuevas figuras de la lucha de clases. Hasta ahora, el conflicto político francés generalizado ha encontrado un eje organizativo en la acción sindical y su energía en el apoyo de masas de la ciudadanía. Mientras se generan formas de conflicto cada vez más extendidas y descentralizadas, los sindicatos llaman a un gran 1º de Mayo de lucha. Sin embargo, el ejecutivo parece haber eliminado todo margen de negociación. Cabe entonces preguntarse: ¿qué ocurrirá a continuación? ¿Serán capaces las estructuras sindicales, las instancias del movimiento, las diferentes formas de representación social y política, de construir un contrapoder unitario, eficaz y constituyente, capaz de interrumpir la excepcionalidad del poder?

* Publicado en Euronomade, Italia 20/4/2023

Foto: Negri sobre Francia, Euronomade 

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